Experiencia en prácticas físico-deportivas y autoconcepto físico multidimensional en la adolescencia |
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*Profesor Educación Física, FDE Santa María de la Victoria, Málaga Licenciado en Ciencias de la Actividad Física y del Deporte, Universidad de Granada Diplomado en Magisterio, Educación Física, Universidad de Málaga Doctor en Ciencias de la Actividad Física y Deporte, Universidad de Málaga **Profesor Universidad Málaga, Facultad de Psicología Licenciado en Psicología, Universidad de Málaga Doctor en Psicología, Universidad de Málaga |
Dr. Rafael Reigal Garrido* Dr. Antonio Videra García** (España) |
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Resumen Esta investigación explora las relaciones existentes entre el autoconcepto físico multidimensional en la adolescencia y el tiempo que se lleva realizando actividad físico-deportiva. Nuestro trabajo nace de argumentos como los de Moreno, Atienza y Balaguer (1997), que señalan la necesidad de realizar actividad con regularidad para obtener beneficios importantes. La muestra utilizada estuvo compuesta por 1813 adolescentes de Málaga capital, en edades comprendidas entre los 15 y 17 años (M=15.86; DT=0.77). Tras recoger datos relativos a la práctica física de los encuestados, obtuvimos información sobre su autoconcepto físico mediante el Cuestionario de Autoconcepto Físico (CAF) elaborado por Goñi, Ruiz de Azúa y Rodríguez (2004a), en el que se pueden establecer las siguientes dimensiones: habilidad física, condición física, atractivo físico y fuerza, además de medir el autoconcepto físico general y el autoconcepto general. Los resultados encontrados indican que los individuos que tenían una mayor antigüedad en conductas de práctica físico-deportiva obtuvieron mayores puntuaciones en las diversas subescalas del Cuestionario de Autoconcepto Físico (CAF). Palabras clave: Autoconcepto físico. Adolescencia. Práctica físico-deportiva.
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EFDeportes.com, Revista Digital. Buenos Aires, Año 15, Nº 148, Septiembre de 2010. http://www.efdeportes.com/ |
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Introducción
El autoconcepto es el conjunto de percepciones que las personas tienen de sí mismas (Aguilar, 2001), que se forman a partir de la experiencia y las interpretaciones del ambiente (Shavelson, Hubner y Stanton, 1976). En los últimos años, este constructo ha ido adquiriendo relevancia por, entre otros aspectos, tener una relación directa con el desarrollo y bienestar del ser humano (Pastor, 1999; Garaigordobil y Durá, 2006). Además, se puede señalar la importancia que tiene en la conducta humana, de tal manera que un mayor autoconcepto se relaciona con una mayor seguridad y decisión para llevarla a cabo (Burns, 1990).
Uno de los modelos que más ha influido en la forma actual de entenderlo es el modelo jerárquico, que pone de manifiesto una visión multidimensional del mismo, integrando un factor de orden superior (autoconcepto general) con otras dimensiones más específicas que, aunque relacionadas entre sí, pueden ser interpretadas de manera independiente. Shavelson et al. (1976) sentaron las bases para el estudio y formulación de los modelos jerárquicos, gracias a su rigurosidad teórica y empírica (Pastor, 1999). Además, este modelo defiende otros aspectos como son que las dimensiones más generales son más estables y perduran en el tiempo, siendo las más específicas sensibles al cambio (González, Núñez, González y García, 1997).
El autoconcepto es importante en el desarrollo de la personalidad humana, generando beneficios a nivel individual y social (Esnaola, Goñi y Madariaga, 2008), adquiriendo importancia en etapas como la adolescencia, dado que, en ella, las personas no tienen afianzada su personalidad (Cruz y Maganto, 2002). Autores como Zulaica (1999) argumentan la importancia de modificarlo en la infancia y adolescencia, dado que a medida que se avanza en edad, está más estructurado y es más resistente al cambio. Además, en esta etapa de la vida, un autoconcepto positivo ayuda a los adolescentes a potenciar conductas saludables (Pastor, Balaguer y García-Merita, 2000) y a tener una mayor satisfacción con la vida (Balaguer, 2001).
Una de las dimensiones que más relevancia ha ido adquiriendo es el autoconcepto físico, considerado fundamental en la formación de los estilos de vida (Pastor, 1999). Aún sin coincidir en sus dimensiones, autores como Franzoi y Shields (1984), Thompson, Penner y Ataba (1990) o Goñi et al. (2004a), consideraron al autoconcepto físico como una realidad multidimensional. Los diferentes instrumentos de medida puestos a nuestra disposición para medirlo demuestran dicha disparidad de criterio (Harter, 1985; Fox, 1990; Marsh, Richards, Johnson, Roche y Tremaye, 1994; García y Musitu, 1999). Recientemente, Goñi, Ruiz de Azúa y Rodríguez (2004b) construyeron una herramienta para medirlo, que diferenciaba las siguientes dimensiones: habilidad física, condición física, atractivo físico, fuerza, además de valorar el autoconcepto físico general y el autoconcepto general.
Diversos estudios han puesto de manifiesto las relaciones entre práctica física y autoconcepto físico (Goñi y Zulaica, 2000; Pastor y Balaguer, 2001; Moreno, 2008), siendo necesario señalar que se puede producir en dos sentidos. Por un lado, una mejor percepción del autoconcepto físico generará más motivación para emprender conductas de práctica física y, por otro lado, realizar ejercicio con asiduidad reforzará las competencias físicas o la imagen corporal del individuo (Tomás, 1998; Alvariñas y González, 2004). Hay aspectos concretos que debemos tener en cuenta cuando queremos generar un efecto positivo, como la duración, intensidad, planificación, objetivos y contenidos (Marsh, 1986). Marchago (1991), por otro lado, cree que debe adaptarse a las circunstancias específicas de cada caso.
Una de las circunstancias que parece estar más consolidada es la necesidad de practicar con frecuencia para obtener mejores resultados (Moreno et al., 1997). Moreno y Cervelló (2005) así lo demostraron en un estudio realizado con adolescentes, ya que mejoraba las percepciones en competencia percibida, atractivo corporal, condición física y fuerza. Además, no sólo es necesario practicar de forma regular, sino que autores como McDonald y Hodgdon (1991), Frederick y Ryan (1993) o Leith (1994), argumentan que las mejoras en diversos aspectos del autoconcepto sólo son posibles si se mantienen conductas de este tipo a lo largo del tiempo.
Nuestra investigación pretende indagar en la necesidad de practicar a lo largo del tiempo para obtener mayores beneficios en la percepción del autoconcepto. En nuestro caso hemos valorado el autoconcepto físico general y diversas dimensiones del mismo, como son: la habilidad física, condición física, atractivo físico y fuerza. La hipótesis que da origen a nuestro estudio señala que a mayor número de años realizando actividad físico-deportiva, mejores percepciones tendrán de su autoconcepto físico.
Método
Muestra
Los participantes de este estudio fueron 1813 adolescentes de Málaga capital, siendo el 47.27% chicos (n=857) y el 52.73% chicas (n=956). Tenían edades comprendidas entre los 15 y 17 años (M=15.86; DT=0.77). La selección de la muestra fue mediante proceso aleatorio por conglomerados, polietápico estratificado (Ramos, Catena y Trujillo, 2004).
Instrumentos
La toma de datos se llevó a cabo mediante varios cuestionarios en los que se obtuvo información diversa sobre aspectos relativos a la práctica física y el autoconcepto físico. Primero, necesitábamos conocer si practicaban actividad físico deportiva y el tiempo que llevaban realizándola. En segundo lugar, era necesario valorar sus percepciones sobre el autoconcepto físico. Esta última variable se midió a través un cuestionario para valorar el autoconcepto físico multidimensional elaborado por Goñi et al. (2004a), en el que se pueden establecer las siguientes dimensiones: habilidad física (HF), condición física (CF), atractivo físico (AF), fuerza (F), además de tener dos escalas complementarias para el autoconcepto físico general (AFG) y el autoconcepto general (AG). Está formado por 36 ítems, estando 20 de ellos redactados de manera directa y 16 de forma inversa. Los análisis de fiabilidad originales fueron de 0.80 para habilidad física, 0.83 para fuerza, 0.84 para condición física y 0.88 para atractivo físico, para las subescalas de autoconcepto físico general fue de 0.88 y para la de autoconcepto general 0.79.
Se ha utilizado en diversos estudios, sobre población adolescente, en los que se ha demostrado la capacidad de este instrumento para medir este constructo. Además, la composición factorial y la consistencia interna de las subescalas han mostrado índices muy aceptables que lo avalan como un instrumento fiable (Goñi et al., 2004a; Goñi et al., 2004b). La muestra utilizada para nuestro trabajo contestó a los ítems de este instrumento mediante una escala del 1 al 4, siendo 1 un grado de desacuerdo alto con lo que dicta el ítem y 4 muy de acuerdo. Debemos señalar que para este trabajo se descartó la subescala autoconcepto general, dado que el objeto de estudio del mismo se centraba en el autoconcepto físico.
Procedimiento
Para desarrollar esta investigación hemos seguido un tipo de metodología no experimental, de tipo correlacional (Salkind, 1999), en el que se ha usado la encuesta como herramienta para la toma de datos. Para la recogida de datos fuimos a una serie de centros escolares seleccionados previamente, pidiendo permiso mediante carta dirigida a los directores del los mismos. Los cuestionarios fueron auto-administrados, aunque se explicaron adecuadamente y se estuvo presente mientras eran cumplimentados para resolver posibles dudas. Se rellenaron en el aula, siendo la duración media de 15 minutos. Tras ello, pudimos evaluar las puntuaciones obtenidas en las diferentes subescalas del CAF.
Análisis de los datos
Las pruebas estadísticas utilizadas fueron t-student y ANOVA de un factor, lo que nos ha permitido observar si la variación en el valor obtenido para la variable autoconcepto, en sus múltiples dimensiones, ha sido significativa en función de la condición de individuos activos y el tiempo que llevaban practicando. El procesamiento de los datos se realizó mediante el paquete informático SPSS, en su versión 15.0.
Resultados
Fiabilidad de instrumento
Los análisis de fiabilidad (Alfa de Cronbach) realizados para nuestro estudio mostraron unos niveles adecuados para la muestra general (HF, α= 0.77; CF, α= 0.82; AF, α= 0.79; F, α= 0.78; AFG, α= 0.80), para el subgrupo que no practicaba (HF, α= 0.75; CF, α= 0.75; AF, α= 0.78; F, α= 0.71; AFG, α= 0.80) y el que sí lo hacía (HF, α= 0.73; CF, α= 0.80; AF, α= 0.78; F, α= 0.78; AFG, α= 0.79). Por otro lado, el análisis de la fiabilidad del dato medido con el Cuestionario de Autoconcepto Físico para los restantes subgrupos (participantes activos clasificados en función del tiempo que llevaban realizando actividad físico-deportiva) ha mostrado igualmente unos resultados adecuados, con valores comprendidos entre 0.71 y 0.79.
Comparaciones entre e intra grupos
Los datos encontrados en este trabajo indican que aquellos participantes que eran activos obtuvieron mejores resultados que los que no lo eran, en todas las subescalas del CAF. Todas las diferencias fueron muy significativas, estando las más importantes en habilidad física (t 1811= -15.66, p<0.001), condición física (t 1811= -18.81, p<0.001) y fuerza (t 1705.09= -15.21, p<0.001). Por otro lado, para el grupo activo, la prueba ANOVA de un factor, nos indicó que las variaciones ocurridas en las puntuaciones del instrumento utilizado (CAF) lo hacían siempre de forma significativa. En general, el valor obtenido aumentaban a medida que el grupo llevaba más tiempo practicando actividad físico deportiva, salvo en la subescala fuerza que descendía entre el grupo que llevaba practicando un año y el que lo llevaba haciendo dos. En cualquier caso, las diferencias entre los grupos que llevaban practicando poco tiempo y los que lo hacían desde hacía tres o más años siempre fueron a favor de éstos últimos (tabla 1).
El incremento más importantes, a medida que practicaban más, fue en la subescala condición física (F[3,1065]= -45.92, p<0.001), que pasaba de una puntuación media de 15.09 para el grupo que comenzó recientemente a practicar hasta los 18.20 para el grupo que llevaba haciéndolo tres años o más (tabla 1). Por otro lado, la prueba de Levene nos indicó que las varianzas entre estos grupos eran homogéneas tanto para la subescala habilidad física (F[3,1065]= .23, p>0.05) como para condición física (F[3,1065]= .99, p>0.05), atractivo físico (F[3,1065]= 1.30, p>0.05), fuerza (F[3,1065]= 1.45, p>0.05) y autoconcepto físico general (F[3,1065]= 1.04, p>0.05). Dados estos valores pudimos utilizar Scheffé para las comparaciones entre ellos.
Tabla 1. Valores obtenidos en las subescalas del CAF en función de la práctica físico-deportiva y
el tiempo que llevaban realizándola. Análisis de las diferencias entre grupos (t-student y ANOVA de un factor)
Como podemos apreciar en la tabla 2 y figura 2, las diferencias más significativas (p<0.001) estaban entre los grupos que empezaban a practicar y aquellos que lo llevaban haciendo tres años o más. También hubo diferencias muy importantes entre aquellos que llevaban un año practicando y los grupos con más experiencia (p<0.01; p<0.001). Por otro lado, únicamente en la subescala fuerza hubo diferencias significativas entre el grupos que empezaba a practicar y los que lo hacían desde hacía un año (p<0.05). En la subescala condición física había que comparar al grupo que llevaba practicando dos años para encontrar diferencias con los que empezaba (p<0.01). Entre los grupos que practicaban desde hacía dos años y los que llevaban haciéndolo tres o más, las diferencias fueron significativas, variando desde una significación menor en la subescala atractivo físico (p<0.05) hasta la alta significación en las subescalas habilidad física y fuerza (p<0.001).
Tabla 2. Comparaciones múltiples (valores obtenidos en las subescalas del CAF) entre grupos
en función del tiempo que llevaban practicando actividad físico-deportiva (Scheffé)
Figura 2. Valores obtenidos en las subescalas del CAF en función del tiempo que llevaban practicando actividad físico-deportiva
Discusión
En primer lugar, hay que señalar las diferencias encontradas entre los grupos que no practicaban actividad físico-deportiva y aquellos que sí lo hacían. Nuestros resultados coinciden con numerosos estudios que avalaban las relaciones positivas entre práctica física y autoconcepto físico (Alvariñas y González, 2004; Candel, Olmedilla y Blas, 2008), lo que ayuda a reforzar dicha teoría. Estos fenómenos hay que tenerlos muy en cuenta, pues en la adolescencia las personas no tienen afianzada su personalidad (Cruz y Maganto, 2002) y aspectos relativos a su realidad corporal pueden tener consecuencias relevantes para su desarrollo y bienestar. De hecho, Goñi y Zulaica (2000) consideran que el autoconcepto ayuda a tener un buen funcionamiento social y personal.
Por otro lado, diversos autores invitan a profundizar en este tipo de relaciones. Moreno y Cervelló (2005), por ejemplo, ponen de manifiesto la necesidad de contemplar la frecuencia de práctica física para visualizar mejor los resultados de la misma sobre el autoconcepto físico. De hecho, encontraron diferencias significativas en adolescentes españoles entre un grupo que practicaba dos o tres veces a la semana y aquellos que lo hacían una vez o menos. En nuestro trabajo hemos pretendido aportar un ingrediente más, profundizando en la antigüedad como individuo activo, y siguiendo las conclusiones de autores como Moreno et al. (1997) que indicaban la necesidad de participar de forma frecuente para obtener resultados.
Salvo en la subescala fuerza, que tuvo una evolución irregular, en las demás observamos un crecimiento lineal en las puntuaciones a medida que aumentaba el tiempo de práctica. Lo que sí ocurrió en todas, sin distinción alguna, fue que aquellos que llevaban más tiempo practicando eran los que tenían los mejores resultados. Estos datos coinciden con lo postulado por autores como Frederick y Ryan (1993) o Leith (1994), que proponían mantener conductas de este tipo a lo largo del tiempo para mejorar la percepción en el autoconcepto. Como podemos apreciar en nuestro trabajo, la muestra utilizada experimentaba mejoras significativas cuando se había consolidado dicha conducta y se mantenía a lo largo de los años.
Esta investigación avala la necesidad de contemplar la práctica físico-deportiva como una buena herramienta para mejorar nuestro bienestar, sobre todo cuando este tipo de conductas constituyen un hábito de vida estable. Autores como Castillo (1995), Gutiérrez (2000) o Capdevila (2005), pusieron de manifiesto la necesidad de incluir la práctica de actividad física como ingrediente para obtener un estilo de vida adecuado para mejorar la salud y la calidad de vida.
Conclusiones
Podemos finalizar este estudio manifestando que los resultados del mismo indican una mejor percepción de los diversos dominios del autoconcepto físico estudiados, así como del autoconcepto físico general, en aquellos participantes que eran físicamente activos. Por otro lado, aquellos que llevaban más tiempo participando en conductas de práctica física, manifestaron mayores puntuaciones que aquellos que eran activos desde hacía menos, sobre todo si llevaban poco tiempo practicando actividades físico-deportivas.
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