A 30 años del Mundial 78. Una de mis mayores amarguras |
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Enpleado de Ventas en Empresa de Consumo Masivo |
Roberto Benedetto |
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Esperaba ilusamente que durante el transcurso del partido la muchedumbre replicara con el grito popular de "se va acabar, se va acabar, la dictadura militar". Nada de eso ocurrió, tuve la sensación de estar en la tribuna canalla siendo hincha de Newell's, era un extraño entre 40.000 personas que pensaban distinto. A partir de ese momento ya no había dudas, quería que el seleccionado pierda, que el pueblo argentino no goce con un triunfo futbolístico. Me sentí muy mal de pensar así pero cuando lo razonaba, sentía una paz interior. | |||
http://www.efdeportes.com/ Revista Digital - Buenos Aires - Año 13 - N° 121 - Junio de 2008 |
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Empezaba el Mundial 78 y sentía una mezcla de euforia,
ansiedad y desazón a la vez. Desde pibe había soñado con ver un mundial y se hacía realidad. Tenía en
mi poder el paquete de 7 entradas que me habilitaba a presenciar los 6 partidos
en la Subsede Rosario y la final en Buenos Aires. Ver esta clase de eventos, hoy es una posibilidad
cierta y accesible para mucha gente. Tiempo atrás era imposible para la gran
mayoría y a eso se le agregaba la falta de adelantos técnicos que hoy existen
en cuanto a lo que ofrecen la TV, pantallas gigantes, cines, etc. Eran tiempos de dictadura y el país atravesaba una de las
peores etapas de la represión. El gobierno militar acentuaba la presión y
mentiras propagandísticas para ocultar lo que en el exterior era sabido y aquí
se tapaba o ninguneaba. En ese contexto, llegaba el Mundial con la Argentina de Menotti a la cabeza. En la etapa de
preparación, se habían prohibidos las ventas al exterior de los jugadores
seleccionados y los medios periodísticos no podían opinar en contra so pena de
sufrir serias consecuencias. El entusiasmo inicial que tenía, comenzaba a desinflarse ya
que como muchos argentinos en esa época, veía y me enteraba de situaciones
terribles, difíciles de imaginar contra compatriotas, en muchos casos amigos,
vecinos, compañeros de estudios y trabajo. Dolía la negativa de muchos en
reconocer lo que se vivía y el “por algo será” empezó a ser el cobarde
latiguillo que se fomentaba desde las altas esferas de la dictadura hasta el
más humilde de los argentinos. Así comenzó el evento y empecé a sufrir una lucha interna
que me costó horrores poder manejarla. Hinchaba por el seleccionado nacional
pero me dolía la anestesia que cubría a la mayoría de la gente. Ganaba la
selección y me molestaba la alegría de
todos los que salían a festejar con miles personas buscando a familiares
desaparecidos. Por otro lado, sentía bronca por el técnico albiceleste de quien
hubiera esperado alguna posición más jugada de acuerdo a lo que siempre pregonó. De los jugadores no se podía esperar nada, generalmente
y en esas circunstancias mas todavía, no son afectos a inmiscuirse en temas
sociales. Pasó la primera fase y Argentina se clasificó para la
segunda. El destino hizo que por salir segunda en su grupo fuera a Rosario,
justo donde yo tenia las entradas compradas. Concurrí al primer partido versus
Polonia con ese sentimiento dual que me atosigaba: que gane, que pierda, que
gane, que pierda. ¡Todo un suplicio! Estaba en el estadio con una posición muy
egoísta: quería que todos tuvieran la misma bronca que yo tenia
contra la Junta Militar. Y pensaba que cuando entraran los comandantes al
palco, una tremenda silbatina los recibiría y entonces me sentiría reconfortado
hasta unificar mis deseos en uno solo: que gane Argentina. No fue así, no hubo rechifla o abucheo generalizado y hasta
fui observado con severas miradas de mis ocasionales vecinos de platea, ante
mis gruesos insultos a los generales. No obstante, esperaba ilusamente que
durante el transcurso del partido la muchedumbre replicara con el grito popular
de “se va acabar, se va acabar, la
dictadura militar”. Nada de eso ocurrió, tuve la sensación de estar en la
tribuna canalla siendo hincha de
Newell’s, era un extraño entre 40.000 personas que pensaban distinto. A partir
de ese momento ya no había dudas, quería que el seleccionado pierda, que el
pueblo argentino no goce con un triunfo futbolístico. Me sentí muy mal de
pensar así pero cuando lo razonaba, sentía una paz interior. Entonces, no fui al partido con Brasil -regalé la entrada
que cotizaba fortuna- y concurrí a ultima hora al juego con Perú creyendo que
después del resultado de los brasileros, Argentina quedaba afuera. Quería ver a
los comandantes irse con la cabeza gacha. Triunfó el seleccionado local en un
partido muy sospechado y solo quedaba la final. Me torturaba la idea de ver a la Junta Militar entregando
la Copa y los jugadores argentinos recibiéndola como si nada. Me costaba alinear mi
bronca y sentirme rarísimo al querer que gane Holanda. Siempre esperé ver una
final con Argentina jugándola y resulta que no quería presenciarla y además que
pierda, un horror! En esa oportunidad vendí la entrada y llegado la hora del
encuentro me interné en un hotel tratando de estar ausente del clima que se
vivía. Ciento veinte minutos que fueron un siglo, los gritos igual se colaban
en la habitación y mi corazón latía a mil. Esa sensación solo la viví después
en el tiempo con los penales en la final de América de Newell's con el San
Pablo. Terminó el partido y la gente salió a festejar. Miles y miles de
personas que iban al Monumento a la Bandera con sus banderas y bocinazos. Salí del hotel y sentí como si me hubiera aplastado un
elefante. Lloré de impotencia, recordé cuando pibe deseaba llegar a esta
instancia y en ese momento odiaba como se dio. Así como nunca más pude ver
imágenes de la final de Ñubel en Brasil, tampoco vi ni lo haré seguro, nada que
tenga que ver con el Mundial 78. Por razones muy distintas pero con el mismo
sentimiento: impotencia, tristeza, amargura, rabia. Casi 3 años después, previo a la Semana Santa, mandé
una carta -manuscrita entonces- a Osvaldo
Ardizzone, prestigioso periodista de la revista Goles. En ese momento me encontraba sin trabajo ya que me había
fracturado una pierna jugando al fútbol y mis tareas eran independientes. En la
nota le contaba mis vivencias sobre el Mundial y Ardizzone tuvo la deferencia
de dedicarme un cuento sobre las Pascuas tomando como base mi relato. El final
de mi carta fue “Chau, Felices Pascuas” cuando ese saludo tenia otras
connotaciones! Semana Santa, un cuento de Osvaldo Ardizzone
http://www.buenosairessos.com/articulo-244.html
revista
digital · Año 13
· N° 121 | Buenos Aires,
Junio 2008 |