1 / 1

    Alguna vez a alguien se le ocurrió decir "hasta que la pelota nos convoque" para sintetizar con ese puñado de palabras el paréntesis que suele abrirse entre un encuentro futbolero y otro. Encuentro, como sinónimo de partido, acaso. Pero esencialmente encuentro como retrato de ese cónclave irremediable que busca la buena gente. La pelota en particular y el fútbol en general, son -para ese buena gente- vehículos destinados a transportar algo más grande, algo más poderoso, algo definitivamente insoslayable en esta vida: amor.

    El Roto, el Alto, el Flaco, el Gordo, el Pibe, tienen amor a su tierra, a su gente, a sus raíces, a sus ideales, son amores a los que riegan una y otra vez entre las cuatro paredes del Bar de los Sábados. Ariel, con sus textos, marca una cancha tan amplia como transparente: demuestra que ciertos amores, por más que se multipliquen, no pierden su esencia. No se diluyen al pasar por ese tamiz irremediable que imponen las geografías y los tiempos. Se cumple, en estos cuentos, quizás el cuento más sublime de las sociedades inclusivas: el hecho de poder sentirse uno parte de un grupo de pertenencia. Con sus males y sus pesares, un grupo de pertenencia no es sólo la ropa de la piel desnuda: es su abrigo. Es tan necesario como el contorno de la naturaleza, a pesar de todas las tormentas.

    Personajes entrañables y situaciones utópicas en contextos soñados para un mundo mejor. Ariel Scher no construye cuentos de fútbol, traslada a la cancha de las palabras el juego que se juega en su propio corazón. Y así, sin filtros, cada vez que son convocados, la sensibilidad y el talento se ponen los cortos. Y ganan por goleada.

revista digital · Año 13 · N° 127 | Buenos Aires, Diciembre de 2008   © 1997-2008 Derechos reservados