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Revista Digital


CON MANOS DE TIERRA Y CORAZON DE LEON.
IMAGINARIO NACIONALISTA Y FUTBOL
EN LA PRENSA COSTARRICENSE
Sergio Villena Fiengo 1 (Costa Rica)
svillena@cariari.ucr.ac.cr


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Por inverosímil que sea, nadie había ensayado
hasta entonces una teoría general de los juegos.
El babilonio es poco especulativo. Acata los
dictámenes del azar, les entrega su vida, su
esperanza, su terror pánico, pero no se le
ocurre investigar sus leyes laberínticas, ni las
esferas giratorias que lo revelan.

J. L. Borges, La lotería de Babilonia


Si, por puro afán heurístico, sustituimos en el epígrafe "babilonio" por "tico" y "azar" por "fútbol", tendremos un párrafo que, me parece, resumiría con bastante precisión la importancia que tiene ese deporte en la vida de los costarricenses, así como el relativamente escaso interés que los practicantes de las ciencias sociales le han prestado como objeto de estudio 2 . Ese anodino estado actual de las cosas, empero, no conjura mi esperanza de que, como sucedió en la Babilonia de Borges, un buen día brote en estas tropicales y húmedas tierras un súbito y generalizado interés epistemológico por conocer las "leyes laberínticas" y las "esferas giratorias" que rigen y revelan ese deporte. En espera de ese improbable día, este ensayo tiene la pretensión de desarrollar algunas ideas especulativas sobre las aún obscuras relaciones entre fútbol e identidad nacional en Costa Rica, explorando los mecanismos por los que ese deporte-espectáculo ha sido convertido en un importante artefacto cultural orientado a la "educación moral y cívica" de quienes habitan ese país.

Con el propósito aclarar la pertinencia del problema que me preocupa, así como los alcances de este ensayo, presentaré, en primer lugar, algunos argumentos sobre la importancia que tiene la construcción de modelos ejemplares para la conformación y reproducción de las identidades nacionales. Posteriormente, analizaré un acontecimiento específico que permitirá, espero, demostrar cómo, gracias a la labor del periodismo deportivo, el fútbol en Costa Rica ha sido convertido en un importante (re)productor de arquetipos nacionalistas. Finalizaré este ensayo presentando algunas reflexiones generales sobre las articulaciones entre fútbol y nacionalismo establecidas a través del discurso periodístico en este mismo país, así como un post-scriptum en el que establezco algunas comparaciones entre los rasgos que se atribuyen a los ídolos deportivos en Costa Rica y otros países latinoamericanos..


La nación y sus héroes arquetípicos: consideraciones teóricas
El nacionalismo es una forma particular de identidad colectiva que constituye, según Smith (1996), el mito comunitario de mayor vigencia en la actualidad. Su especificidad respecto de otras formas de identidad colectiva se debe a que, en primer lugar, es una identidad territorial. Sin embargo, a diferencia de otras formas de identidad espacialmente delimitada, lo nacional define a una comunidad cultural que, sobre la base de criterios finitos y soberanos, se articula a una comunidad política (el Estado) más allá de los espacios locales, definidos por un tipo de interacciones predominantemente face-to-face: la comunidad nacional es una comunidad en anonimato (cf. Anderson, 1993). Así, los Estado-Nación son comunidades históricas que tienen un componente cultural (étnico o primordial, según Geertz, 1990) y un componente político (cívico o contemporáneo, según Habermas, 1993), los cuales combinan en proporciones distintas para conformar una nacionalidad: el primero otorga identidad y el segundo ciudadanía.

Pero la articulación entre las comunidades políticas y las comunidades culturales es a menudo problemática, ya que sus fronteras rara vez coinciden. Por eso, entre las principales tareas que se proponen los Estados está, a partir del desarrollo selectivo de ciertos elementos a los que otorga la dignidad de patrimonio nacional, la constitución de comunidades culturales relativamente homogéneas en su interior, y diferenciadas lo más posible hacia afuera. Para generar esa comunidad de sentido, que haga vinculantes y legítimas las directrices políticas del Estado, éste, pero también sectores civiles que conforman la intelligentsia nacionalista, inculcan en "su" población sentimientos nacionalistas sirviéndose de variadas tecnologías que operan utilizando un amplio arsenal simbólico que comprende la lengua, las tradiciones, la alta cultura y todo lo que sea susceptible de alcanzar la dignidad de símbolo patrio, por medio de una abultada red institucional que abarca ministerios, sistemas educativos, museos, ejércitos, medios de comunicación y otras instituciones que podríamos englobar en lo que Althusser denominó aparatos ideológicos del Estado.

Ahora bien, se ha destacado que una de las paradojas del nacionalismo deriva del contraste entre su pobreza filosófica y su amplia aceptación (cf. Anderson, op. cit.). Ello es posible porque la adhesión o las lealtades hacia la nación tienen, antes que una fundamentación intelectual, una dimensión emotiva-existencial: la constitución de sujetos nacionales requiere mecanismos de socialización que se basan en sentimientos, antes que en razones y en argumentos. Esa función la cumplen los rituales, definidos como aquél modo de conducta colectiva de carácter simbólico, que se repite regularmente con el fin de dotar de sentido de trascendencia comunitaria a los miembros de la colectividad, obviando --y a menudo reforzando-- las diferencias cotidianas que en el plano funcional-estructural existe entre ellos. La organización interna del ritual y los símbolos que se movilizan generan una alta dosis de tensión psicológica (de ahí que sea común el uso de alcohol, drogas u otros estimulantes), que "desarma" intelectualmente a los participantes, tornándoles particularmente receptivos a la interiorización de sentimientos de pertenencia comunitaria. Con el propósito de fortalecer su efecto integrador, los rituales a menudo son estructurados sobre la base de dramatizaciones de los efectos perversos de las tendencias disgregantes. Por su carácter "igualador", de conjunción (Lévi-Strauss) o de communitas (Turner), los rituales constituyen situaciones sociales extraordinarias (cf. Villena, 1998: 96-97).

Los rituales generan un proceso de identificación de los individuos con la sociedad, mediante la adquisición de mapas cognitivos y lealtades sociales, que hacen posible la definición de la singularidad del grupo respecto a sus similares y la adhesión al colectivo de los individuos que son sus potenciales miembros. La urdimbre de las identidades puede considerarse, en esta perspectiva, un proceso de elaboración y difusión/adquisición de arquetipos sociales, de tipos ideales, que cristalizan o condensan, en estado puro, todo aquello que se considera distintivo del "ser colectivo" y, por contraparte, de los "otros". Estos modelos arquetípicos, con fines didácticos, continuamente reencarnan en héroes, próceres, prohombres y otros personajes ejemplares, cuyas hazañas son narradas una y otra vez en rituales conmemorativos que, movilizando las energías psíquicas de los individuos, tienen como fin inspirarles, esto es, generar en ellos una profunda identificación con el patrón de comportamiento ideal considerado propio del grupo, otorgando así continuidad a la comunidad y transcendencia a la existencia individual de sus miembros (ver Anderson, op. cit.; Smith, 1996; 1998; Gutiérrez, 1998 ; etc.).

Entonces, la construcción de identidades nacionales requiere la elaboración de modelos, en los dos sentidos que tiene el término: de arquetipos esenciales del ser nacional, es decir, de tipos ideales orientados a condensar y representar, de manera simplificada, la singularidad de lo propio, y a la vez, capaces de inspirar y, por tanto, de motivar la adherencia comunitaria, según un patrón de conducta específico, de los individuos que cumplen los requisitos de membresía: son modelos ejemplares, un "deber ser". Además de esta dimensión moral, que se agrega a su dimensión cognitiva (categorial) ya señalada, los arquetipos poseen una dimensión emocional que consiste en brindar una identidad gratificante: la alquimia nacionalista es capaz de convertir cualquier rasgo propio en una virtud, el plomo en oro; el nacionalismo –señala Billig-- es un espejo de narciso (cf. Billig, 1998). Estos modelos son artefactos culturales que exigen un andamiaje institucional que hace posible su elaboración y actualización permanente: toda nación tienen sus propios mitógrafos y divulgadores. Los arquetipos son fecundados por una intelligentsia nacionalista que cultiva las bellas artes y/o el folklore, y son aprendidos por las nuevas generaciones en rituales cívicos, gracias a la labor de los agentes de socialización; una vez interiorizados por los miembros de la sociedad, se convierten en un habitus, en guías inconsciente del actuar. El estudio de cada nacionalismo histórico debe, por tanto, indagar acerca de los rasgos particulares que constituyen las virtudes del arquetipo nacional, así como también investigar, en una perspectiva diacrónica, sobre las fuentes que los inspiran y los espacios institucionales en que se elaboran, así como las figuras en que continuamente reencarnan y las formas que asumen los procesos de su transmisión ritual hacia la sociedad.

Pues bien, con base en las consideraciones anteriores, mi hipótesis es que, en Costa Rica, el fútbol se ha articulado "sentimentalmente" al nacionalismo, haciendo que los espectáculos deportivos se conviertan en rituales celebratorios de la nacionalidad. Me interesa aquí explorar empíricamente esa articulación, en una de sus dimensiones: la importancia que tiene el fútbol como artefacto cultural orientado a la "educación moral y cívica" de los costarricenses. Tomando prestado un concepto de Geertz, en un ensayo anterior (cf. Villena, 1996) aventuré la hipótesis de que en Costa Rica ese deporte, y más concretamente los futbolistas profesionales, han sido convertidos por algunos agentes de la socialización popular, en especial por algunos sectores de la prensa deportiva, en el "centro ejemplar" de la sociedad, esto es, en modelos de conducta para las generaciones nuevas. Así, los espectáculos futbolísticos cumplen la importante función de espacio ritual –tal vez el principal, desde la perspectiva de su alcance masivo, intensidad emotiva y continuidad y frecuencia temporal -- celebratorio de lo nacional para el conjunto de la sociedad, sobre todo a partir de la, en el contexto local, memorable actuación de la Selección Nacional en la fase final del mundial de 1990, en Italia. Esta funcionalización es posible porque tales espectáculos presentan, por su organización institucional, su carácter competitivo y su rentabilidad económica, condiciones ritualizantes altamente favorables para su utilización en narrativas nacionalistas orientadas a la socialización masiva de los miembros "anónimos" de la comunidad "tica".

La densa red simbólico-discursiva que circunda al fútbol, (re)producida y puesta en circulación por los mass media, se ha convertido en uno de los principales medios por los cuales los habitantes de estas tierras apre-he-nden y hacen suyos los rasgos morales e intelectuales que han sido consagrados como propios del tico por la retórica nacionalista: es al ser interpelados en términos de ciudadanos-aficionados (y cada vez más, de consumidores), que éstos se constituyen en sujetos nacionales, en "ticos" (cf. Villena, 1996; 1998). Los medios de comunicación masiva potencian/intensifican la articulación entre fútbol y nacionalismo por dos razones : por un lado, hacen técnicamente posible lo que, según Canetti (1995), es la vocación final de toda "masa": abarcar a la totalidad social (recortada en términos nacionales); o en términos de Anderson, hacen posible la "comunidad en anonimato". Por otra parte, producen un plus nacionalista al narrativizar 3 los encuentros deportivos en función de una retórica nacionalista : transforman la crónica deportiva en épica nacionalista. Es debido al recorte de audiencia y a la narrativización que el periodismo deportivo densifica la dimensión ideológica nacionalista que tiene el fútbol, ya presente en su estructura organizativa y ritual, conformando códigos nacionalizados de recepción de imágenes globales y de producción de programas locales (nacionales), códigos que pautan las formas de consumo/recepción, de encadenamiento histórico y de formación de la memoria 4 . En fin, los medios de comunicación se articulan con los factores institucionales, ideológico/culturales y tecnológicos, que han convertido al fútbol en un importante vehículo para movilizar sentimientos de pertenencia y comunión nacional, bajo la forma de lazos irreflexivos a identidades colectivas (cf. Villena, 1998 : 103-106).

En este ensayo desarrollaré esas hipótesis y presentaré algunas pruebas en su favor. El pre-texto del que me serviré para ordenar el desarrollo de mis argumentos es la reciente despedida de la vida futbolística activa de un famoso jugador costarricense. Analizaré la imbricación entre nacionalismo y el fútbol en el discurso periodístico emitido a propósito de la ocasión señalada, con el fin de identificar algunas pautas sobre la forma en que el periodismo deportivo semantiza los espectáculos deportivos como rituales nacionalistas. Mi hipótesis de trabajo es que ese espectáculo futbolístico ha sido funcionalizado por la prensa especializada en deportes como (re)productor de la imagen nacionalista oficial vigente desde fines del siglo XIX, que tiene su expresión en el modelo que se ha denominado "el Idilio campesino". Las fuentes de información corresponden a los más importantes periódicos, comprendiendo a los de mayor circulación nacional.


El labriego "humilde y sencillo" como héroe nacional "tico"
Hace poco, las páginas de los diarios y los destacados de los noticieros de radio y televisión, se concentraron en lo que, por la atención que concitó en la prensa y en general en la sociedad, se podría denominar el gran acontecimiento deportivo de 1998 : el retiro del fútbol, como jugador, de Mauricio Montero, más conocido como "el chunche". Si bien las despedidas de los astros furbolísticos son usuales en todos los lugares allá donde ese deporte se ha convertido en espectáculo, a la manera de rituales de paso en los que el protagonista principal vuelve –desciende-- a la vida "normal", la del "chunche" tuvo un carácter apoteósico que en mucho y de manera original supera a los escenificados con ocasión de otras despedidas de futbolistas costarricenses destacados realizadas en los últimos tres años, por ejemplo, la de Evaristo Coronado (otro "caballero del deporte") y la de Enrique Díaz.

La despedida del "chunche" inició con una romería por gran parte del territorio nacional, a la cual la prensa escrita y audiovisual dio un seguimiento pormenorizado, sin descuidar detalle alguno. Como muestran las imágenes, en todos los lugares que visitó, Mauricio Montero recibió amplias muestras de simpatía no sólo por parte de los hinchas de fútbol, entre ellos miles de niños, sino por amplios sectores de la sociedad, los cuales fueron eficazmente interpelados por la prensa, puesto que se presentaron puntuales y emocionados a dar su adiós y solicitar un autógrafo a su ídolo 5 . Incluso, y ya en el límite de lo verosímil-místico del acontecimiento, una anciana campesina expresó que el "chunche" le recordaba al mismísimo "Tatica Dios" 6 .

Aún cuando la romería por sí misma fue ya un hecho sorprendente, todavía quedaban cosas por ver : el clímax del acontecimiento tuvo lugar durante el partido de despedida, celebrado (¿casualmente ?) la fecha en que se conmemora la fundación de Costa Rica, el 15 de setiembre, en el estadio "Alejandro Morera Soto", de la ciudad de Alajuela. La multitud que, en ansiosa espera del arribo de su ídolo, abarrotaba las graderías del estadio, fue sorprendida por el alarde principesco de éste, nunca visto entre los deportistas, y ni siquiera entre los políticos locales –incluidos los presidentes de la república—que se presentan ante la sociedad como modestos servidores públicos 7 : el "chunche" descendió al campo de juego en un sustituto moderno de los reales carruajes: un helicóptero 8 . Mientras era recibido con una ovación general que hacía vibrar las estructuras del estadio y el alma de los enfervorecidos hinchas que coreaban a viva voz "chunche, chunche... se va, se va", el héroe era saludado sobre el césped con efusivos abrazos por representantes de muchos clubes (un cronista señala que en las tribunas se veían las banderas de los 12 clubes profesionales costarricenses), lo que recordaba que estaba más allá del bien y el mal, aunque no de la política, como dejaba sospechar la presencia de un sonriente ex-presidente de la república, quien señalaba a un reportero de la televisión que su presencia obedecía a que había sido invitado especialmente por el "chunche", como aficionado "desde niño" a la Liga Deportiva Alajuelense, esto es, al club en que el homenajeado vivió sus momentos estelares 9 . En esos "orgásmicos" momentos –para usar un término frecuente en el medio--, la televisión intercalaba las imágenes en vivo y directo de lo que ocurría en Alajuela, narradas en primera persona por un imitador de la particular forma de hablar del "chunche" , con comerciales en los que el mismísimo héroe incitaba las pulsiones consumistas de sus simpatizantes.

Si este acontecimiento es espectacular por su propio despliegue escénico, por la importancia que le dieron los medios de comunicación y por la presencia activa y masiva de la sociedad tica, lo es aún más cuando retiramos la mirada de la pompa y escarbamos en el curriculum deportivo de Mauricio Montero. Desde un punto de vista estrictamente técnico, las virtudes de nuestro héroe no son, por cierto, las de un astro futbolístico : aún restringiéndonos al propio ámbito costarricense, no es un jugador genio y menos un jugador poeta; con indulgente complacencia podría ser tal vez considerado un jugador excepcional 10 . Nunca vistió la camiseta de un club internacional, aunque ya casi al final de su carrera fue tentado por un club eslovaco (La Nación, 18/X/96). Por último, pese a que formó parte de la zona defensiva del seleccionado nacional mayor, con el que jugó 56 "partidos internacionales clase A", entre los que se cuentan aquellos que Costa Rica protagonizó en el mundial de 1990, su nombre no es especialmente destacado cuando se rememora la epopeya del fútbol nacional : por ejemplo, en una apología de la selección mundialista de 1990 se señala a "Luis Gabelo Conejo, Juan Cayaso, Hernán Medford y el resto de los jugadores (...)") (Tovar, en Revista Domimical de La Nación del 9/6/96 ; ver también "Tiempos de selección, fascículo 8 : "Hazaña en Italia", donde se hace una sola mención a Montero). Esta característica de su juego son reconocidas en las propias glosas de su apologética biografía, publicada como libro (ver Alfaro, op. cit.).

De lo señalado anteriormente, se puede colegir que las razones de la impresionante fama del "chunche" no hay que buscarlas principalmente en sus habilidades con la pelota. ¿Dónde entonces? Voy a elaborar algunas hipótesis a partir del análisis del discurso de la prensa costarricense emitido durante la semana de su despedida. Asumiendo que, para que alguien se haga acreedor del favor popular y obtenga fama y honores, es necesario –además de publicidad-- que la sociedad reconozca en él o ella la personificación hiperbólica de alguna virtud o valor considerado fundamental para la convivencia comunitaria, sea del orden de lo intelectual, de lo estético o de lo ético, parece apropiado preguntarse, entonces, cuáles son las virtudes sociales que, en el marco de un discurso nacionalista articulado al fútbol, han sido asociadas a Mauricio Montero.


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Revista Digital
Año 4. Nº 13. Buenos Aires, Marzo 1999.