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Réquiem para dos amigos: Alejandro Marcelino 

Hernández Sentmanat y Mario Jorge Martín González

 

Docente en Educación Física

Florida (EE.UU.)

MSc. Jesús Lantigua Hernández

valnet2009@yahoo.es

 

 

 

 

          Primero ocurrió la defunción del Doctor en Ciencias Alejandro Marcelino Hernández Sentmanat, profesor del Departamento de Cultura Física y Superación de Atletas de la Universidad de Matanzas "Camilo Cienfuegos”; luego sobrevino el deceso del Master en Ciencias y Juegos Deportivos, Mario Jorge Martín González, profesor de la asignatura fútbol, en la Facultad de Cultura Física de la propia ciudad matancera.

 

 
EFDeportes.com, Revista Digital. Buenos Aires, Año 15, Nº 150, Noviembre de 2010. http://www.efdeportes.com/

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    Este verano luctuoso, la familia deportiva perdió a dos de sus miembros. Fueron esos decesos muy sensibles. Pero esta vez no llegó la muerte tras el natural, íntegro y reconocido proceso de la vida, luego que esta colmara con inmensa fortuna todas sus expectativas. En esta ocasión, la muerte pareció más bien un dislate de la naturaleza, llevándose a dos de nuestros jóvenes y más prometedores profesionales de la cultura física, entrañables colegas y amigos; estando, ellos, en pleno disfrute de sus facultades físicas y mentales. Primero ocurrió la defunción del Doctor en Ciencias Alejandro Marcelino Hernández Sentmanat, profesor del Departamento de Cultura Física y Superación de Atletas de la Universidad de Matanzas "Camilo Cienfuegos”; luego sobrevino el deceso del Master en Ciencias y Juegos Deportivos, Mario Jorge Martín González, profesor de la asignatura fútbol, en la Facultad de Cultura Física de la propia ciudad matancera.

    Ambos pedagogos cubanos representaban, además de su extraordinario y excelso magisterio, virtudes humanas excepcionales. Quienes, con ellos, compartimos parte de esa labor, apreciábamos su ética, dignidad, solidaridad, responsabilidad y sentido del deber. Sus valores excepcionales honraron la comunidad universitaria a la que sirvieron sin vacilación alguna, con una entrega diaria y fecunda. La muerte les sorprendió, cuando más prolífera era su existencia.

    Sus vidas, ligadas a la actividad física y los deportes, dejaron de acompañarnos materialmente; sin embargo, constituyen un motivo frecuente de rememoración mayor desde el pasado estío. En su nueva y gigantesca proyección han rebasado, ellos, el momento incierto de su deceso.

    ¿Son, nuestros hermanos, parte de la inmortalidad?

    La muerte, por su ocurrencia terminal, es interpretada por algunos hombres como destino inevitable e irreversible de la vida; sin embargo, la posible consumación de la existencia humana, pudiera merecer consideraciones distintas. Otros tantos individuos, con matices diversos, conceden credibilidad a la infinitud. Hay quienes la asocian a miramientos místicos, donde la restauración de la vida es admitida bajo formas diferentes. La vida eterna, para muchos de nosotros, deviene no solo de un simple estado existencial, sujeto al reintegro corporal por intermedio de la transferencia atómica; sino también y sobre todo, a los aportes, fundamentalmente espirituales, dados por los propios hombres y que son adosados progresivamente al ámbito social, formando parte indisoluble de la rica experiencia terrenal.

    Hay hombres que jamás sucumben ante la muerte, muy a pesar de su deceso o desaparición física. De esos hombres está erigido el curso inacabable de la vida. José Martí, el más universal de los cubanos, develó el misterio de la perpetuidad humana al afirmar: “La muerte no es verdad cuando se ha cumplido bien la obra de la vida.” La existencia humana depende, por tanto, del propio quehacer humano y su proyección en pos de la sociedad, de su bondad y rectitud. Se trata de un proceso individual, fortalecido por una contribución frecuente, en el que al fallecer, los hombres y después de haber aportado un caudal importante de conocimientos y experiencias, acceden a la sempiterna vida del espíritu.

    La extraordinaria impronta de estos dos hermanos, más que el dolor de su adiós, nos deja, la gratitud y el placer de haberles acompañado en muchos de sus sueños, proyectos y triunfos, aprendiendo de su sapiencia, saboreando juntos el increíble momento que constituye la vida. No hay despedidas para quienes nos acompañarán siempre, simplemente damos gracias a quienes nos honran con su amistad eterna.

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