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El ser y el tener que ser en el adulto mayor. Algunas lecturas

para otra mirada en el campo de la Educación Física

 

MSc. en Metodología de la Investigación
Filósofo. Profesor de Educación Física
(Argentina)

Oscar Minkévich

oscarminkevich@uolsinectis.com.ar

 

 

 

Resumen

          El ser y el tener que ser es una tarea humana cotidiana indelegable. Desde que tenemos la posibilidad de pensar y pensarnos, se busca darle un sentido en un tiempo inasible que todo lo penetra y condiciona históricamente. Y el paso del mismo se objetiva y registra en el cuerpo a lo largo de la vida mediante dispositivos de habituación que nos estructuran con variada intensidad en tanto somos y formamos parte de un contexto socio-cultural determinado.

          Como profesionales de la Educación Física tomar conciencia que los dispositivos que dentro de una sociedad posmoderna pautada por el consumo funcionan para que actuemos y pensemos, pero no de cualquier manera, puede contribuir a que se establezcan algunas opciones diferentes para seguir pensando desde la propia práctica cómo recuperar y valorar el gusto por la existencia en esta vida, la cual sabemos no presenta un camino predeterminado de antemano, sino que siempre es un desafío y una alternativa para seguir reinventado el ser y el tener que ser en la vejez.

          Palabras clave: Ser y tener que ser. Vejez. Educación Física.

 
http://www.efdeportes.com/ Revista Digital - Buenos Aires - Año 13 - Nº 127 - Diciembre de 2008

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En tanto y en cuanto somos seres en el mundo, estamos en él en estado de yecto, esto es, estamos arrojados conformando una existencia contingente, histórica y espiralada, que marca nuestra particular presencia en nuestro tránsito por él. Con el correr del tiempo, vamos lenta y gradualmente tomando conciencia no sólo que somos seres cuya existencia está constituida por determinadas características, sino que –nada más ni nada menos–  tenemos que ser, tenemos que asumir dicha existencia sin ninguna posibilidad de delegar en nadie semejante empresa.

Una alternativa para «alivianar» dicha tarea es imprimiéndole un sentido, proyectándonos con sentido en cada una de las acciones que emprendamos. Y una manera desafiante y operativa de hacerlo, es proponiéndonos y llevando a cabo metas que apuntalen nuestra vida en tanto proyecto de vida constructiva.

Este tránsito –en el que en uno de sus tramos encontramos el denominado adulto mayor– lo llevamos a cabo a partir de nuestro propio ser, desde nuestra constitución biológica, nuestra corporeidad y desde la construcción social que opera sobre y desde nosotros. Un trayecto que indefectiblemente está atravesado por la problemática del tiempo, de su paso inasible por nuestras vidas, desde la misma gestación, niñez, juventud, adultez, vejez y muerte…

Amen que el empleo y fragmentación arbitraria del tiempo es una vieja herencia que participa también en el disciplinamiento de los cuerpos,1 ¿qué es esto del tiempo y qué peso tiene en lo que aquí tratamos? Cuando en las Confesiones 2 Agustín se pregunta ¿qué es el tiempo? Responde: si nadie me lo pregunta, lo sé; pero si quiero explicárselo a quién me pregunta, no lo sé. Lo expresado por Agustín nos lleva a reflexionar que hay una distancia entre el empleo prerreflexivo y el empleo operativo de nuestros conceptos, y, por otro lado, la imposibilidad que tenemos de dar de ellos una definición adecuada.3

Los filósofos decimos que la experiencia del tiempo está saturada de emoción. Vivimos ante la sorpresa del presente, la incertidumbre del futuro y la nostalgia de un pasado irrecuperable. Esto nos acarrea cierta angustia al contemplar el fluir del tiempo. Que lo que en algún momento parecía eterno, se vuelve temporalmente frágil. El tiempo penetra todo: lo humano y lo no humano, dejando su impronta al pasar. Sin embargo, ese tiempo inquieto que oculta su rostro enigmático, que al igual que Proteo4 es inaprensible, cambia de figura y color en cada nueva aparición.

En ese devenir, la tarea filosófica intenta y transcurre sin poder conciliar el máximo afectivo y el mínimo intelectivo. El paso del tiempo y el intento por frenarlo de cualquier forma como observamos sucede hoy día en nuestra sociedad y cultura occidentales, hace que su paso no quiera ser asumido, sino esquivado, tapado, algo que resulta incómodo de abordar. Este rechazo, esta no aceptación, está representado y actuado por los sujetos adultos mayores. Ellos encarnan a la manera de espejos futuros lo que evitamos aceptar cuando somos jóvenes o cuando esquivamente pensamos que «a nosotros eso no nos va a suceder»: el irremediable paso del tiempo, las huellas que todo ser vivo va portando con diferentes matices en el correr del mismo.

Podemos señalar tres vivencias que se tienen de ser y tener que ser en el tiempo:

La afección. El tiempo es afección pura, es alteración sin alteridad, nos modifica, nos transforma sin poder asirlo objetivamente como un otro, carece de término relacional.

La impotencia, si el espacio con sus tres dimensiones posibilita organizar nuestra percepción y el despliegue de nuestras potencialidades, el tiempo lo es, por el contrario, de nuestra impotencia, al que no podemos detenerlo, ni aminorarlo, ni acelerarlo. 

La negación, de lo que ya no es, de aquello que fuimos y del cual no podemos retornar.

Pero junto al tiempo y estas vivencias que en muchas ocasiones nos angustian y desgarran, sabemos que también está aquél tiempo que aplaca, cura y consuela, madura y perfecciona. Aún así, debemos ser concientes que el tiempo no deja de afectar nuestro ser y tener que ser en el tiempo.5  

Desde la filosofía y otros campos a la Educación Física

En el campo disciplinar de la Educación Física, una de las problemáticas inherentes a él, es el cuerpo. Al reflexionar sobre esta cuestión, nos percatamos gradualmente que no sólo somos cuerpo, sino que también tenemos cuerpo. Somos cuerpo en tanto denotamos –más inconsciente que conscientemente– nuestra presencia objetiva como seres en el mundo. Tenemos cuerpo cuando con nuestra participación intencional y consciente posibilitamos un proceso que imprime un sentido a ese cuerpo que está básicamente anclado en lo biológico, operándose de esa manera –construcción en contexto mediante– un cambio cualitativo: la constitución de nuestra corporeidad en el tiempo.

En tanto somos cuerpo, el tiempo se objetiva en él. Es el cuerpo el que registra objetivamente tanto su paso como algunas marcas que se van imprimiendo y que se instalan a manera de estigmas (como diría Goffman6). En tanto vamos construyendo nuestra corporeidad cargamos con algunas de esas marcas en el fragmentado tiempo humano, oscilando hoy entre su aceptación, su rechazo o su enmascaramiento según las edades con las que contamos, nuestras disímiles experiencias de vida y el contexto en el que nos encontramos insertos.

La construcción que llevamos a cabo sobre nuestro cuerpo hasta llegar a la vejez no es exclusivamente nuestra, también participan en ella otros y otras. Somos sujetos que –en tanto seres sociales– estamos sujetados a un contexto socio-cultural que nos teje y condiciona para que formemos parte de una comunidad. Y para  pertenecer a ella, en todo sistema social rige un dispositivo de habituación, para que actuemos y pensemos pero no de cualquier manera. Dicho dispositivo está conformado por una compleja red de sistemas y mandatos que actúan como estructuras que estructuran.

En el siguiente cuadro, podemos ver algunos sistemas que conforman a ese dispositivo:

Estos sistemas conforman el saber, que para Foucault está constituido por dos formas: el ver y el decir. Y estas dos formas no guardan entre sí una correspondencia unívoca, no poseen una misma forma, no son idénticas. Sin embargo, de la interacción de ambas surge el saber que nunca está ajeno a un contexto socio-cultural determinado –que de acuerdo a la época– ven y dicen de modos diferentes. Y la interacción entre ambas existe porque «vemos» las cosas en función de cómo las nombramos, y las «nombramos» de acuerdo a cómo las vemos. En definitiva, nuestra forma de saber y conocer hace que las cosas se conviertan en objetos.8

De allí que dentro del dispositivo, los esquemas de percepción frecuentemente estereotipan al sujeto adulto mayor con nombres y valoraciones ligadas a: los conocidos caprichos, la pasividad, la incapacidad y la dependencia. Valoraciones que no son exclusivas de esta edad, sino que muy bien podrían ser extensivas o aplicarse a las diferentes edades por las que transitamos. Por ello, cuando Le Breton9 sostiene que el envejecimiento es un sentimiento, deja en evidencia que está relativizando la vejez, puesto que es un sentir que va con la actitud que frente a la vida puede tener cualquier sujeto, llegándose a la paradoja que hay jóvenes «viejos/as» y viejos/as «jóvenes». Esto es lo que permite sostener que la vejez –amen de ser una cuestión ligada a lo biológico– no deja de ser también una construcción social asociada dentro del imaginario con la llegada de un acontecimiento social conocido: la jubilación.

Asistimos hoy a algunos contrasentidos. Hasta no hace mucho tiempo se podía escuchar a niños/as y jóvenes preguntar: ¿cuándo llegaré a ser mayor? ¿Cuando llegará ese día en que podamos hacer todo aquello que hacen los mayores? Hoy la cuestión pasa al revés: muchos adultos y no tan adultos buscan denodadamente cómo hacer para que no pase el tiempo y permanecer jóvenes el mayor tiempo posible. Se percibe una negación del devenir temporal que nos coloca así en una época más apegada a Parménides que a Heráclito. A la insistencia al no cambio frente al inexorable cambio. 

     Desde la Educación Física

Cuando en la Educación Física trabajamos en los niveles escolares, con cierta anticipación solemos realizar un diagnóstico del lugar, materiales y de los sujetos a los que le ofreceremos diferentes propuestas didácticas. Sería oportuno y aconsejable no olvidarnos de realizar lo mismo cuando estemos con sujetos adultos mayores. Esto, porque debemos partir que la vejez no es –como tampoco lo es ninguna otra edad– un fenómeno homogéneo y estático. Según Mosquera González M. J. y Puig Barata N.10, habría variables como el medio de pertenencia, el nivel económico, el tipo de trabajo realizado, el nivel cultural, la personalidad, los diferentes vínculos familiares, los hábitos de ocio y actividad física, los afectos y amistades, etc., que nos estarían señalando la presencia de sujetos diferentes.

Acompañando al diagnóstico y para encarar desde la Educación Física una propuesta didáctica consciente, adecuada y de interés para esta edad, el y la docente de Educación Física deberían contar con saber algunos de los rituales sociales establecidos desde los dispositivos de habituación que acompañan al ser y tener que ser adulto mayor. Siguiendo de una manera general a los autores recién mencionados, entre los rituales más destacados se pueden mencionar la jubilación, la soledad, el deterioro corporal y la omnipresente muerte.

La jubilación acarrea consigo saber que el ingreso económico ya no será el mismo, lo que lleva a restricciones que afectan por lo general hábitos de vida, de consumo, de ocio, etc. Tampoco el no concurrir diariamente al trabajo restringe las posibilidades de comunicación y relación con los demás. Comienza un tiempo sobrante que si no estaba previsto, puede ocasionar desde no saber qué hacer con las horas que antes estaban dedicadas a las tareas laborales, hasta la aparición de conflictos con uno mismo, o con los demás (pareja, hijos, vecinos, etc.).

La soledad está muy asociada con el adulto mayor. Muchos llegados a esta edad se encuentran solos. Desde la marcha de los/as hijos/as, la viudez, la muerte de amigos y amigas, entre otros factores, implican una readaptación no siempre fácil de aceptar y llevar.

El deterioro corporal es un proceso natural que experimenta todo ser vivo. Sabemos que el rendimiento físico varía con la edad: marca un ascenso en la juventud, un ascenso mayor entre los 20 y 40 años y un descenso progresivo desde aquí. En tanto que desde los 60, alteraciones que van desde las de orden estructurales y funcionales que involucran y afectan al sistema sensorial, las funciones cognitivas hasta el agregado extra de algunas enfermedades, van generando deficiencias y con ellas dependencias cada vez mayores con los demás. Esta nueva situación hace que también vaya acompañada de un deterioro psicológico que afecta la autoestima, pudiendo llevar en algunos casos al aislamiento del sujeto.

Aceptar quiénes somos, más el agregado de la mirada del otro, hacen que tengamos que ser y aceptar cómo nos encontramos ahora al final de un ciclo de vida, con posibilidades diferentes y limitaciones crecientes. Sucede que la vejez no reduce los deseos, lo que se reduce es la fuerza que se tiene para satisfacerlos. Y comparados el espíritu y el cuerpo, pareciera que envejecen a ritmos diferentes. Así, en la carrera de la vida pareciera que el cuerpo se empieza a entregar antes que el espíritu. Esto se ve claro cuando creemos que podemos hacer lo que antes hacíamos y, a pesar que el deseo sigue en pie, los golpes recibidos nos indican una realidad adversa a nuestros deseos.11

El último de los rituales es la muerte. La elaboración de ésta por parte nuestra como la acontecida con aquellos seres cercanos a nosotros, genera muchas veces desamparo, depresión y angustia que altera la perspectiva que veníamos teniendo de la vida y del mundo. Acontece que comparado con los rituales antes mencionados, la muerte nos indica el fin de un trayecto, que con distintas variantes y recurriendo a disímiles creencias se intenta –en diferentes contextos sociales– darle un sentido último para lo que suceda después de acontecida la misma. Y si bien la muerte puede acaecer en cualquier momento de nuestras vidas, la vejez indefectiblemente nos indica que es inevitable.

Los contenidos de la Educación Física pueden contribuir y mucho para tener una actitud vital diferente frente a estos rituales. Se sabe de las ventajas que proporcionan las diferentes actividades físicas para esta edad: desde caminatas grupales, actividades en, con y para la naturaleza y el medio ambiente, actividades deportivas, juegos grupales, orientación del tiempo libre, danzas folklóricas, excursiones, caminatas con visitas a diferentes poblados, etc., que posibilitan continuar con el proceso de socialización, cultivar la camaradería y establecer nuevas relaciones e intercambios con los demás.

Pero tengamos presente algunas consideraciones. Sería un descuido poco feliz si no neutralizamos la notable influencia que ejercen los medios de comunicación y también la Educación Física cuando, haciéndose eco de ellos para legitimar su práctica en la sociedad, apuntan al salutismo u obsesión por la salud, a combatir a ultranza el sedentarismo y cultivar como única preocupación el buen estado físico, el «estar en forma», que lleva a una expansión incontrolable por el cuidado de la salud, de modo que, tal como lo expresara Iván Illich, la búsqueda de la salud se ha convertido en el principal factor patógeno.12

Y vale agregar que pareciera ser que en las sociedades desarrolladas todas las obsesiones conducen al consumismo: cremas, aparatos, prendas deportivas, gimnasios, bebidas dietéticas y diversos artefactos para cuidar el cuerpo. Es el gran negocio de la salud que pesa sobre el cuerpo y en el que están implicados diversos grupos empresariales, en donde la mirada clientelesca descansa sobre los jóvenes y no sobre el adulto mayor: éstos no consumen.

En forma subrepticia, los dispositivos que se ponen en juego dentro de esta espiral inherente a una sociedad consumista, tanto la salud, como la actividad física y el cuerpo, van a actuar como elementos de autocontrol y de vigilancia personal, produciéndose así un doble juego: por una parte, tanto la salud, la actividad física como el cuerpo actúan de liberación y satisfacción de los deseos individuales y, por la otra, dicho dispositivo actúa de control de aquellos deseos que contribuye a estructurar.13

Dentro de este panorama, no hay que dejar de considerar la oblicua mirada que socialmente se le arroja al adulto mayor, con un peso de carga menor para el varón que para la mujer –que pareciera estar condenada a ser siempre bella–, en la que ambos quedan reducidos a ser considerados sólo cuerpos: cuerpos sin sujeto, sin corporeidad y sin historia, que hay que cuidar, conservar, alimentar, y que, en definitiva, su presencia desde la vereda posmoderna, fastidia, molesta.

Como contraoferta y desde las posibilidades que tenemos desde la Educación Física, podemos proponer un cuidado normal de los cuerpos, llamar a los sujetos por su nombre, invitarlos a participar en actividades con movimientos placenteros, embellecer sus rostros con maquillajes y nuevos peinados, puesto que el rostro, como sostiene Le Breton14, es la capital del cuerpo. Sucede que actuar sobre el sentimiento de la cara, es posibilitar de alguna manera la vuelta al narcisismo normal del cual el anciano se había ido separando poco a poco, como consecuencia de ir interiorizando los discursos sociales insertos en los dispositivos de habituación que convierte a la vejez en el grado cero de la seducción.

Nos queda desde nuestra propia práctica profesional la cotidiana tarea de recuperar y valorar el gusto por la existencia en esta vida, la que no presenta un camino predeterminado de antemano, sino que siempre es un desafío y una alternativa para seguir reinventado el ser y el tener que ser en la vejez.

 Notas

  1. Faucault M. 1999. Vigilar y castigar. México. Siglo XXI.

  2. San Agustín. 1968. Confesiones. Madrid. Biblioteca de Autores Cristianos.

  3. Gadamer H. G. El tiempo y el pensamiento occidental de Esquilo a Heidegger, en Ricoeur P. 1979. El tiempo y las filosofías. Unesco. Sígueme.

  4. Proteo es uno de los dioses del mar que, en la Odisea, tiene la tarea de sosegar a los animales del mar que pertenecen al hermano de Zeus, Poseidón. Proteo tiene la cualidad de metamorfosearse pudiendo tomar cualquier forma, animal, agua, planta, etc., y utiliza esta virtud frente a todos aquellos que le preguntan, pues tiene el don de la profecía, pero se niega a informar a los mortales que acuden a interrogarlo.

  5. En términos generales se ha seguido hasta aquí a Mainetti J. A. El tiempo biológico y el hombre, en Estudios de filosofía. 1980. Buenos Aires. Año III.

  6. Goffman I. 2003. Estigma. La identidad deteriorada. Bs. As. Amorrortu.

  7. Se ha seguido aquí a Gutiérrez A. 1994. Pierre Bourdieu: las prácticas sociales. Bs. As. CEAL.

  8. Foucault M., en Díaz E. 1996. La ciencia y el imaginario social. Bs. As. Biblos.

  9. Le Breton D. 1995. Antropología del cuerpo y modernidad. Bs. As. Nueva Visión.

  10. Mosquera González M. J. y Puig Barata N. Género y edad en el deporte, en García Ferrando M. 1988. et al. Sociología del deporte. Madrid. Alianza.

  11. Díaz E. 1989. Para seguir pensando. Buenos Aires. Eudeba.

  12. En Bauman Z. 2006. Modernidad líquida. FCE. Bs. As.

  13. Devís Devís J. - Pérez Samaniego V. La ética en la promoción de la actividad física relacionada con la salud, en Devís Devís J. (coord.) 2001. La Educación Física, el Deporte y la Salud en el siglo XXI. Alicante. Marfil.

  14. Le Breton D. 1995. op. cit.

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revista digital · Año 13 · N° 127 | Buenos Aires, Diciembre de 2008  
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