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La dimensión social del cuerpo con discapacidad

y su valoración en los sistemas de producción

 

Adscrito a la catédra “Didáctica para la integración en Educación Física”, U.N.L.P.

(Argentina)

Lic. Emiliano Naranjo

proyectoddef@yahoo.com.ar

 

 

 

Resumen

          El presente articulo, se acerca de un modo exploratorio a la construcción del cuerpo con discapacidad e intenta dilucidar como las personas, a quienes se suele estigmatizar por alguna razón, ocupan un rol social y en función de este, se actúa y se juzga.

          Palabras clave: Cuerpo. Discapacidad. Sistemas de producción

 
http://www.efdeportes.com/ Revista Digital - Buenos Aires - Año 14 - Nº 133 - Junio de 2009

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La mirada

    Existe en la imagen, un poder encantador, que cautiva y atrapa basándose en la relación ojo-mirada, binomio que es indispensable para la individualidad y en consecuencia para el quehacer colectivo. Mientras el ojo nos otorga información témporo-espacial, posibilitándonos la representación del cuerpo en el espacio; la mirada se encarga de asignarnos una significación social, que más que como el producto del reconocimiento de uno mismo, surge como consecuencia de la relación con los otros.

    Así como, en la relación ojo-mirada se establecen dispositivos que desembocan en la formación de la imagen corporal, y a su vez, esta, confluye en la construcción del esquema corporal. Hay en la mirada del otro, cierta dependencia del entorno, del reflejo de uno mismo, y de nuestros deseos y necesidades.

    Cuando es necesario que quien mira afiance su subjetividad, el mirado resultará diezmado, segmentado con el fin de ser analizado parte por parte, imponiéndosele una mirada fulminante que no tiene otro objeto más que el de develar las diferencias. Pero si es el deseo lo que impulsa a mirar, el mirado no sólo se encarnara como algo posible sino que se volverá necesario. Pues, vive en todo deseo, el embrión de la necesidad.

    De lo anterior se deduce que, la necesidad sin deseo es el dispositivo por el cual, la mirada desautoriza, ilegitima y transfiere la semilla de la estigmatización al mirado, dando como resultado, la imposibilidad de empatizar y también, el refuerzo de la individuación de quien juzga. Es en el cuerpo con discapacidad donde todas las miradas son encontradas, las ilegitimaciones legitimadas y las diferenciaciones diferenciadas.

    Un cuerpo extraño, diferente, o anómalo, es un cuerpo indeseable por la mirada ajena. Pero, ¿cómo se construye desde este cuerpo, una mirada de deseo, que a su vez conlleve un cuerpo deseable?

    Es también la mirada del otro lo que nos permite reflejarnos y desear, así que, este cuerpo extraño podrá comenzar a definirse como diferente en la observación de terceros. El deseo mas importante que surge en un cuerpo diferente, es el deseo de otro cuerpo, uno que no sólo permita desear al otro sino también, desearse a si mismo, uno que permita mirar más que ser mirado.

El cuerpo invisible o silente

    Como actores sociales, estamos inmersos quiérase o no, en un hacer cotidiano que se encuentra regulado y al mismo tiempo, tecnificado por la ley. Es mediante el cumplimiento/incumplimiento de las normas que los cuerpos son atados, definidos, y al mismo tiempo concebidos.

    Aquellas personas que se encuentren fuera, o al margen de las “normas sociales” dejaran si querer impresas en sus cuerpos señales de exclusión, así como un prisionero suele tatuarse para recordar su periodo de reclusión o el indigente pierde una a una sus células nerviosas a causa de la falta de alimentos. Mientras que, quienes se hallen bajo el apaño normativo de lo que se considera adecuado, como ser alguien que padece obesidad debido a una sobre alimentación, o un obrero que, todos los días lleva a cabo extenuantes jornadas de trabajo físico, también verán afectados sus cuerpos, pero estos, lo harán de un modo más conciente y no tan extremo. Sin importar el lado de la ley que se aparente ocupar, el hacer deja una fuerte impronta en nosotros y en nuestras formas.

    Todos de alguna o otra manera en algún u otro momento, formamos parte de un proceso de exclusión, que nos hace invisibles, nos quita significado, y lacera profusamente nuestra identidad, transformándonos en silentes que sólo cobran voz bajo la representación de un dato estadístico -generalmente un guarismo inmenso- esbozado por un cuerpo validado o lo que es lo mismo decir, un cuerpo que aún no fue excluido, que aparenta esconderse en la inclusión.

    Pero si la inclusión es un escondite, ¿quiénes se esconden?, y ¿por qué lo hacen?, ¿lo hacen de ellos mismos?, ¿o de todos? El ocultamiento, no es más que un mecanismo de negación, de destrucción corporal de insignificancia, de inmovilidad; es un espacio necesariamente de transición. Pues ninguna persona debería ser silenciada o acallada dado que, todos tenemos de alguna manera algo significativo que decir. Sin embargo, muchas veces nos movemos sin darnos cuenta dentro de sensación de ocultamiento que nos brinda la inclusión; creyendo estar adentro sólo esperamos el momento de ser botados, expulsados, excluidos.

    Pereciera ser, que aquellos que inventaron la inclusión ¿olvidaron? dejar fuera a la miseria porque estar adentro o afuera del sistema tiene poco que ver con aptitudes labores y mucho con actitudes miserables.

    La capacidad para trabajar, es con frecuencia el valor preponderante tomado al momento de hablar de mecanismos inclusivos, el que trabaja esta dentro, dentro de algo que quizás no conoce, pero sabe, y se siente parte de un todo que lo resignifica. Se relaciona con sus pares, y construye su identidad, y sociedad, en función de la supuesta ilusión de inclusión.

    La fuerza de trabajo, no sólo define a la persona y su cuerpo; sino que también lo hace con el sistema al cual pertenece o se quiere pertenecer. En otras palabras, quien desee formar parte, estar incluido, insertado, etcétera deberá responder a las pautas exigidas por el sistema de pertenencia.

    Podemos decir entonces, que todos aquellos individuos que no puedan responder a las demandas de un sistema de pertenencia deseado y considerado socialmente adecuado; en función del respeto a las normas, -y a las buenas costumbres- son los que comúnmente denominamos excluidos, expulsados, desaprendidos de una fuerza de trabajo, sujetos intermitentes, visibles ante la indiferencia pero invisibles para hacer la diferencia.

    Aparentemente, la inclusión es el lugar de escondite elegido por todos aquellos que logran referenciarse con sistema de pertenencia legal, adecuado, que les brinda una sensación ilegitima de libertad. Decimos que es ilegitima pues, también esta sujeta a la mirada, los movimientos, y la palabra del otro, que a su vez, nos ata a su mundo y juzga en consecuencia

    El ocultamiento inclusivo, al permitirnos referenciar, interactuar y explotar nuestra fuerza de trabajo; nos da seguridad, valida nuestra realidad corporal como instrumento de trabajo, afirma que somos importantes para el sistema, que cumplimos un rol, en definitiva, que tenemos un quehacer que nos permite pertenecer.

    Queda entonces por debelar si los incluidos se esconden de ellos mismos, o de todos. Muchos, esperan el tiempo de ser retirados, jubilados; dado a que junto con su fuerza de trabajo parece desaparecer también, eso que nos mantiene atados al sistema, eso que nos sujeta y al mismo tiempo nos detiene. Trabajar para retirarse, es como esperar para empezar a vivir. Es decir, que quienes están dentro por su fuerza de trabajo, si no hacen lo que desean, en principio se ocultan de ellos mismos pues, bajo la ilusión de pertenecer relegan sus deseos más íntimos, más constructivos, esos que adormilan hasta su retiro, hasta perder sus fuerzas, para intentar recuperarlas casi en el ocaso de sus vidas.

    El entretejido social, la visión estructural y la relacion con las cosas, nos indican -como dice Sartre- que, todos formamos parte de algún proceso productivo, aquél que nos mira nos esta viendo trabajar, nos esta viendo dentro, ocultos, interactuando entre la pertenencia y la esencia. Los que están fuera, los excluidos, son los que miran lo que esta oculto, y al mirarlo se vuelven invisibles pues les es imposible pertenecer por fuerza de acción, a eso que observan, y sin saberlo, se transforman en la mejor expresión de todas las libertades individuales y colectivas.

    Mientras los incluidos, se esconden de todos y de todo hasta el momento de su retiro; los excluidos quedan expuestos al mundo de lo invisible, para legitimar la indiferencia que ofrece la pertenencia. Vivimos en una bruma que todo lo desaparece, como fantasmas latiendo en una intermitencia infinita.

    Entre los excluidos están las personas con discapacidad, donde lo corpóreo no alcanza a satisfacer las necesidades del otro. Donde el sistema asistencial, es el sistema por excelencia, y donde la bionomía ajena siempre resulta ser mayor que la propia; lo que instaura en los discapacitados una situación de deuda eterna, que dificulta aún más cualquier proceso inclusivo.

    La imposibilidad de un ocultamiento común -mecanismo de inclusión- expone a las personas discapacitadas, a un no lugar o lo que es lo mismo decir, a una invalidación de su cuerpo como fuerza de trabajo.

    La aparente situación de orden que establece el binomio de inclusión/exclusión parece asignar un lugar a cada cosa, a cada persona. En consonancia con el pensamiento mágico, la sensación de adentro y afuera nos brinda la aparente ilusión de que todo ocupa un lugar, y que debemos correr con la mayor eficiencia posible a tomar por coerción o mérito, aquello que per se nos fue dado y así, transformarlo en dable.

    Comienza entonces a tener mayor preponderancia la variable tiempo, como aquello que debemos ocupar de buena manera, aprovechar e impregnar con lo mejor de nuestra fuerza de trabajo, de acuerdo a las formas y buenas costumbres morales para no quedar fuera del sistema de pertenencia, ser excluidos o expulsados.

    Los excluidos, desperdician su tiempo, no lo ocupan por que no tienen lugar y así, no se someten al tiempo del trabajo, que intenta definir mucho más que los cuerpos, intenta definir nuestra ideología y lo que puede resultar más perverso aún, nuestro modo de vida.

    La administración del tiempo, y sus intentos por definirnos como individuos; se apoya necesariamente en un sistema de clasificación y control de todas las diferencias, que son frecuentemente reconocidas como situaciones a corregir, y no como valoraciones a ponderar. La clasificación desemboca en un intento de inclusión/exclusión que no sólo prioriza la capacidad de trabajo por sobre las condiciones integrales del sujeto, sino que, lo desvaloriza y al mismo tiempo, lo expulsa o introduce de forma virulenta.

    Disciplinar, controlar o balancear, no es más que lo dado, mediante un sistema de clasificación que se ocupa de desocuparnos, de asignarnos un lugar, sin importar nuestro deseo, nuestra sensación de bienestar, nuestra sensibilidad interna que nos hace personas, que nos hace humanos y que nos permite tener la esperanza de ser felices.

    En los excluidos, discapacitados, la mirada resulta el mecanismo clasificación por excelencia. Como mencionamos antes, esta juega un papel trascendental en la construcción de la imagen corporal; y muchas veces -erróneamente- bastará sólo una mirada para aventurar la situación laboral, que una persona con discapacidad tendrá a lo largo de toda su vida. Esto es bien expresado por Skliar cuando dice:”(…) Y si volvemos a la mirada -a nuestra mirada- existe, sobre todo, una regulación y un control que define hacia donde mirar, como miramos a quienes somos nosotros y quienes son los otros y, finalmente, cómo nuestro mirar acaba por sentenciar cómo somos nosotros y cómo son los otros. (…)”

    La categorización que nos arroja adentro o afuera, no es más que una instancia de poder, una coacción a la que somos sometidos, desde que nacemos -desde que creemos estar dentro del mundo- y hasta que desaparecemos.

    Es bajo este mecanismo coactivo que se le otorga al cuerpo formas de significación, y representación, creando un sistema de referencia/pertenencia que esta al alcance de pocos y a causa de esto, se instala en el deseo de muchos. Esto, se ve claramente, en situaciones publicitarias donde se promete al consumidor que si compra el producto en cuestión podrá verse “tan bien” como quien lo publicita, -lo vende- aunque este último, ostensiblemente no lo necesite.

    La promesa de éxito, conquista, conmueve y a su vez, intenta enredarnos en la perversa maraña de los conquistados, de aquellos a quienes se ha a acallado, esos que ya no son más que orden, que acompañan lo ordenado.

Referencias bibliográficas

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  • NARANJO, E. Un discapacitado motor, como profesor de Educación Física. EFDeportes.com, Revista Digital. Buenos Aires, Nº 127, diciembre, 2008. http://www.efdeportes.com/efd127/un-discapacitado-motor-como-profesor-de-educacion-fisica.htm

  • SARTRE, J. El ser y la nada. Buenos Aires: Losada, 1972.

  • SKLIAR, C. ¿Y si el otro no estuviera ahí?, notas para una pedagogía (improbable) de la diferencia. Buenos Aires: Miño y Dávila, 2002.

  • SOARES, C. Prácticas corporales: Historias de lo diverso y lo homogéneo. En: Jornadas cuerpo y cultura: prácticas corporales y diversidad. Buenos Aires: Coordinación Deportes – UBA, 2005.

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