La comida en los campamentos como un momento para la enseñanza | |||
Profesor universitario de Educación Física por la Universidad de Flores Profesorado de enseñanza primaria en la Escuela Normal Superior Nº 7 “José María Torres” |
Prof. Emiliano Alonso (Argentina) |
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Resumen El artículo intenta poner “sobre la mesa” los vínculos que se generan a la hora de cocinar y compartir la comida en el ámbito de los campamentos. Aborda preguntas y trata de dar respuestas a situaciones cotidianas de la vida campamentil, que muchos docentes se hacen a la hora de realizar un campamento. Intenta revisar las prácticas de los docentes para aprovechar las potencialidades de este momento para la enseñanza de contenidos. Invita a desnaturalizar el momento de la comida para indagar las posibilidades, limitaciones y riesgos que tienen las diferentes instancias que componen el “evento alimenticio” para transmitir en cada uno de ellos los mensajes y valores que nos proponemos como adultos en el ejercicio de la docencia. Palabras clave: Campamentos. Comidas. Enseñanza. Comensalidad. Poder. Disciplinamiento |
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http://www.efdeportes.com/ Revista Digital - Buenos Aires - Año 15 - Nº 143 - Abril de 2010 |
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“Los alimentos antes que buenos para comer son buenos para pensar."
Claude Levi-Straus
El momento de la comida en los campamentos suele ser un tema abordado por, prácticamente, todos los autores que escriben sobre vida en la naturaleza Tiene tal trascendencia en la organización del campamento que incluso en mucha de la bibliografía existente el tema es recurrente desde diversos ángulos: un mismo autor puede encararlo desde la organización espacial del comedor o la cocina; desde lo presupuestario, pensando cómo realizar las compras; desde la salud, pensando cuál debe ser el consumo calórico de los acampantes dependiendo de la actividad; desde los menúes y su preparación; desde lo logístico pensando en los materiales que hacen falta; desde la programación, teniendo en cuenta en el cronograma los momentos de preparación e ingesta de comida. Todo esto implica el “evento alimenticio” y mucho más.
Todas las variables anteriormente descriptas son muy importantes para poder tomar las decisiones adecuadas, pero no son suficientes, en el siguiente trabajo se intentará analizar el “evento alimentario” desde una mirada pedagógica que aportará interrogantes que nos posicionarán ideológicamente frente a cada decisión logística, organizativa o presupuestaria. Para ello la propuesta es partir de algunas citas de distintos antropólogos y sociólogos entenderlas dentro de la dinámica de los campamentos pensados como instancia educativa.
Según Patricia Aguirre: “… desde que somos omnívoros (más o menos 2 millones y medio de años) se instaló definitivamente la comensalidad sobre la alimentación vagabunda como la manera humana de comer” “…el evento alimentario se vuelve colectivo y complementario, para comer es necesario el otro (con toda la carga de disponibilidad, comunicación y transmisión que esto implica)…” “…la mesa compartida en particular es un potente espacio de transmisión de normas, reglas y símbolos…” Entonces podríamos pensar el comer como una ceremonia, por lo tanto tendría un comienzo y un fin estipulado, el final especialmente suele ser un momento en el que cada individuo se levanta al satisfacer su necesidad individual; reforzar el carácter social del evento debería ser una tarea de los adultos que de alguna manera ofician la “ceremonia”, no solo desde la autoridad y por respetar los tiempos de cada compañeros sino haciendo que ese tiempo sea valorado por ellos mismos. Logrando que los acampantes puedan darle significación al momento: porque hay información que se comparte, porque hay decisiones que tomar, porque hay opiniones que se pueden escuchar, porque En definitiva es más que comida lo que hay para poner sobre la mesa.
Plantea Aguirre que “…no se comparten solo los platos sino que el momento de la mesa es una situación de fuerte interacción familiar donde se transmiten también, sin querer y sin poder impedirlo, las normas y valores de la sociedad, la historia familiar y personal, la posición ética frente a los hechos cotidianos, el comportamiento esperable de las edades y los géneros…”. Si los docentes pensamos la comida como en un espacio más para enseñar, tendríamos que tener en cuenta sus implicancias en la transmisión de valores, tendríamos que poder planificarlo y potenciar sus posibilidades para que no sea un momento individual más de satisfacción de necesidades personales donde el resto está a disposición del que come o compitiendo por el plato que sobra para poder repetir.
Es decir, aunque planifiquemos o no el momento (aunque queramos o no) estaremos transmitiendo ideología, reafirmando una manera de entender el mundo y reafirmando saberes en los chicos: Podremos otorgarles un espacio protagónico a los acampantes, podremos valorar la producción del grupo, podremos respetar a los compañeros que se esfuerzan por nosotros, podremos invitarlos a mirarse y a dialogar o también podremos generar todo lo contrario.
Para Patricia Aguirre: “…estos hechos tan evidentes, repetidos y comunes como son cocinar y comer se ven oscurecidos como prácticas sociales…” “La alimentación es un punto clave en la organización social… y en los sujetos como un punto clave en la formación de identidad”. El desafío podría estar en generar estrategias que permitan visualizar las prácticas sociales puestas en juegos en el acto de cocinar y de compartir el alimento. Desenredar las relaciones de poder que se ponen en juego en los estereotipos de género, los roles estipulados de acuerdo a la edad, las relaciones de poder entre el que recibe y el que da. Sería fácil caer en el simplismo de decir que los chicos tienen poco entonces somos nosotros los que tenemos que darles de comer para que ellos no se esfuercen, pero en esa relación, tácitamente reforzaríamos la idea de que somos nosotros los que poseemos “algo” (y ellos no) y les ofrecemos algo de lo “nuestro”. Hacer a los acampantes (aunque sean niños) “hacedores” de un producto propio y que ellos sean los que ofrezcan lo “suyo” cambia la relación de poder: ellos poseerían un elemento preciado por el resto.
Cómo se administra esa “riqueza” pasa a ser un nuevo tema de discusión y análisis en las tensiones por el poder que se manifiestan en el momento de la servida ¿Quién decide que se come en un campamento? ¿Es una decisión exclusiva de los docentes? ¿Los chicos no tienen posibilidad de pensar cómo combinar los ingredientes que se poseen para armar el menú? ¿Qué, cuánto y cómo se come no es un saber transmisible? ¿No aportaría a la autonomía de los acampantes (especialmente de los adolescentes) participar en las decisiones anteriores? ¿Cocinar podría considerarse un saber técnico campamentil? Las respuestas a estos interrogantes podrían democratizar la información que se esconde en la cocina, le brindaría a los acampantes mayor autonomía ya que podrían llegar a satisfacer ellos mismos, en grupo, algunas de sus necesidades.
Según Audrey Richard: “Las actividades de búsqueda de alimento no solo requieren de la cooperación sino que decididamente la estimulan” En gran cantidad de campamentos alguno de los objetivos está directamente asociado a la vida en comunidad y a la cooperación en particular. Quizá sea por ello que, algunos autores reconozcan que el momento de la comida, y de la preparación en particular, “brinde una enriquecedora experiencia para los niños” (Meléndez, pág. 21). Basándonos en la afirmación de Richard, podríamos preguntarnos por qué es que muchos docentes elijen cocinar ellos “para que los chicos no pierdan tiempo del campamento”; si es en la cocina en uno de los momentos donde se podría reforzar uno de los objetivos que ellos mismos se han propuestos ¿Por qué desaprovechar esa oportunidad? Sin duda existen otras formas de “estimular la cooperación”, pero una instancia que no solo fortalece dicho objetivo; sino que a la vez pone en juego saberes técnico campamentiles y les brinda herramientas para la autonomía a nuestros acampantes no debería ser fácilmente desechable.
Para Michel Foulcault: ”Las relaciones de poder (…) son inmanentes, constituyen los efectos inmediatos de particiones y desigualdades (…) desempeñan, donde actúan un papel directamente productor”.
Según Marvin Harris: “La habilidad de los grupos privilegiados para mantener altos niveles de nutrición sin compartir su ventaja con el resto de la sociedad equivale a su capacidad para mantener a raya a los súbditos en el ejercicio del poder político”.
Se podría afirmar entonces que la comida es una instancia en donde se manifiestan disputas por el poder, quien la administra y quien la reparte dispone de un bien que se coloca en una posición asimétrica frente a los demás que no la poseen.
¿Cómo se ve reflejado en los campamentos? Adultos que comen otra comida, chicos que llevan y chicos que no llevan comida de sus casas, líderes que comen primero, compañeros que eligen la mejor fruta para descartar las otras que quedan para los últimos en servirse. Estas situaciones y otras tantas reflejan como se ejerce el poder al momento de la comida. ¿Cómo las resolvemos? ¿Cómo las encaramos? ¿Damos la posibilidad a los acampantes a que sean ellos quienes deciden? ¿Hacemos visibles situaciones de desigualdad al momento de servir? Todas estas pasan a ser decisiones pedagógicas, no es un momento más las disputas de poder se corporizan al comparar un plato que rebalsa y uno medio vacío en el turno de servida de cada uno, en la cantidad servida del ingrediente de más prestigio en cada plato.
Para Jack Goody: “…el análisis de la cocina tiene que relacionarse con la distribución de poder y de autoridad en la esfera económica…”
Para Foulcault: “El poder se ejerce a partir de innumerables puntos, y en el juego de relaciones móviles y no igualitarias”
Pensando en el momento de la comida el que da de comer ejerce poder sobre el que es servido. El que decide qué se come se presenta en una posición asimétrica frente a los otros que no lo hacen. El que decide cómo se prepara la comida se posiciona en un rol de poder frente al resto. El que decide cómo se reparte la comida ejerce un espacio poder. Otra vez nos aquejan los interrogantes: ¿Todos esos espacios de poder debemos centralizarlos los docentes? ¿Cómo democratizar el momento de la comida?
No siempre el poder lo ostentan los adultos, dentro de los grupos siempre existen relaciones de poder visibles u ocultas entre los chicos; en el momento de cocinar se ponen en juego. Hay tareas socialmente más valoradas que otras, no es lo mismo revolver la olla o condimentar una preparación que pelar cebolla, lavar o servir ¿Cómo hacemos que el poder circule en el grupo y no se estanque en algunos pocos (los de siempre)? Por otro lado, se podría afirmar también que el que “se hace servir” está ejerciendo un rol de poder sobre el que sirve (el ejemplo más claro es el de un mozo en un restaurante). Sin duda esto es verdad y está situación se observa en muchos campamentos. Lo que habría que poder lograr desde el rol docente es jerarquizar los roles frente a esa asimetría (que puede tener el poder de un lado u otro del cucharón). Si se destaca el esfuerzo que hacen algunos para el bien común del grupo, se pondrá el peso de un lado de la balanza. Si se dejan pasar comentarios despectivos u órdenes directas del resto de los comensales hacia los que sirven, se pondrá el peso en el otro plato. La situación nuevamente invita a posicionarse como docente o tan solo como comensal.
Según Pierre Bourdieu: “…las prácticas rutinarias de los actores individuales están determinadas , al menos en parte, por la historia y la estructura objetiva del mundo social preexistente y esas prácticas contribuyen a mantener y reproducir esa estructura jerárquica existente.”
Los adultos cocinan y sirven, porque su rol social preexistente es el de “proveer”. Los niños reciben porque están indefensos frente al rol jerárquico de los adultos. Poner en tensión los estereotipos sociales preexistentes también podría ser posible desde la cocina; los roles muchas veces están determinados por el género a la hora de cocinar. La típica situación de las chicas cocinando mientras los chicos juegan a la pelota refuerza de manera muy evidente algunos estereotipos de género, otras veces es más sutil (depende lo entrenada de la mirada) porque los chicos alimentan el fuego y las chicas cortan y lavan; incluso cuando todos cortan, pero a los varones les toca la carne y a las mujeres la verdura se refuerzan esos estereotipos por el valor que tiene la carne frente a la verdura socialmente y la situación se evidenciaría menos, incluso cuando todos cortan verdura pero los varones utilizan las cuchillas grandes de la cocina y las chicas sus cubiertos personales…
Según Carlos Cullen “…enseñar ciudadanía es no legitimar un orden social dado, ni es tampoco descreer escépticamente de su posible transformación (…) se trata de enseñar la convivencia como problema de ciudadanía de pertenencia a un orden público común…”
El campamento y el momento de comer en particular, podrían ser espacios privilegiados para la enseñanza de contenidos vinculados con la formación ciudadana ya que como momento socializador fundamental, el compartir la mesa, podría brindar un espacio concreto donde poner en tensión estereotipos de género o visualizar relaciones de poder naturalizadas. Brinda un espacio en donde se podrían generar nuevos acuerdos o recontratar los que se elijan como válidos por el grupo para cumplir los objetivos que se plantean. Generar acuerdos en cuanto al momento de finalización de la comida, al sistema de servida, a la distribución de la comida que hay para repetir, a los posibles sistemas de limpieza y distribución de roles para realizar las tareas necesarias son algunos ejemplos. Problemas de hoy…
Para Patricia Aguirre: “…comer hoy, está cada vez más lejos de ser un acto colectivo, al contrario es cada vez más individual…” La búsqueda individual del plato de comida refuerza la identidad desde lo individual y la idea de que es el sujeto quien va en búsqueda de la satisfacción personal. Los espacios sociales que adoptaron estos dispositivos, en especial la cárcel, suelen estar vinculados con el disciplinamiento de los cuerpos fomentando el carácter individual de la satisfacción de la necesidad, tanto porque es peligroso entrar en contacto con otros o porque la resolución individual de la necesidad genera mayores niveles de consumo (en cadenas de comida rápida). El campamento como recurso educativo privilegiado tendría la oportunidad de poner en tensión estos paradigmas o de reforzarlos, la decisión está en manos de los docentes, de que comprendan el momento de la comida como otro momento para el aprendizaje o como un mero espacio de satisfacción de necesidades.
Según Patricia Aguirre: “La comida deja de compartirse no solo de manera material sino también simbólica…”
Para Isabelino Siede: “… buena parte de la obstaculización de la tarea está en las normas que se establecen, pues muchas no fueron pensadas para favorecer el trabajo de enseñar o aprender sino con criterios disciplinarios…”
Podríamos preguntarnos ¿Qué simboliza una o otra manera de compartir la comida? Para esto nos ayudará pensar sobre un momento crucial: La servida. A la hora de pensar cómo el acampante se acerca a los alimentos o los alimentos se acercan al acampante (que no es lo mismo) se ponen en juego decisiones logísticas. ¿Cómo le sirvo a 40 chicos? ¿Cómo hago para que la comida les llegue caliente, no se caiga, no se quemen, etc.? Pero a la vez la decisión es pedagógica: ¿Qué quiero enseñar en ese momento? ¿Qué quiero que pase mientras se sirven? ¿Qué quiero que sienta el que sirve y el que es servido? ¿Qué tipo de interacción quiero generar entre los comensales en este momento? Podríamos usar dos modelos con sustentos ideológicos distintos para responder los interrogantes: el modelo carcelario y el modelo hogareño.
Por un lado en el modelo “carcelario”: Los chicos forman una fila y pasan con su plato por donde están las ollas para luego ir a sentarse al sector del comedor. Algunos defensores de esta forma de servir plantean que es más ordenado. Existe también el mito de que este sistema es más rápido, podríamos ponerlo en duda, pero supongamos que lo es. ¿Qué importancia le doy a la comida? ¿Es proporcional al tiempo que quiero dedicarle?
Otras cuestiones que podrían poner en duda su elección:
Durante el tiempo que dura la servida los comensales miran la nuca del de adelante, lo que implicaría una limitación a las posibilidades de diálogo de los comensales entre sí.
Se suelen ver en estos momentos que cada uno de los comensales “lucha” (a veces simbólicamente y otras veces físicamente) por llegar primero a la cola. ¿No estaríamos reafirmando una idea del individualista?
El tener a todos los comensales desplazándose podría provocar más cantidad de accidentes
Los ámbitos sociales donde son utilizados estos sistemas (cárcel, locales de comidas rápidas) están en las antípodas de los objetivos, que por lo general se plantean los docentes en los campamentos, por lo tanto se podría desconfiar de que puedan favorecer el proceso de aprendizaje de los acampantes. Por lo tanto, podríamos poner en duda que sean los más recomendados ya que están pensados para potenciar otras cualidades (¿Valores?) del momento de la comida.
Por otro lado en el modelo “hogareño”: Los chicos se sientan y son servidos por un grupo de compañeros que al terminar cada plato en la servida se sienta y come con ellos; el grupo de servida debería ser lo suficientemente amplio como para ir alternándose los roles
Los que se desplazan aquí por la zona del comedor lo hacen varias veces y lo podrían hacer mejor. Los comensales se miran todo el tiempo lo que favorecería el diálogo incluso sin tener la comida delante Se reafirmaría la idea de comunidad ya que todo el tiempo se ve a la totalidad del grupo en la misma situación que uno.
Podría plantearse como desventaja que hay tiempos de espera por parte del grupo para esperar que los que sirvieron se sienten a comer (¿Es una desventaja respetar el tiempo del otro o un contenido a trabajar?)
Según Aguirre: “Cada vez más el comensal es un solitario, porque come efectivamente solo o porque come en el anonimato de una institución frente a los usos personalistas e identitarios de la comida doméstica.” “La manera en que los alimentos se comparten. La mesa familiar o la comida institucional pueden estar compuestas por el mismo menú, pero la situación social y su significación para la vida de las personas cambia radicalmente el evento alimentario porque el momento de compartir la comida es un momento privilegiado de la reproducción física y social de los individuos.”
A partir de la afirmación anterior tendríamos que preguntarnos en dónde encasillar los momentos de comida en los campamentos. Sin duda no podríamos enmarcarlos dentro de la comida doméstica; y en muchas oportunidades responden a los usos y dificultades que posee el comer en una Institución. He aquí el desafío: ¿Cómo podemos hacer para desinstitucionalizar la comida en los campamentos? Podría ser acercándola lo más posible a la comida doméstica. La distribución en el espacio sería una de las claves, ya que en una ronda existe la posibilidad de compartir la mirada con todos (esto ayudará, pero no garantiza). Compartiendo los tiempos de comienzo y finalización. Reconociendo en los que cocinaron (que deberían ser alguno de los comensales, como en casa) su tiempo, trabajo y producción. Los que sirven tendrían que encontrar que su trabajo es valorado y que existirá la reciprocidad por parte de los otros luego. Dándole importancia como momento grupal, para informar, escuchar, intercambiar novedades entre todos.
Para Patricia Aguirre: “La tendencia actual en el mundo urbano es que está decreciendo la manera doméstica de comer mientras crece la alimentación solitaria y desestructurada… principalmente los jóvenes toman la mayor parte de los alimentos en forma itinerante, en cualquier hora y en cualquier lado.” “Los jóvenes no tienen valores, no se les puede poner un límite”. En la escuela el discurso se repite y los docentes no encuentran cómo poner límites a sus alumnos. Siguiendo a Laura Kiel la pregunta podría ser si la palabra “límite” es indisociable de la palabra “poner”, si el límite siempre debe ser externo o si uno puede ir encontrando los límites. El límite también nos brindaría cierta posibilidad de protección. Comer en cualquier momento y en cualquier lugar podría ir corriendo a los sujetos (a los jóvenes en particular) de un espacio socializador privilegiado como lo es el compartir la mesa. ¿Podría pensarse la comensalidad como un límite contenedor para los jóvenes? ¿Cómo un espacio de encuentro con otros? ¿Cómo un momento de intercambio?
Dudas y preguntas de compañeros de trabajo
¿La cocina no es un lugar peligroso para los chicos? ¿Cocinar con fuego es peligroso?
Todo es peligroso, salir a la calle lo es (lo demuestran la cantidad de accidentes de tránsito), jugar al fútbol lo es (lo demuestra la cantidad choques y de lesiones que se generan durante el juego), sin embargo lo seguimos haciendo porque creemos que es más saludable asumir ciertos riesgos para poder interactuar con otros, para poder divertirnos. Aquí funcionaría la misma lógica: si uno cree que la cocina es un espacio para el aprendizaje, si cree que el dominio del fuego es un contenido a enseñar, pues asumirá ciertos riesgos. “Hasta el mejor cocinero se quema un dedo a veces y eso no es grave…” La clave es poder mitigar al máximo las potenciales posibilidades de accidente. He aquí también una de las claves más importantes, que los chicos cocinen no implica que nosotros nos vayamos a tomar mate a otro lado. Para que los chicos cocinen (y lo hagan autónomamente) nosotros tendremos que estar ahí más que nunca; debemos estar antes pensando cómo van a cocinar, anticipando los posibles problemas con los que se encuentren, proveyendo del material necesario para que la tarea no fracase. Tendremos que estar durante: para intervenir con preguntas que los vayan guiando cuando no encuentren solos la solución; para actuar ante situaciones de riesgo; para enseñar lo que no se pudo prever. Tendremos que estar después: para verificar que todo haya quedado en orden para la próxima comida; para repensar lo sucedido y seguir eligiendo o modificando intervenciones y propuestas. Que los chicos se metan en la cocina lleva MUCHO más trabajo que si la comida la prepara otro adulto; pero trabajamos de enseñar y en la cocina hay MUCHO para aprender sobre como cocinar, sobre como somos, sobre como nos relacionamos. “Somos lo que comemos” (desde lo biológico y desde lo cultural) y si lo que comemos lo preparó un compañero llevaremos un poco de él dentro nuestro.
¿Qué conviene empezar a cocinar con los chicos cuando se cocina con fuego?
Trataremos de seguir 3 reglas generales:
Cuando cocinen los chicos la comida puede llegar a fracasar, hay que tener un plan “B”. Si bien nosotros estaremos asistiendo el trabajo de los chicos y ayudándolos a resolver los problemas que se les planteen, la comida puede llegar a fracasar y esto tiene que ser un riesgo asumible, en especial cuando se cocina en pequeños grupos (cuando se cocina para todo el campamento deberemos garantizar que no fracase).
Iremos desde lo más sencillo a lo más complejo. La pregunta que cae de maduro es ¿Qué hace más compleja a una comida? La respuesta es la combinación entre todos estos factores: tiempo de cocción, espacio de trabajo, tipo de combustible (gas o leña), pasos de la preparación
Minimicemos los riesgos. Empezaremos cocinando sobre lugares estables (parrillas o mecheros) para luego ir complejizando el modo de sostener las ollas. Es más fácil quemarse con un líquido que con un sólido; es más fácil (y hay más tiempo) para anticipar la caída de la parrilla de un pedazo de carne que de una olla con agua hirviendo. A su vez las quemaduras con líquidos suelen ser más graves. Por más que calentar agua es relativamente sencillo, es más riesgoso que cocinar papas a las brasas. En la progresión iremos desde sólidos a líquidos. Por supuesto que deberemos tener bajo control todos los fuegos y una manera rápida de apagarlos.
¿Qué ventajas tiene cocinar por pequeños grupos? ¿Cuáles son las desventajas?
Cocinar por pequeños grupos reviste grandes ventajas, pero no es para todos los días. Si los chicos cocinan de a 4 ó 5 sentirán que la comida elaborada será un producto propio, tendrán más participación en la elaboración y se multiplicarán las potenciales situaciones de aprendizaje. Muchas veces son ellos mismos los que deciden los pasos a seguir o incluso, qué comer y se identifican con su producción. La mayor dificultad en este tipo de propuesta radica en que se crecen las posibilidades de accidentes por lo tanto hay que estar más atentos y disponer más personal para controlar el trabajo. No es para todos los días porque, por lo general cada grupo come a su tiempo (y es bueno que lo tengan) y cuesta mucho retomar la tarea; hay que prever un encuentro al mismo horario para todos para continuar con las actividades grupales.
Los chicos de mi escuela están acostumbrados a cocinar para sus hermanos ¿Es necesario que cocinen en el campamento?
Es sustancialmente diferente cocinar en el seno de la familia porque se reemplaza el rol de la madre o el padre, donde generalmente se trabaja solo, que hacerlo en el marco de una experiencia grupal. Por lo general este tipo de situaciones se da en casas de escasos recursos económicos donde muchas veces la escolaridad está alterada por los vaivenes de la vida laboral de los padres. Cuando alguno de estos chicos o chicas interviene en los espacios de cocina de los campamentos suele ser reconocido como portador de un saber valorado por el resto. En muchas oportunidades es ella o él quien comanda al grupo obteniendo así un espacio de poder delegado por sus compañeros por el reconocimiento. No está de más decir que en la mayoría de los casos los chicos que atraviesan estas situaciones familiares muchas veces no son reconocidos por sus saberes en los ámbitos educativos (por suerte en otras oportunidades sí), si el campamento sirve también para visualizar las posibilidades y saberes de cada uno, bienvenido sea.
¿Darle la tarea de cocinar a los chicos no es hacerlos trabajar?
Sí, definitivamente sí. Es hacerlos trabajar, pero no en el sentido de la explotación o del concepto del trabajo infantil. Los chicos no trabajan para nosotros; los chicos trabajan para ellos, para llevar adelante su proyecto. Si en algún punto del proceso entramos en esta confusión en algo nos hemos equivocado, algo no ha estado del todo claro y es necesario poner sobre la mesa todas las cartas. El campamento es un recurso educativo que además de mucha diversión y disfrute, lleva consigo, mucho trabajo y la asunción de responsabilidades por todos sus miembros. Uno de los desafíos para los docentes y para los acampantes es disfrutar del trabajo y de las responsabilidades asumidas. Para seguir pensando podríamos decir que trabajando podemos encontrar placer desde tres lugares distintos: disfrutamos haciendo porque la tarea es divertida (o la hacemos divertida nosotros); disfrutamos de los resultados de la tarea porque no fue divertido, pero obtuvimos un beneficio que no hubiésemos obtenido de no hacerla; o finalmente disfrutamos de haber resuelto una tarea costosa pero nos reconocemos capaces de superarla (reconocerse capaz o con un nuevo saber siempre es disfrutable).
¿No es preferible que los chicos jueguen a que cocinen?
Cocina Vs Juego es una falsa dicotomía. Los chicos tienen que jugar y de eso no hay ninguna duda, el juego tendría que ser actividad principal del campamento con niños; pero también puede ser la modalidad que se elige para enseñar. Se puede jugar mientras se cocina, pero tampoco tiene porque ser todo juego. En un campamento hay suficiente tiempo (si se lo sabe usar); para jugar y cocinar; para jugar e investigar; para cansarse de jugar y seguir jugando.
¿Cómo incluir el arte en la cocina?
“La comida entra por los ojos” es la frase más conocida y nos desafía al cocinar y en especial al servir a que ese conjunto de proteínas, hidratos de carbono, lípidos y minerales se transformen en alimento, que den ganas de comerlo. Desde ahí, en la presentación la creatividad puede irrumpir con toda fuerza no solo desde lo visual que se ve en el plato. El momento de servir puede ser armado como una obra de teatro o como una coreografía, si la comida lo permite planificar la servida con algún elemento sorpresa puede ser muy atractivo. Se han visto servidas con los chicos disfrazados, con canciones alusivas a la preparación, con poesías personalizando alguno de los ingredientes (por lo general al pollo).
Algunas preguntas, algunas respuestas, ejemplos y situaciones cotidianas en distintos campamentos se intentan combinar en este trabajo para seguir encontrándole el gustito a salir de campamento con niños y jóvenes, a seguir enseñando y seguir aprendiendo juntos en el medio natural.
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digital · Año 15 · N° 143 | Buenos Aires,
Abril de 2010 |