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Principios teóricos y orientaciones metodológicas 

de la intervención desde la motricidad

 

Universidad de Alcalá

(España)

José Luis Pastor Pradillo

tote.pastor@uah.es

 

 

 

Resumen

          La metodología necesaria para el desarrollo de la intervención desde la motricidad ha de estar sujeta a distintas circunstancias que inevitablemente han de ser matizadas y definidas desde el compromiso previo que implica la elección de una fundamentación teórica concreta. Esta significación, a su vez, impondrá la descripción otros aspectos fundamentales del esquema metodológico como son la descripción de las orientaciones metodológicas, la identificación de los ámbitos de intervención, los dominios intervinientes o en los que se pretende repercutir los efectos de la intervención o los recursos técnicos necesarios para lograr los objetivos propuestos en cada caso. En este trabajo centraremos nuestra atención en este segundo aspecto imprescindible para el diseño de la intervención, cualquiera que sea su objetivo

          Palabras clave: Motricidad. Intervención. Metodología. Educación Física.

 
http://www.efdeportes.com/ Revista Digital - Buenos Aires - Año 14 - Nº 131 - Abril de 2009

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    Este Artículo puede servir como complemento de anteriores colaboraciones del autor en esta revista digital y, especialmente, como continuación del publicado en noviembre de 2008 con el título “El esquema metodológico de la intervención en motricidad desde una perspectiva cognitivista”. Como pudimos argumentar en él, cuando se aborda el diseño de un procedimiento de intervención, a menudo, el primer problema que se ha de resolver requiere evitar que el fin genérico o general sea tan ambiguo que impida la concreción necesaria de sus objetivos. Afirmar, por ejemplo, que la salud es el fin de la Medicina puede ser una aseveración válida en aquel nivel genérico que identifica a la misma ciencia incluyendo su cuerpo doctrinal y deontológico, sus recursos técnicos o sus estrategias terapéuticas. Sin embargo, actualmente, para identificar parcialmente alguno de sus ámbitos de actuación o las técnicas específicas que han de utilizarse se requieren referentes más concretos para seleccionar objetivos específicos diferentes, procesos operativos particulares o perspectivas distintas si se trata, por ejemplo, de la salud del sistema nervioso, de la salud del sistema cardiovascular o de la higiene podológica.

    La metodología, cuando se caracteriza por una naturaleza integral que favorece el total desarrollo y realización de la personalidad, para abordar su diseño de intervención, ha de considerar previamente los distintos aspectos que caracterizan aquellos niveles de la estructura o los dominios y dimensiones en que se pretende intervenir y, como consecuencia, decidirá la adecuación del diseño metodológico en función de cuales sean los principios teórico-técnicos que, en cada caso, se deduzcan de su fundamentación conceptual o epistemológica.

1.     Fundamentación teórica

    Cualquier diseño ha de clarificar, previamente, cuales son los principios teóricos en que se fundamenta, requiere un compromiso doctrinal previo que, desde una fundamentación epistemológica concreta, proporcione unas posibilidades de actuación, permita el diseño y empleo de unos determinados recursos, identifique los objetivos que justifiquen la aplicación del proceso metodológico y, de manera fundamental, sustente una determinada manera de entender los elementos, los medios y los ámbitos de la intervención. Este compromiso, por sí mismo, resaltará una serie de elementos o factores, identificará el uso de las técnicas más adecuadas o las posibilidades de actuación en determinados campos, por ejemplo.

    Estamos de acuerdo con John Dewey cuando afirmaba que no existe mejor práctica que una buena teoría y, al mismo tiempo, también somos conscientes de como, con demasiada frecuencia, en la intervención motriz, suscita mayor interés la actividad que la intencionalidad del procedimiento. El activismo es un tic excesivamente frecuente que, finalmente, suele propiciar un desarrollo metodológico inspirado más por la variación de las actividades, el empleo de materiales, o el ensayo de dinámicas inéditas que por una intencionalidad adecuada a los objetivos perseguidos o por una determinada versión conceptual.

    Si renunciamos a un posicionamiento concreto y militante deberíamos admitir que la verdad no reside, en exclusiva, en ninguna de las propuestas o sistemas psicológicos. Por el contrario, a menudo, cada uno de ellos parece más interesado en un aspecto concreto, aquel con el que se suele identificar en mayor medida, y que acostumbra a convertir en su objeto de estudio principal. Aspectos tan básicos como pueden ser para nosotros la comprensión del movimiento o de la conducta motriz se explican de manera diferente en cada uno de estos sistemas: el Psicoanálisis destaca una dimensión afectiva que fundamenta, orienta y describe el comportamiento introduciendo una dinámica a nivel inconsciente y simbólico; el Conductismo analiza la conducta como el resultado de un condicionamiento atribuyendo al aprendizaje la función de elaborar el repertorio conductual; y el Cognitivismo, por ejemplo, sugiere que es el tratamiento de la información el principal mecanismo en que se sustenta la explicación de la conducta motriz.

    Por nuestra parte no tenemos inconveniente en aceptar alternativamente la fundamentación de cada uno de estos sistemas según que objetivos nos propongamos, para intervenir, en según que dimensiones lo hagamos o dependiendo de cual sea la forma de actuación elegida en el desarrollo práctico del procedimiento de intervención. A este respecto, mantenemos nuestro convencimiento de que cualquier propuesta que se realice en el ámbito de la Motricidad ha de ser analizada desde dos referentes fundamentales: cuerpo y movimiento.1

a.     Concepto de cuerpo

    Para clarificar el diseño de nuestra propuesta metodológica desde la motricidad parece conveniente resaltar, al menos, los siguientes aspectos:

a.1.     El concepto de la naturaleza humana, que nosotros consideramos desde un modelo unitario, global y holístico. Para su tratamiento la describimos como una estructura psicomotriz, psico-orgánica o psico-somática, en la que integramos aquellas dimensiones que serán condición y objeto de la misma intención metodológica.

a.2.     El equilibrio holístico. Identificando la naturaleza humana con el modelo teórico que denominamos “estructura psicomotriz” no pretendemos otra cosa que evidenciar la necesidad de que todos sus elementos, áreas o dimensiones, se organicen en una funcionalidad óptima. Esta capacidad funcional, contemplada desde una óptica adaptativa, se concreta en la emisión de conductas y en los efectos que esta ejecución genera para el individuo. De la organización de estructura y de su capacidad de actuación depende el carácter, la naturaleza, la pertinencia o la eficacia de las relaciones que el sujeto establece consigo mismo y con el resto de los elementos que componen el esquema (O-M) expuesto con anterioridad.

b.     Concepto de movimiento

    La evolución conceptual a que ha estado sometida la comprensión de la naturaleza humana también afectó a la significación del movimiento y, en especial, a la descripción que de él se realizaba en el ámbito de la actividad física. La Motricidad, al concebirlo desde una perspectiva global, como expresión y respuesta de un organismo en la interacción con su medio, le identifica con la conducta o expresión de un Yo constituido en elemento nuclear de la personalidad. Para explicar como entendemos la conducta y los nexos relacionales que la determinan apelamos a los siguientes principios teóricos:

b.1.     Principio homeostático de la relación: Nosotros hemos concretado la solución de este problema adaptativo en el establecimiento de un equilibrio interactivo entre los dos miembros de la ecuación (O-M). Esta dialéctica establecida entre el organismo y el medio se resuelve mediante la consecución de una relación homeostática que, en el caso del hombre, integra múltiples factores de naturaleza diversa y de percepción heterogénea y subjetiva.

    En nuestra propuesta metodológica potenciamos el valor y la trascendencia que, posee el ejercicio encaminado a la resolución del problema existencial para facilitar los procesos de autopercepción y autoorganización del individuo. Coincidimos con Henry Wallon al considerar que entre el acto motor, el movimiento, y la representación mental se sitúan todas las relaciones posibles entre el individuo (O) y el medio (M) en que se ubica. Por tanto, entendido así el problema existencial, podríamos considerar que la conducta es una reacción del organismo ante el mundo, que se transforma en acciones con una expresión de carácter diverso dependiendo cual sea su orientación, su finalidad o en que medida participen cada una de las dimensiones que la integran: físicas, perceptivas o mentales.

    Por lo que se refiere a un diseño metodológico, un procedimiento de intervención que tenga en cuenta esta relación homeostática y que se proponga utilizarla ya sea como condición de acción o como objetivo del proceso, ha de plantearse las siguientes metas:

  • Identificación de planes y expectativas, de las motivaciones iniciales, que constituyen o cualifican la información sensorial tanto de origen exógeno como endógeno.

  • Percepción de estímulos propioceptivos que proporcionan al individuo el conocimiento o la intuición inmediata de sí mismo y de su disponibilidad conductual: autoaceptación y autoconcepto.

  • Autoorganización: construcción del esquema corporal y organización de la estructura psicomotriz.

  • Desarrollo de las capacidades y aptitudes motrices necesarias para la conducta: capacidades físicas básicas y aptitudes psicomotrices.

  • Adquisición de un repertorio dinámico que incluya desarrollo de la espontaneidad como base de la disponibilidad, el almacenamiento de formatos de conducta y la adquisición de habilidades y destrezas motrices.

  • Establecimiento de la interacción con el medio a través de un eficaz análisis de las propiedades de los objetos y de las relaciones establecidas entre ellos mediante procesos de comprensión adecuadamente elaborados.

b.2.     Concepto de adaptación: Traduciendo el principio homeostático a un concepto más funcional podríamos afirmar que únicamente se consigue alcanzar el equilibrio entre el organismo y el medio cuando, como resultado de su relación interactiva, se produce la adaptación del sujeto.

    Jean Piaget, cuando estudia este proceso afirma que su solución puede alcanzarse orientando la conducta en dos direcciones o utilizando dos estrategias diferentes: la “acomodación”, cuando el organismo condiciona su comportamiento a las condiciones del medio, o mediante la “asimilación”, modificando el medio ajustando sus características y elementos a las aptitudes del individuo.

    La Motricidad, no solo ha de proponerse el desarrollo de las capacidades físicas o psicomotrices necesarias para desarrollar ambas alternativas de actuación mediante conductas eficaces, sino que también ha de asumir como objetivo proporcionar al individuo aquellas habilidades que le permitan un análisis de la situación más acertado y, como consecuencia, diseñar estrategias conductuales que, en cualquiera de las dos direcciones, resulten eficaces para resolver el problema adaptativo.

b.3.     La noción de disponibilidad: Cuando de lo que se trata es de utilizar el movimiento como medio de intervención resulta fundamental conocer la capacidad que, potencialmente, posee el sujeto para diseñar o ejecutar conductas.

    Entendemos la disponibilidad como un resultado del proceso genérico de autopercepción que condiciona el comportamiento del individuo. Es uno de los efectos que produce la experiencia conductual entendida como resultado de la relación dialéctica establecida entre el sujeto y el medio. La información de retorno que obtiene el sujeto de su propia conducta, de la percepción de sus elementos, de la naturaleza de las relaciones o de los efectos y resultados de su comportamiento, va concluyendo una conciencia sobre sí mismo y sobre sus capacidades, sus límites y sus posibilidades de actuación.

b.4.     La modularización de la conducta: Si entendemos que la conducta es la ejecución de un formato motor y que el movimiento así entendido es el que se utiliza como medio de intervención, convendría detenerse en el análisis de este concepto.

    Un formato motor es un instrumento que ubicado en la memoria nos permite ejecutar una conducta en función de, al menos, tres acciones:

  • Relacionar un determinado formato motor con el engrama sensorial, el estimulo o la información de la circunstancia a la que se responde para alcanzar el equilibrio adaptativo concretado en un objetivo determinado.

  • Adquirir formatos motores que, una vez interiorizados, puedan ser empleados como formato básico de la conducta.

  • Elegir con acierto un determinado formato que se adecue al problema que ha de resolverse.

    Sin embargo, estas tres acciones por sí mismas son insuficientes para asegurar el éxito adaptativo de la conducta. Todavía será necesario ajustar el formato elegido a las variables imprevisibles que singularizan la situación o que alteran y actualizan tanto el valor del individuo como el del medio. En gran medida, se elige el formato en función del carácter del nexo que relaciona a los elementos que interactúan mientras que son las circunstancias que, en cada momento, definen a ambos elementos de la ecuación (O-M) las que sirven de referentes para desarrollar el proceso de modularización.

    Los formatos motores están compuestos de una serie de elementos invariantes que, para ser ejecutados de manera eficaz, requieren de una adaptación o ajuste a la circunstancia concreta que les complete con determinados elementos variantes entre los cuales, inevitablemente, siempre están presentes el tiempo y el espacio. Modularizar una conducta requiere adecuar un formato motor añadiéndole nuevos elementos variantes, en función de las características definitorias actualizadas tanto del individuo como del medio donde ha de adaptarse.

    A este respecto, Le Boulch denomina “función de ajuste” a una noción muy cercana a la de modularización cuando la describe como el “aspecto que toma la acomodación en lo que concierne a la respuesta motriz ante las exigencias del mundo”. Sería la capacidad de variar algunos de lo que él mismo identifica como “plasticidad”. En nuestra opinión, la metodología de la intervención debe considerar que esta capacidad de modularización de la conducta se produce en función de tres factores principales: el grado de autopercepción que el sujeto posee; su nivel de conocimiento del medio; la naturaleza de la relación que suele orientar la intencionalidad de la conducta.2

b.5.     El modelo de conducta: Si consideramos el movimiento como una expresión conductual y, como consecuencia, si basamos la intervención en los efectos que pueda producir su experiencia, tanto en la estructuración o autoorganización psicomotriz como en el desarrollo de cuantas capacidades son necesarias para un comportamiento adaptativo eficaz, parece aconsejable la elección de un modelo que, por una parte, sirva para describir la dinámica conductual, sus elementos o factores integrantes y, por otra, que explicando su funcionamiento, identifique los objetivos que, necesariamente, deban ser modificados para que su resultado sea eficaz.

    Cada corriente del pensamiento psicológico, al igual que ocurre con los distintos modelos utilizados para explicar la motricidad, oferta diferentes versiones pare explicar su concepto de conducta, elige procedimientos particulares para su estudio o selecciona de manera distinta los objetivos sobre los que pretende actuar. Como consecuencia, estas interpretaciones y condicionantes permiten distintas interpretaciones que, en cada caso, exigen orientaciones metodológicas diversas.

    Nuestro modelo, sin renunciar al carácter sincrético con el que nos hemos comprometido, desde el principio ha de concebirse desde el paradigma unitario que considera la conducta como una expresión o producto de la intervención de, al menos, tres dimensiones: tónico-motriz, afectivo-emocional y cognitiva. Cada uno de estos dominios resaltará o exigirá la participación de mecanismos muy concretos, de funciones particulares o de cualidades específicas que habrán de ser tenidas en cuenta cuando se diseñe el proceso de intervención.

c.     Otros principios referidos a la adecuación metodológica

    Además de los principios teóricos señalados, que de alguna manera sugieren una orientación metodológica inspirada por un concepto muy concreto de cuerpo y de movimiento, también es necesario advertir de la importancia que concedemos a otros factores relacionados con cuestiones de distinta naturaleza o que requieren de una consideración especial en tanto que su trascendencia puede condicionar de manera fundamental aspectos tan básicos como son, por ejemplo, la identificación de los objetivos, la creación de los recursos y de las actividades o los mismos procesos y dinámicas que se pretenden activar.

    En nuestro criterio, son dos los principios necesarios para completar la orientación teórica del procedimiento de intervención:

c.1.     La función de interiorización: La operación que Jean Piaget define como interiorización. Le Boulch, con una interpretación muy semejante, la incluye en la metodología psicocinética con la denominación de “internalización”. Creemos que, en ambos casos, se alude a un aspecto de la representación mental por el que la acción o la información propioceptiva se sustituye por algún tipo de imagen o esquema. El concepto de “representación enactiva” que propone Bruner tampoco difiere demasiado de esta definición.3

    Su aplicación metodológica no solo caracteriza algunas versiones psicomotricistas sino que también expresa un planteamiento doctrinal que pretende que el objeto de la educación física supere el viejo reduccionismo que, simplemente, la adscribía al desarrollo de la “dinámica”. Le atribuye así otros fines que, en opinión de Le Boulch, aluden a una conciencia adquirida mediante unas “técnicas del cuerpo” que utilizan como referente principal el esquema corporal o la autopercepción.4

    En nuestro criterio, la función de interiorización se describiría mejor como el resultado de distintos procesos estructurados como consecuencia de su intervención en la ejecución de fenómenos conductuales diversos; como el resultado de los efectos de una experiencia conductual que integra en su ejecución la intervención de diversos dominios y de la que, como consecuencia, el individuo obtiene datos heterogéneos sobre la realidad de sí mismo y de su actuar que organizará en esquemas sensoriales, cognitivos y motores.

    Por tanto, para diseñar un procedimiento de intervención, nos parece relevante considerar la relación que en la ejecución de la conducta motriz se establece entre la conciencia y la atención. Igualmente, del análisis del concepto de interiorización se desprende que solo la adquisición del esquema corporal y la posesión de un esquema de acción permite al sujeto la anticipación de la conducta lo que, consecuentemente, condiciona su capacidad creativa y la eficacia de su conducta espontánea.

    La importancia y repercusión de los procesos de interiorización en el diseño metodológico se evidencia especialmente si se consideran dos aspectos:

  • Como condición de actuación, en tanto que delimita o determina la capacidad de analizar, organizar y percibir la respuesta que permite al individuo resolver una determinada situación, ser más eficaz en su proceso adaptativo y, en consecuencia, generar experiencias más complejas y enriquecedoras.

  • Como objetivo que ha de procurarse para que los efectos de la intervención favorezcan aquellas estructuras necesarias para la mejora de la capacidad conductual del individuo. El proceso de intervención ha de elaborar recursos que favorezcan el eficaz desarrollo de esta función.

c.2.     La contextualización psicoevolutiva de la propuesta metodológíca de intervención: Todos los principios teóricos enunciados hasta ahora carecerían de sentido si no estuvieran contextualizados desde una perspectiva psicogenética y evolutiva. Cada uno de los mecanismos y fenómenos que hemos seleccionado para explicar la conducta o la dinámica conductual están sujetos a una cualificación evolutiva y su presencia responde a un determinado grado de desarrollo y a un nivel de maduración concreto. Por tanto, dependiendo de este contexto evolutivo, se delimitan las posibilidades de actuación, los objetivos se seleccionan o los ámbitos de intervención se definen para, desde ellos, diseñar una metodología específica y especializada.

2.     Aspectos metodológicos del proceso de intervención en Motricidad

    Jean Le Boulch, en una de sus últimas obras publicadas afirmaba que “hacer del cuerpo un fiel instrumento de adaptación al entorno biológico y social a través del desarrollo de sus cualidades motrices y psicomotrices que permiten alcanzar el dinamismo corporal, elemento del dominio del comportamiento, condición indispensable para la libertad”.5

    Coinciden sus postreros posicionamientos doctrinales con aquellas primeras formulaciones, en las que identificaba los fines de la Psicocinética con los de una “educación general” o común, para todos los ciudadanos. También es verdad que, pese al acierto de este punto de vista, una definición tan genérica no solo desvela escasos sustentos en la aplicación del procedimiento de intervención sino que, también, replantea la vieja disyuntiva metodológica que obligaba a decidir entre el análisis y la síntesis. Ante el dilema que representa elegir llegar al todo desde las partes o a las partes desde el todo, nosotros creemos que deben superarse las posturas excluyentes que únicamente permiten una alternativa aceptando, de acuerdo con las propuestas de la Gestalt, que la suma de las partes no constituyen el todo o que, al menos, son diferentes del todo porque siempre existe un elemento añadido que completa el conjunto, que determina la forma, que da coherencia a la estructura y que organiza el fondo proporcionando sentido a la realidad. Este elemento, nosotros lo identificamos con la noción de estructura.

    Desde una posición ecléctica admitimos cualquiera de las dos posibles alternativas metodológicas siempre que su empleo sea pertinente como consecuencia de la valoración que de los objetivos propuestos se realice. Creemos que a un diseño metodológico no solo se le debe exigir que de respuesta procedimentales eficaces sino también que se sustente sobre unos principios teóricos que le proporcionen la coherencia necesaria para ajustarse a unos aspectos normativos de los que, en nuestro caso, nos parecen fundamentales los siguientes6:

a.     Uso de una metodología activa

    Como recuerda Le Boulch, ya a principios del siglo XX, John Dewey afirmaba que todo aprendizaje debería concebirse como una experiencia7”. Esta experiencia, como aseveraba Munchielli, para que sea eficaz, ha de facilitar el establecimiento de un nexo interactivo entre cuantos elementos intervienen en el esquema de conducta. Algunos autores y tratadistas, como Feuerstein y la llamada “Pedagogía de la Mediación”, afirman que, para que este efecto se produzca, es necesario que la experiencia posea aquellas características que definen lo que ellos denominan “ejercicio problema”8.

b.     Aceptar la realidad del individuo sujeto de la intervención

    La metodología ha de permitir la vivenciación, individualizada o colectiva, como resultado de que los efectos o informaciones generadas por la experiencia puedan ser asimiladas o interiorizadas de forma peculiar por cada participante. Las estrategias decididas para abordar el tratamiento de los objetivos han de establecerse, utilizando como punto de partida la realidad de la estructura psicomotriz del individuo, mediante un diagnóstico previo y un pronóstico personalizado.

c.     Aplicar el principio de globalidad al análisis y en la aplicación práctica

    Se debe aspirar a que los efectos de la experiencia repercutan en todas las posibles dimensiones de la estructura psicomotriz. La primera y principal consecuencia de este planteamiento afectará al modo en que han de concebirse los recursos metodológicos. Los ejercicios construidos basados en estereotipos motores o las conductas motrices reproductoras de modelos, carecen de interés y utilidad. Solo puede aspirarse a conseguir este propósito mediante el empleo de actividades libres de condicionantes que limiten su duración, su forma, su intencionalidad o su dinámica y desarrollo. No serán útiles aquellas que, tradicionalmente, se ha denominado “ejercicios” siendo, por el contrario, más eficaz el uso de actividades que permitan, lo largo de su desarrollo, la inclusión coherente, simultánea o sucesiva, de distintas conductas que exijan la resolución de problemas de carácter diverso y el establecimiento de relaciones de naturaleza heterogénea.

d.     El fomento de la relación

    En nuestro diseño de intervención concedemos una especial importancia a la relación. Por esa razón, también nos parece adecuado considerar estos nexos como objetivos de la intervención atribuyendo a la relación una doble consideración que contiene diversos objetivos:

  • Como condición en el esquema conductual, pues su naturaleza orienta la intencionalidad de la conducta, la elección de la respuesta, la intervención de las distintas dimensiones o la repercusión de sus efectos en la estructura psicomotriz.

  • Como objetivo de la intervención, pues, a menudo, es necesario organizar los nexos relacionales para asegurar una conducta adaptativamente eficaz y equilibrada.

    Desde nuestro planteamiento global y holístico entendemos que los vínculos relacionales establecidos entre los distintos elementos del esquema conductual pueden ser de naturaleza heterogénea por lo que la metodología deberá prever procedimientos adecuados a la consecución de los distintos fines y aspectos que cada uno de ellos reclame. Esta diversidad relacional es la que, precisamente, ha de ser contemplada a lo largo del desarrollo de la actividad ya sea para aprovechar las posibilidades que proporciona o para que, una vez considerada como objetivo, se aborde su estructuración o adecuación como base de la conducta.

e.     El uso de la vivencia como recurso de la intervención

    Como una forma de superar el empleo del llamado “ejercicio construido” y de dar respuesta a las exigencias que el nuevo planteamiento unitario reclama se propuso la “vivencia” como recurso metodológico más apropiado.

    Si nos proponemos, como hemos afirmado en epígrafes anteriores, que la experiencia motriz genere repercusiones en la totalidad de las dimensiones de la estructura psicomotriz, que incluya el mayor número y variedad de relaciones y que afecte a objetivos diversos pertenecientes a todos los dominios, entonces, las actividades que se empleen en la praxis de la intervención han de reunir aquellas características que faciliten este propósito. Para conseguirlo, algunos tratadistas, proponen el uso de la vivencia aunque, de ella, cada uno formula una descripción distinta. En nuestra opinión, la vivencia, cualquiera que sea el campo de aplicación donde se desarrolle el procedimiento de intervención o el proceso conductual con que se pretenda suscitar, ha de integrar, al menos, tres aspectos relevantes9:

  • La naturaleza de la experiencia que genera y, por tanto, que esta sea “satisfactoria” y eficaz en la consecución de los objetivos pretendidos.

  • El control de la repercusión o dinamización que activa su presencia en diversos mecanismos y, en consecuencia, el control de los planos afectados o de los aparatos intervinientes: el perceptivo, el motor, el intelectual y el afectivo.

  • Igualmente, su significación deberá ser diversa, integrando conclusiones de tipo racional, afectivo y simbólico. Para aquellas metodologías cuya orientación es sugerida por el psicoanálisis, esta dinamización deberá producirse en todos los niveles de la conciencia: en el nivel consciente y en el inconsciente. Sólo entonces, advierten estos autores, la vivencia podrá ser empleada, por ejemplo, en el plano escolar o con fines precisos en otras áreas como son: la expresión plástica, la verbal, la lógica, la musical, etc.

f.     Potenciar el carácter espontáneo de la acción

    En cualquier metodología, los recursos que se utilicen han de permitir el máximo control de sus efectos pero, sobre todo, han de responder a una intencionalidad previamente establecida. Asumiendo este planteamiento, tanto si declaramos la conducta como objeto principal de la Motricidad como si la empleamos como medio de intervención, será difícil aceptar su carácter espontáneo si con esa cualidad identificamos una conducta sin intencionalidad o sin objetivo y cuya ejecución no puede ser analizada desde el modelo de intervención que proponemos como fundamento inicial del diseño metodológico.

    En nuestra opinión, una conducta calificada de espontánea solo es posible si, previamente, el individuo ha adquirido determinados esquemas sensorio-motores a través de los procesos anteriormente descritos y dispone de ellos una vez integrados en su almacén mnesico. Esta consideración destaca la necesidad de dotar o reconstruir, en el sujeto, un repertorio dinámico o conductual que le permita emitir un comportamiento espontáneo.

g.     Fomento de la creatividad como criterio metodológico para la elaboración de recursos y actividades

    Separar la espontaneidad de la creatividad resulta difícil si previamente no realizamos un análisis conceptual de ambos términos. La creatividad es un concepto complejo que admite distintas interpretaciones. Mientras que Guillford la relaciona con la inteligencia10 otros analistas, como Landau, enfatizan aspectos relacionados con la capacidad de establecer nuevas relaciones entre experiencias y, como consecuencia, con la capacidad de construir nuevos esquemas, conceptos, gestos o conductas11. Menchén, por su parte, más recientemente, hacía referencia a la percepción de la realidad de manera original mediante el uso de nuevos valores o el descubrimiento de significados inéditos, lo cual, de alguna manera, conciliaría las propuesta anteriores.12

    Nosotros, cuando analizamos este concepto desde la Motricidad, creemos pertinente destacar también su relación con otros aspectos como es la “plasticidad” o capacidad para resolver problemas de manera original y no programada13. El proceso creativo destaca el carácter innovador como condición indispensable en algunos procesos fundamentales como son:

  • La percepción de la situación y la toma de decisiones intencionales.

  • El establecimiento de relaciones entre elementos.

  • El diseño y ejecución de la respuesta o conducta motriz.

h.     Elección premeditada de la estimulación de la conducta

    El principio de los estímulos, tan recurrente en la metodología tradicional de la educación física, debe ser adaptado a las nuevas exigencias de tipo conductual y de procedimiento que plantea la Motricidad.

    Si, en el esquema de intervención que proponemos, situamos la estimulación que lo dinamiza al principio, no resultará estéril considerar el empleo de los recursos e informaciones que se elijan, su naturaleza, su tipo o las condiciones en que han de presentarse. No nos parece irrelevante ni la naturaleza de los estímulos que activan la conducta ni sus contenidos. Cualesquiera que sean, su uso y elección deberán responder a un planteamiento crítico y premeditado en función de los efectos que se pretendan ya que, a menudo, de esta estimulación, depende la calidad y el carácter de la conducta con que se resuelve la circunstancia existencial o el tipo de relaciones que van a caracterizarla.

i.     Identificación de los dominios y mecanismos intervinientes en el esquema conductual

    La discriminación de objetivos puede plantearse de manera previa y específica, tal y como sugiere una metodología analítica, o como consecuencia de considerar las dimensiones que se pretendan activar y que se prevé que han de intervenir, tal y como contempla la metodología sincrética. En cualquier caso, un diseño metodológico ha de prever en que ámbito se pretende influir, que dominio va a intervenir en la ejecución de la conducta o que mecanismos son necesarios para desarrollarla. Solo conociendo estas cuestiones podrá afirmarse que la intervención se realiza de manera crítica y que en ella se controlan cuantos elementos fundamentan y justifican la eficacia del procedimiento.

    El desarrollo o aplicación del procedimiento metodológico de la intervención requiere la activación de aquellos mecanismos dinamizadores de la conducta más adecuados para cada objetivo, para cada momento evolutivo o para cada campo de aplicación.

j.     Adecuar evolutivamente el proceso de intervención

    Si los procesos de maduración y desarrollo determinan el estado de las estructuras fundamentales del individuo, el nivel funcional de sus distintas dimensiones psicomotrices y de los diferentes mecanismos conductuales o sus rendimientos, parece lógico que la definición conductual no responda exclusivamente a criterios cuantitativos sino que las diferencias que puedan advertirse estén regidas y ocasionadas por factores cualitativos.

    El desarrollo y la maduración de la inteligencia, por ejemplo, permite distintas formas de asignar valores a todos los elementos del esquema conductual (O-M) lo que, finalmente, generará respuestas diferenciadas. Por tanto, para conseguir una mejor adecuación de objetivos y una mayor eficacia con las praxias de intervención empleadas, es necesario adecuar el diseño metodológico a los preceptos evolutivos teniendo en cuenta los siguientes aspectos14:

  • La selección de objetivos adecuados a las necesidades de cada etapa, de manera que la motivación y los mecanismos del individuo respondan a una demanda endógena.

  • El tratamiento específico de estos objetivos que, dependiendo de la etapa evolutiva en que se encuentre el sujeto, requerirán una consideración singular. - En cada campo cobra una diferente importancia identificar los ámbitos de intervención desde donde se pretende abordar al individuo.

  • Desde un punto de vista metodológico, el momento evolutivo también condiciona, en gran medida, la elección de los elementos que caracterizan cada una de las distintas propuestas de intervención:

    • El estilo que adopte el psicomotricista y los elementos temáticos, simbólicos o formales que cualifican las actividades.

    • Los elementos inductores de la acción que se empleen.

    • El diseño de la actividad o vivencia ha de estar de acuerdo con al momento evolutivo que caracterice al sujeto de la intervención.

k.     Uso de la experiencia vivida como recurso de la intervención

    Jean Piaget afirmaba que la acción constituye el principal factor del desarrollo, la base del aprendizaje y el principal motor de la evolución del hombre. Por eso, la Motricidad requiere que la conducta utilizada como medio de intervención posea determinadas cualidades que la caractericen como experiencia vivida o, dicho de otra forma, que otorguen a la experiencia un carácter vivencial o vivenciado.

    Para que una experiencia motriz pueda calificarse de vivida ha de cumplir una serie de requisitos que, de manera genérica, la describen por su capacidad para que la información o los efectos generados repercutan en todas las dimensiones o dominios de la estructura psicomotriz. La experiencia vivida, para ser utilizable como recurso metodológico, aunque siempre incluya un aspecto sensorio-motor, ha de rebasar esta significación integrando también otros factores, mecanismos o aparatos pertenecientes al resto de las dimensiones hasta adquirir una naturaleza holística y global. Será, por tanto, el resultado de una información variada y organizada de manera compleja, compuesta por informaciones de distinto signo que son adquiridas a través de múltiples cauces, mecanismos o procesos aferentes de carácter sensorial, anímico, afectivo, cognitivo, simbólico, kinestésico, etc.

    La experiencia vivida será aquella que proporcione una vivencia, o sea, el aprendizaje, el efecto, la consecuencia, el rastro o el trazo (cualquiera de los términos que en función del compromiso conceptual convenga utilizar) producido por una conducta en la que participa la totalidad de las dimensiones y aparatos integrantes de la estructura psicomotriz.15

l.     Fomentar los procesos de interacción considerándoles recursos u objetivos metodológicos

    Sea como condición o como objetivo, el procedimiento de intervención ha de tener en cuenta cuantos nexos relacionales se establecen entre los factores y los elementos constitutivos del esquema de conducta. Sin embargo, esta relación no ha de limitarse solo al reconocimiento de su naturaleza sino que, fomentando y organizando estos nexos, intentará que se produzca una interacción entre los distintos elementos relacionados para que, como resultado de esta dinámica, se concrete una adecuación estructural entre ellos o se modifiquen aquellos aspectos que hayan sido considerados objetivos de la intervención.

3.     Orientaciones técnicas de la intervención

    Al igual que puede ser flexible la elección de los principios metodológicos en función de ciertas circunstancias o en la selección de los objetivos que se pretendan en función del campo de actuación donde se desarrolle la intervención, también las orientaciones técnicas pueden variar dependiendo de las circunstancias o de los factores que singularicen la intervención.

    Los fines que se propongan, los ámbitos donde se actué o la fundamentación teórica desde la que se expliquen o diseñe la estrategia de la intervención, en muchas ocasiones, determinarán las posibilidades de uso de los materiales, el empleo de los recursos, la elección de las actividades o las técnicas que se utilicen por ser previsiblemente más eficaces.

    No vamos a analizar aquí estos aspectos de manera exhaustiva aunque sí nos detendremos lo suficiente para poder identificar los aspectos más importantes que un diseño metodológico o su posterior aplicación ha de tener en cuenta.16

a.     Con relación a los recursos técnicos

    Siendo coherentes con los planteamientos que hasta ahora hemos sostenido, creemos que las técnicas de trabajo que se utilicen han de ser, en primer lugar, compatibles con la fundamentación teórica en que se sustenta el diseño de la intervención y, también, con la descripción concreta que de la conducta se realice.

    La elección de recursos técnicos con los que desarrollar el procedimiento de intervención no puede ser el resultado de una decisión aleatoria, ni puede concretarse en función de sus efectos lúdicos o de otros objetivos ajenos a los fines concretos del procedimiento metodológico. La elección de los recursos técnicos ha de responder a una intencionalidad premeditada, a unos fines, a las circunstancias de aplicación, a un diagnóstico previo y a un pronóstico final. Consecuentemente, la elección de las técnicas debería responder a un proceso selectivo orientado por distintas consideraciones:

  • El fundamento conceptual en que se sustente la metodología.

  • El ámbito o campo de aplicación donde se proyecte aplicar.

  • Los objetivos que justifiquen la conveniencia de desarrollar este proceso de intervención.

  • Y, finalmente, la dimensión o dominios que intervengan en la activación y conclusión de la conducta, de los que la motricidad será un elemento presente de manera permanente.

b.     Con relación al uso de aprendizajes y destrezas

    El empleo de situaciones-problema en la ejecución de la conducta implica la participación de otros ámbitos distintos al tónico-motor lo que requiere disponer de determinados formatos motores, destrezas o habilidades que, mediante su modularización, permitan resolver el problema adaptativo. Debe identificarse cuales son aquellos que interesan en Motricidad y, sobre todo, rompiendo la inercia que la influencia deportiva todavía impone, no confundirlas con aquellas habilidades propias de una instrucción de esta naturaleza.

    En ocasiones, la pertinencia en la elección de estas destrezas determina la eficacia y trascendencia de una experiencia motriz y, otras veces, dotar al individuo de estas habilidades, en la medida en que son necesarias para resolver el problema existencial, constituye, así mismo, un objetivo de la intervención.

c.     Con relación al estilo de dirección

    El ámbito en que se pretende intervenir, los objetivos propuestos o las características de los participantes, por ejemplo, son circunstancias que, a menudo, determinan la oportunidad para adoptar un determinado estilo de dirección. Desde nuestra perspectiva nos parece oportuno distinguir dos tipos principales:

  • Aquel que resulta más adecuado para una intervención cuyos objetivos son de carácter instrumental, cuyo desarrollo suele ajustarse a una propuesta de objetivos concretos y cuyos fines son abordados de manera analítica. Este estilo de dirección tiende a ser más directivo y el motricista suele ajustar su actuación y el desarrollo de la intervención a una programación previa.

  • Aquel estilo menos intervencionista o menos directivo que, recurriendo más al empelo de la vivencia que al uso de la situación-problema, no requiere de una programación exhaustiva de objetivos sino que, desde un análisis de la dinámica de grupo, va encauzando el desarrollo del proceso mediante el uso de distintos materiales, la oferta de propuestas de actividades variadas o el empleo de técnicas concretas.

d.     Otros factores

    En este breve resumen de aspectos técnicos también creemos relevante incluir otras consideraciones de índole diversa:

  • Las características que describen al grupo: la edad de los participantes, el sexo de sus componentes, su procedencia, la proporción de los integrantes en función de su sexo, el nivel psicomotriz que le define o el estatus afectivo que disfrutan sus miembros; la razón de acceso al grupo y su carácter voluntario, obligatorio, etc.; y la gratuidad de la actividad o la institución donde se desarrolle o que la patrocine.

  • Los recursos materiales. No solo han de tenerse en cuenta las posibilidades que cada material propicia sino que, en ocasiones, su misma elección, suscita la aparición de determinadas dinámicas que, según los casos, convendrá fomentar o inhibir. En nuestra propuesta admitimos todo tipo de materiales aunque preferimos aquellos que, por sus características, admiten una utilización más diversa y una mayor capacidad de adaptación a usos múltiples o a cualquier circunstancia.

  • Instalaciones e infraestructura. Para la eficacia de la metodología tienen una importancia decisiva las características del local donde se vaya a desarrollar la actividad: la iluminación, los elementos de construcción como, por ejemplo, el material empleado en la superficie del suelo, la estructura del local y la disposición de sus elementos arquitectónicos (ventanas, columnas, puertas, etc.), la temperatura y la capacidad de ventilación, refrigeración o calefacción, el aislamiento del local y la posibilidad de irrupción de estímulos exteriores, etc.

    De estas características depende en gran parte la posibilidad de que prosperen ciertas dinámicas grupales o que sean investidas de significaciones particulares. Nadie puede desconocer la significación simbólica que el espacio reviste y, por esa misma razón, tampoco se puede pretender convertir el espacio de trabajo en una superficie emocionalmente neutra.

4.     Dominios o dimensiones de la intervención

    No basta con que la estructura psicomotriz se organice de una manera eficaz o que su actividad se manifieste de manera más o menos diversificada si, al mismo tiempo, su funcionalidad no adquiere un mínimo sentido como consecuencia de la finalidad por la que, básicamente, ha de regirse. Esta intencionalidad u objeto de la conducta ha de poseer el carácter adaptativo que nosotros hemos intentado expresar en la ecuación con la que representábamos la relación interactiva que se establece entre cualquier organismo y su medio (O-M).

    Como forma de sistematizar los grandes dominios funcionales de la estructura psicomotriz podemos destacar tres grandes dimensiones que, en todo caso, han de entenderse dentro del concepto unitario que caracteriza el modelo que propugnamos. Las dimensiones que aquí destacamos las singularizaremos por su naturaleza estructural, lo cual nos permitirá describir mejor el carácter de la relación que, en cada caso, se establezca entre el sujeto y su medio:

  • el dominio tónico-motor

  • el cognitivo o psicofuncional

  • el anímico-afectivo o emocional.

    Algunos autores, en función de su perspectiva teórica particular, destacan otras dimensiones como pueden ser la simbólica o la social aunque a nosotros nos parece que, en gran parte, estos aspectos provienen o pertenecen más al medio cultural y exógeno del individuo.

    Todos estos ámbitos, en definitiva, no son sino distintas perspectivas, diferentes formas de entender las posibilidades adaptativas del ser humano o, de otro modo, aptitudes específicas agrupadas en función de criterios funcionales. En ningún caso, deben ser considerados como instrumentos específicos que actúen de forma esporádica e inconexa.

a.     El dominio tónico-motor

    Desde nuestra perspectiva, no nos interesamos tanto por la función clónica y sus posibilidades transitivas como por otras implicaciones que, en definitiva, expresan o sirven de instrumento para el establecimiento de relaciones con el medio.17

    En el contexto genérico que inicialmente pretendemos describir para ubicar en él nuestro concepto de Motricidad, consideramos la tonicidad como el elemento fundamental que constituye la trama del movimiento y, por tanto, un factor imprescindible para la construcción de la conducta. Evidenciamos así una relación entre tono y personalidad que Wallon se ocupó de analizar con mucho acierto y que, más tarde, inspiraría a P. Vayer para diseñar su alternativa metodológica.

    El dominio tónico-motor, de alguna manera, integra cualquier manifestación conductual con independencia de cual sea su carácter (motor, afectivo, cognitivo o emotivo) sirviendo de nexo entre todos los dominios de la estructura de la personalidad de tal forma que, en opinión de Wallon, no solo constituye la función más compleja del ser humano sino que, además, es responsable de la interrelación entre el psiquismo y la motricidad.

    Así pues, corresponde a la función tónica la labor de establecer la conexión entre los músculos estriados, los lisos, el sistema hormonal y, como subraya Wallon, ejercer como principal recurso en la construcción de la actividad de relación a partir de lo que él denominó “diálogo tónico” y también mediante la función de vigilancia. Así, este autor sitúa el tono en la base de las emociones de manera que “sirve de tejido a la vida afectiva”.18

b.     El dominio cognitivo o psicofuncional

    La simple alusión a este ámbito parece evocar otros términos, aparentemente equivalentes, que integran contenidos que exigen un trato específico y diferenciado, como puedan ser, por ejemplo, mental, inteligencia, conciencia, percepción, psiquismo, etc.

    Con relación a esta dimensión, parece interesante destacar la relación y la identidad existente entre la realización motora y los procesos intelectuales o cognitivos. A.R. Luria se interesaba por aquellos mecanismos cerebrales en los que se basan los procesos mentales. A este respecto, se preguntaba sí los procesos cognitivos y las acciones motivadas del hombre son el resultado del trabajo de todo el cerebro como una sola entidad o, en otro caso, si el “cerebro en acción” es en realidad un “complejo sistema funcional” que agrupa varios niveles y diversos componentes, cada uno de los cuales aportaría su propia contribución a la estructura final de la actividad mental.19

c.     El ámbito afectivo-emocional

    Las cualidades específicas de la afectividad implican el reconocimiento de un doble aspecto, el psíquico y el orgánico. Este planteamiento admite la intervención de ambas dimensiones de la naturaleza humana en este tipo de conducta otorgando a este ámbito un carácter psicoorgánico, psicosomático, absolutamente identificable con el paradigma unitario. En su interacción, ambos aspectos definen tres estados afectivos básicos20: los sentimientos dirigidos, como el resultado de la relación entre el yo y el medio (O-M); los estados de conciencia, que surgen de manera espontánea; y los sentimientos vitales, portadores de una significación inmediata y subjetiva.

    Podrían ensayarse diversas definiciones de afectividad como la que propone Bleuler al describirla como una reacción emotiva generalizada que produce efectos definidos en el cuerpo y en la psique, o la que aporta Vayer cuando afirma que la afectividad es la esfera de los sentimientos relacionados con las modificaciones de la vivencia corporal con el medio.

    Desde perspectivas distintas, Jasper, Max Sheler, Schneider o López Ibor concebían la afectividad como una realidad psíquica, al igual que pueda ser la inteligencia o la percepción, caracterizada por dos cualidades: por su carácter subjetivo, habida cuenta que los procesos afectivos, en ningún caso, son neutrales o indiferentes; y por su estructura bipolar, en la que siempre existe un enfrentamiento entre sentimientos de signo contrario: positivos-negativos, placer-displacer, excitación-reposo, relajación-tensión, etc.21. Así, en la misma naturaleza afectiva radicaría la posibilidad de convertir toda relación en experiencia interna o en lo que, en muchos casos, se ha convenido en denominar como “vivencia”, siendo su finalidad más importante la de dotar de significado, personal y subjetivo, a los propios contenidos de la experiencia.

    En la actualidad se tiende a distinguir, como formas fenomenológicas específicas, a los fenómenos de naturaleza afectiva de las operaciones de tipo intelectual. En la frontera entre ambos se situaría la “empatía” la cual cobra una importancia capital en todo cuanto se refiere a la relación interpersonal, a la comunicación no verbal o en la formación de las actitudes. En nuestro caso, sea cual fuere la orientación elegida para describir la afectividad, siempre deberá tenerse en cuenta, cuando menos, tres aspectos principales: sus formas de manifestación o fenómenos afectivos, su desarrollo evolutivo y el concepto que “de lo corporal” se elabora y, como consecuencia, el lugar y el modelo de inteligencia que en él se reserva al dominio afectivo.

    Actualmente, las distintas perspectivas que facilitan las diferentes corrientes de pensamiento nos proporcionan descripciones heterogéneas, contenidos diversos y significaciones inéditas y, como consecuencia, maneras peculiares de entender este fenómeno: como una forma de inteligencia, como una estructura cognitiva y con el tratamiento libidinal e inconsciente recibido desde la perspectiva psicoanalítica en tanto que esta corriente ha sido decisiva en el desarrollo de la psicomotricidad.

5.     Estrategia de intervención

    Podemos describir el mapa conceptual sobre el que diseñar una estrategia de intervención utilizando el siguiente esquema. Con él pretendemos explicar la conducta entendida como objetivo y condición de la intervención de tal manera que puedan ser ubicados los distintos elementos que la integran, descritas las relaciones que entre ellos se establecen y explicadas las posibles dinámicas en que se concreta o como se manifiesta. Todos estos aspectos del esquema de conducta, de cara al diseño de la intervención, podemos entenderlos, simultáneamente, como objetivos y como condiciones del proceso metodológico.

Notas

  1. Cfr. Pastor Pradillo, José Luis: Motricidad. Perspectiva psicomotricista de la intervención, Ed. Wanceulen, Sevilla, 2007.

  2. Cfr. Pastor Pradillo, José Luis: Motricidad. Perspectiva psicomotricista de la intervención, Ed. Wanceulen, Sevilla, 2007.

  3. Bruner, Jerome (compilación de José Luis Linaza): Acción, pensamiento y lenguaje, Madrid, Alianza Psicología, 1ª reimpresión, 1989.

  4. Le Boulch, Jean: El cuerpo en la escuela en el siglo XXI, Barcelona, INDE, 2001, p. 116.

  5. Le Boulch, Jean: El movimiento en el desarrollo de la persona, Barcelona, Ed. Paidotribo, 1997, p. 30.

  6. Pastor Pradillo, José Luis: “Principios teóricos para una fundamentación conceptual de la intervención psicomotriz”, Tabanque. Revista de Pedagogía, nº 19, (2005), pp. 2029-242.

  7. Le Boulch, Jean: El cuerpo en la escuela en el siglo XXI, Barcelona, INDE, 2001, p. 25.

  8. Cfr. Feuerstein, P.: Pedagogía de la médistión, Lyon, Ed. Chronique Sociale, 1992.

  9. Cfr., Pastor Pradillo, José Luis: Motricidad. Perspectiva psicomotricista de la intervención, Sevilla, Ed. Wanceulen, 2007.

  10. Guillford, J.P.: “Creatividad: retrospectiva y prospectiva”, Innovación creadora, nº 1, (1976), pp. 9-12.

  11. Landau, E.: El vivir creativo. Teoría y práctica de la creatividad, Barcelona, Herder, 1987.

  12. Mechén, F.: Descubrir la creatividad: Desaparecer para volver a aprender, Madrid, Pirámide, 1998.

  13. Desde la perspectiva específica de la Motricidad, López Tejada la describe como “la capacidad humana que permite al individuo realizar innovaciones valiosas y resolver innovadoramente problemas de carácter motor”. (Cfr., López Tejada, A.: “La creatividad en las actividades motrices”, Apunts. Educación Física y deportes, nº 20-28, (2005), p. 23. Citado por Cárdenas Vélez, David y Torre Ramos, Elisa: El desarrollo de la creatividad en el deporte, en... Fcº. Javier Giménes Fuentes-Guerra y otros (eds.): Educar a través del deporte, Huelva, Universidad de Huelva, 2005, p. 61).

  14. Cfr., Pastor Pradillo, José Luis: Motricidad. Perspectiva psicomotricista de la intervención, Sevilla, Ed. Wanceulen, 2007.

  15. Pastor Pradillo, José Luis: Autopercepción, Conducta e intervención, en... Eduardo Gamero y otros (eds.): Violencia, Deporte y Reinserción social, Huelva, Universidad de Huelva, 2006.

  16. Pastor Pradillo, José Luis: “Importancia de los aspectos técnicos en el diseño de la intervención psicomotriz”, Habilidad Motriz. Revista de CC. de la Actividad Física y del Deporte, nº 26, (2006), pp. 38-48.

  17. Citado por Velasco Herrero, M. y Burger Velasco, R.: Maduración afectiva, motórica e intelectual del movimiento, Zaragoza, ICE de Zaragoza, 1982.

  18. Wallon, Henry: Los orígenes del carácter del niño, Argentina, Ed. Lautaro, 1965.

  19. Luria, A.R.: El cerebro en acción, Barcelona, Ed. Fontanella, 1974, p. 9.

  20. Pastor Pradillo, José Luis: Psicomotricidad escolar, Guadalajara, Universidad de Alcalá, 1994, p. 91.

  21. Contrástese este planteamiento con el que formula la corriente psicomotriz relacional de André Lapierre y Bernard Aucouturier en relación con los contrastes y los matices.

Biliografía citada

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