El deporte argentino como teatralización de los delirios de grandeza |
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*Sociólogo, Universidad de Buenos Aires ** Director de EFDeportes.com (Argentina) |
Roberto Di Giano* robaied@hotmail.com Tulio Guterman** tulio@efdeportes.com |
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http://www.efdeportes.com/ Revista Digital - Buenos Aires - Año 13 - Nº 127 - Diciembre de 2008 |
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Últimamente la sociedad argentina no se caracterizó por realizar miradas retrospectivas con un sentido crítico. Cuando las concretó estuvieron acotadas a determinados temas.
En el caso reciente que determinó la designación de Maradona como director técnico de la selección nacional de fútbol, el público, en general, acompañó la idealización que fabricaron los medios de comunicación y sus seguidores más fanáticos. De esta forma se pudo ocultar algo que era evidente: el hecho que el astro había dirigido en forma esporádica a dos equipos en el medio local -Mandiyú de Corrientes y Racing Club- con magros resultados. Dichos antecedentes, que no gravitaron en medio de tantas loas, lo ubicaban por debajo de otros entrenadores más calificados.
En estas experiencias previas, solo logró tres victorias en veintitrés partidos disputados y puso en escena un estilo de juego que no condijo ni con sus ricos antecedentes como jugador ni con el gusto del hincha argentino.
Asimismo, se fue cultivando en amplios sectores de la población un bajo nivel de tolerancia frente a las múltiples frustraciones que nos suele presentar la vida en cualquier esquina. Así, por ejemplo, los mismos no pudieron soportar ni siquiera una derrota deportiva que no modificaba demasiado el rumbo de las cosas y depositaron toda la ira en un único responsable a quien exigieron defenestrar inmediatamente. Una actitud que expresa, en alguna medida, ese desprecio por la vida del prójimo que se instaló en una sociedad fuertemente teñida por el neoliberalismo. De esta manera el director técnico de la selección nacional de fútbol, Alfio Basile, terminó abandonando su puesto pese a que el equipo que dirigía se mantenía clasificado para disputar el próximo campeonato mundial de fútbol1.
Entonces, para recuperarse de los fracasos que siempre traen aparejados las expectativas desmedidas y llenar el vacío dejado por el entrenador saliente que se llamó a silencio, se apeló a un cuerpo colegiado conformado, entre otros, por Diego Armando Maradona a quien los discursos públicos y las imágenes reiteradas que mostraban los medios de comunicación recordando sus hazañas como jugador, lo colocaron rápidamente en el lugar del héroe idealizado. Se forjó así un clima tan particular que Maradona no podía ser rozado por la crítica pese a que el astro vive desde hace tiempo con marcas sociales que no se disiparon totalmente, producto de la variada gama de contradicciones y altibajos que mostró a lo largo de su vida.
Asimismo, para acompañar a Maradona, se sumó Carlos Bilardo como director general de fútbol y dos ayudantes de poca o nula experiencia en este terreno. En el caso del entrenador de la selección que ganó la Copa del Mundo en 1986, estaba desde hace tiempo dedicado a otras actividades, una de ellas ligada a la política. Vale recordar que en el 2004 tomó conciencia que el descenso acechaba al equipo que en ese momento dirigía, su querido Estudiantes de la Plata, y, entonces, sumergido en el desaliento, decidió abandonar la tarea que le habían encomendado.
Estos delirios sociales, que despiertan euforias y frustraciones que se implican mutuamente, encuentran no solo en el fútbol el escenario propicio para materializarse. Se extienden también a otros deportes como recientemente se verificó en el tenis. La derrota en la final de la Copa Davis frente a España puso en evidencia una desmedida confianza por parte de todos los actores directamente involucrados: jugadores, entrenadores, dirigentes, simpatizantes y periodistas. Se creó un clima festivo anticipado, que se vio amplificado con la noticia de que el mejor jugador español y actualmente del mundo, Rafael Nadal, no iba a ser de la partida, olvidándose uno de las premisas básicas del deporte: para ganar, los partidos hay que primero disputarlos. Es decir, que no existen certezas lapidarias que sean compatibles con este tipo de prácticas.
El clima triunfalista hizo que nadie aconsejara a Del Potro para que no viaje a Shangai, advirtiéndole que iba a llegar agotado a la hora del partido. Asimismo, los otros tenistas españoles, descartado Nadal por una lesión, aunque se ubicaban entre los mejores del mundo, no fueron considerados rivales de riesgo para muchos argentinos que estaban hinchados hasta la soberbia.
A la postre, una suma de errores estratégicos, como, por ejemplo, la elección de la superficie para jugar pensando solo en Nadal y la falta de prudencia que nos caracteriza, determinó una derrota que no estaba en los cálculos de nadie, incluso de los propios beneficiados, los jugadores y dirigentes españoles.
Resulta evidente que el deporte se constituyó, con la complicidad de los medios de comunicación, en un lugar privilegiado para alimentar nuestros delirios de grandeza. Así, montados en un triunfalismo inicial nos creemos predestinados para realizar grandes gestas que, como bien sabemos, muy pocas veces se concretan.
Lo peligroso para la sociedad argentina es que al vaivén de tantas euforias y frustraciones fuimos entorpeciendo, con el correr de los años, el crecimiento individual y colectivo.
Empezar a reflexionar sobre el tema puede servir para sacar una serie de conclusiones que nos ayuden a romper con esas nefastas persistencias culturales.
El desafió queda planteado.
Nota
1. Un signo claro de la discriminación que todavía impera en nuestra sociedad lo constituye el hecho de que Basile fue descalificado, entre otras cosas, por ser viejo, tanto por periodistas de la televisión privada como de la pública (algunos incluso llegaron a expresar que el experimentado entrenador estaba gagá).
revista
digital · Año 13 · N° 127 | Buenos Aires,
Diciembre de 2008 |