efdeportes.com
Orientaciones metodológicas para una intervención
en Educación Física a través de la motricidad

   
Universidad de Alcalá
(España)
 
 
José Luis Pastor Pradillo
tote.pastor@uah.es
 

 

 

 

 
Resumen
     La intervención desde la Motricidad requiere de una metodología que construya, con coherencia, las actividades que permiten su desarrollo y aplicación. Para conseguir este propósito no sólo ha de plantearse una adecuación a los distintos campos de aplicación donde se muestra eficaz sino que, también, han de ser tenidos en cuenta una serie de aspectos generales y principios técnicos muchos de los cuales, muy posiblemente, identificarse las señas de identidad y diferenciales de las intervención psicomotriz.
    Palabras clave: Psicomotricidad. Metodología. Educación Física.
 
Abstract
     Activities in order to design and implement psychomotor intervention require a coherent methodology. In order to achieve this goal, this article determines fields where this intervention is require, as well as general aspects and technical principles which may identify and differentiate psychomotor intervention.
    Keywords: Psychomotricity. Methodology. Physical Education.
 

 
http://www.efdeportes.com/ Revista Digital - Buenos Aires - Año 12 - N° 116 - Enero de 2008

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Introducción

    La definición que entendía la Psicomotricidad como una alternativa a la Educación Física tradicional, se justificó con diversos argumentos y con la pretensión de que la diferencia entre ambas concepciones evidenciara la elección de paradigmas distintos, conceptualizaciones doctrinales diversas, la selección de objetivos específicos y diferentes, una metodología concreta y el uso de posibilidades técnicas peculiares.

    En nuestra opinión, superadas estas diferencias al menos teóricamente, no nos parece acertado perseverar en destacar supuestas contradicciones entre ambas. Identificar aquellos principios técnicos y metodológicos que deberían caracterizar a la intervención psicomotriz no es tarea fácil. Por el contrario, ha des ser el resultado de una previa fundamentación epistemológica que resuelva que significa la Psicomotricidad o cuales son sus objetivos en los distintos campos donde puede ser aplicado un procedimiento de intervención inspirado en sus planteamientos.

    Para nuestro análisis, podría servir como punto de referencia inicial la perspectiva que propone Le Boulch (1997: 30) cuando afirma que el objetivo de la educación física no es sino "hacer del cuerpo un fiel instrumento de adaptación al entorno biológico y social a través del desarrollo de sus cualidades motrices y psicomotrices que permiten alcanzar el dinamismo corporal, elemento del dominio del comportamiento, condición indispensable para la libertad". Así formulado, el fin de la educación física no parece que se defina como algo significativamente distinto de lo que suele entenderse por Psicomotricidad y, quizá por eso, el mismo Le Boulch, en su condición de perseverante crítico de la educación física tradicional, se empeñó en disolver esta incómoda evidencia destacando las diferencias que entre ambas existen y para lograr este propósito afirmará que mientras que la educación física se interesa por la acción motriz, es decir, por el movimiento "eficaz" implicado en las actividades que encierran una significación social, la Psicomotricidad se dirige, sobre todo, al cuerpo emocional como elemento de apoyo para sus relaciones (Le Boulch, 1997: 30).

    En consecuencia, admitiendo que los paradigmas utilizados no difieren significativamente y que los fines generales son equivalentes tanto para la Psicomotricidad como para la Educación Física, posiblemente sean los objetivos y el procedimiento para alcanzarlos, precisamente, los aspectos que marquen las diferencias entre ambos (Pastor, 2004).

    Los objetivos deberían estar determinados por el campo de actuación donde se interviene y, en su mayor parte, serán delimitados por la propia fundamentación conceptual que imponga el modelo psicológico elegido. Sólo una vez conocidos los objetivos que se pretenden (la intención), será factible imaginar el procedimiento (la acción) más eficaz para alcanzarlos (la metodología). En la interpretación que de estos tres factores se realice radicará la diferencia entre Educación Física y Psicomotricidad o, si se prefiere, entre esta y la Motricidad.


1. Concepto de intervención desde la Motricidad

    Por intervención psicomotriz podemos entender la aplicación práctica de cuantas técnicas y recursos favorecen el desarrollo y la estructuración de las potencialidades del individuo de manera global. Para la Fundación ICSE (1993-94), de forma esquemática, esta estrategia se basará en algunos de los siguientes postulados:

  • En la concepción del desarrollo evolutivo y psicológico del individuo como consecuencia de su intervención activa en el medio para, desde el conocimiento y el control de su propio cuerpo llegar al conocimiento y a la acción consciente sobre el mundo externo.

  • En el desarrollo, puesto que, como resultado de un proceso único, existe una identidad entre los fenómenos neuromotores y las funciones psíquicas.

  • En el convencimiento de que las capacidades mentales complejas (análisis, síntesis, abstracción, simbología, etc.) se logran a partir de una constante construcción y asimilación del esquema corporal.

  • Que el cuerpo es el elemento básico para lograr y mantener el contacto con la realidad exterior.

  • Que el movimiento es inseparable del aspecto relacional del comportamiento.

    Desde estos principios es posible afirmar que el principal elemento identificador de la Psicomotricidad se refiere a la interacción existente entre la actividad psíquica y la función motriz. Desde este planteamiento genérico, la Psicomotricidad indaga "la importancia del movimiento en la formación de la personalidad y en el aprendizaje, y se ocupa de las perturbaciones del proceso para establecer medidas educativas y reeducativas" (Durivage, 1984: 13). Dependiendo de cuáles sean los aspectos en que se concreta el concepto que de la formación de la personalidad pueda ostentar cada autor, así caracterizarán diversos rasgos diferenciales a cada uno de sus métodos. Pedro Martín y Juan A. García Núñez (1986: 34), entre otros, proponen tres grandes objetivos para la educación psicomotriz:

  • Educar la capacidad sensitiva tanto a través de la contracción como de la capacidad de relajación del músculo. La función tónica sería el elemento clave sobre el que Vayer (1987) estructura su metodología Psicopedagógica.

  • Educar la capacidad perceptiva que incluye la toma de conciencia unitaria de los componentes del esquema corporal, la estructuración de las sensaciones relativas al mundo exterior en patrones perceptivos y, en especial, la estructuración de las relaciones espacio-temporales. Estos objetivos interesarían especialmente al método Psicocinético de Jean Le Boulch.

  • Educar la capacidad representativa y simbólica de la que se ocupa más detenidamente la Psicomotricidad relacional de André Lapierre (1997) y Bernard Aucouturier (1985).

    Somos conscientes de la dificultad que entraña, todavía, cualquier intento de obviar la inercia que, para justificar la intervención, durante tantos años, ha impuesto la orientación educativa. No obstante, nosotros, aquí, intentaremos identificar aquellos aspectos más notables que, de manera genérica, sirvan para descubrir los principales apoyos de una alternativa que sea susceptible de responder a las demandas de los diversos campos de actuación que, actualmente, creemos que pueden ser atendidas desde las posibilidades que oferta un enfoque psicomotricista.

    Por otra parte, consideramos que una estrategia metodológica debe contemplar distintos aspectos que, de alguna manera, la distingan de otras alternativas que, para idénticos objetivos, pudieran ofertarse. La intervención psicomotriz, al margen de las posibles versiones que posibilitarían las distintas interpretaciones que de sus contenidos pudieran realizarse, de manera genérica, debe conciliarse con determinados axiomas teóricos mediante la aplicación normativa de distintos principios técnicos o metodológicos.


2. Aspectos definidores de la metodología

    A priori, en Psicomotricidad, todas las concepciones doctrinales y metodológicas manifiestan su interés por una intervención que aborde la conducta humana aunque después evidencien posturas contradictorias. Unas, quizá más instrumentales, a pesar de sus declaraciones formales, pretenden abordar la conducta desde el tratamiento concreto de cada uno de los aparatos y aptitudes intervinientes mientras que, otras, prefieren una dimensión vivencial que se interese especialmente por la conducta globalmente considerada y que sea capaz de generar efectos estructurales en la totalidad del proceso aunque sin renunciar por eso a una repercusión específica en cada uno de los elementos o aparatos intervinientes.

    Procedimentalmente, se reproduce la vieja disyuntiva que exigía elegir entre el análisis y la síntesis, entre llegar al todo desde las partes o influir en las partes desde el todo. Frente a esta disyuntiva nos mostramos más partidarios de aceptar las propuestas de la Gestalt cuando afirma que la suma de las partes no constituyen el todo porque existe un elemento añadido que le completa dando sentido a la realidad y que nosotros hemos identificado con diferentes factores: la percepción, la organización estructural o los elementos dinamizadores de la conducta, por ejemplo.

    La metodología específica que caracterice la intervención psicomotriz, en nuestro criterio, debería esclarecer cada uno de los diversos aspectos que a continuación destacamos:


    2.1. La metodología activa

    El convencimiento de que la metodología psicomotriz no debía sustentarse exclusivamente sobre procesos de instrucción y aprendizajes instrumentales se debió, entre otras argumentaciones, a la difusión de alternativas didácticas como las que ofertaba la pedagogía activa. Desde la acción se pretenderá que sus efectos se manifiesten sobre la totalidad de aquellos mecanismos y dimensiones de la estructura psicomotriz que determinan la calidad y el diseño de los patrones de conducta considerados como recursos de adaptación.

    Estos efectos, en muchos casos, fueron identificados con la descripción que de la estructuración recíproca formula Munchielli según la cual, la interacción establecida entre los distintos elementos del esquema comportamental genera efectos suficientes para que se produzca una especie de proceso mixto orientado, simultáneamente, en las dos direcciones a que se refiere Piaget cuando describe los procesos de asimilación y acomodación. Las corrientes relacionales conciben la interacción necesaria para que se produzca la estructuración recíproca como un proceso que se produce, necesariamente, en el transcurso o como consecuencia del establecimiento de un vínculo entre dos elementos que nosotros identificamos con los miembros de la ecuación organismo-medio (O-M).

    Con diferentes denominaciones, las distintas corrientes psicomotrices resuelven la utilización metodológica de la pedagogía activa adaptando a este principio sus actividades y los recursos con los que proponen desarrollar la intervención. Le Boulch (2001: 25), invocando a John Dewey, afirma que todo aprendizaje "debe concebirse como una experiencia" y, por tanto, como recomendaba el psicólogo del siglo XIX, resultaba conveniente aplicar la teoría de la resolución de problemas como condición imprescindible para el aprendizaje. Basándose en este convencimiento, a partir de la década de los sesenta, la Psicocinética, al igual que la pedagogía de la mediación de Feuerstein (1992), empezará a utilizar el llamado "ejercicio problema" donde el papel del psicomotricista consistirá, prioritariamente, en ayudar al sujeto a reaccionar ante su entorno ayudándole a realizar correctamente la percepción de la situación y a proponerle criterios a partir de los cuales poder juzgar sus progresos.


    2.2. Aceptar la realidad del sujeto de la intervención

    Y, como consecuencia, cuantos aspectos puedan definirle individualmente. Si consideramos la conducta como el objeto principal de la Psicomotricidad y, al mismo tiempo, establecemos que es ella la que determina y permite la estructuración de la personalidad, será fácil entender como la experiencia de determinados comportamientos es lo que permite abordar las estructuras de la acción y, como consecuencia, modular el desarrollo de la personalidad.

    Sin embargo, para la Psicomotricidad cualquier tipo de conducta no es adecuada para conseguir sus fines y, por tanto, tampoco será susceptible de ser utilizada como recurso de intervención. Para ser empleadas como actividades integrantes de una intervención, como ejercicios psicomotrices, las conductas apropiadas son aquellas que pueden caracterizarse como vivencias, aquellas que generan experiencias cuyos efectos, en distinta medida, son susceptibles de repercutir en todas las dimensiones de la estructura psicomotriz.

    La metodología psicomotricista, cualquiera que sea su campo de aplicación, debe diseñar actividades cuya vivenciación, individualizada o en grupo, inicialmente sea consecuencia de la peculiar idiosincrasia de cada individuo y que, además, se desarrolle sin perder el carácter social que le relaciona con el otro que exige la socialización y la integración grupal, para así preservar el paradigma de la globalidad de la persona y de la acción.

    En definitiva, la intervención psicomotriz debe iniciar el proceso de abordaje al individuo aceptando, como punto de partida, su realidad y, desde ella, considerado de manera singular, establecer la estrategia y el tratamiento adecuado a un diagnóstico previo y un pronóstico personalizado.


    2.3. El principio de globalidad

    La repercusión de las acciones que integran los recursos característicos de los procesos de intervención ha de mantener un carácter global y, como consecuencia, de alguna manera, afectar a la totalidad de las dimensiones del individuo o permitir ejercer sobre ellas algún tipo de influencia. Para eso es necesario sostener una concepción de su naturaleza de carácter unitario y una obligada capacidad de sincretismo tanto en lo que se refiere a la realización de la acción como a los efectos de su experiencia.

    Se persigue la utilización de una actuación del individuo que se concibe como un esquema unitario cuya respuesta, el movimiento, ha de permitir la superación del paradigma dicotómico en la medida en que puede ser abordado, simultáneamente, desde la perspectiva de la biología y de las ciencias humanas (Le Boulch, 1997: 21).


    2.4. El fomento de la relación

    Tanto la intención que oriente la intervención como los efectos que suscite han de perseguir el establecimiento y el desarrollo de una capacidad relacional que, como vimos anteriormente, al permitir el establecimiento de nexos entre los distintos elementos, objetos, categorías o informaciones, proporcionen mayor coherencia a la conducta.

    Este tipo de relaciones podrá incidir en distinta medida en la estructura psicomotriz, en la conducta o en según que aspectos, dependiendo de la orientación o de los fines concretos que caractericen a la metodología que deba establecerlas. Nosotros, coincidiendo con Pierre Vayer (1977), según cual sea el objeto principal, en cada caso hemos señalado, al menos, tres grandes áreas de relación: la que resulta de relacionarse el sujeto consigo mismo, la que le permite establecer contacto con el mundo de los objetos y la que ubica sus relaciones con los demás. Estas relaciones, cualquiera que sea el elemento de la ecuación (O-M) con el que se establezcan, podrán poseer distinto carácter dependiendo de cuales sean los sistemas dinamizadores activados o las dimensiones afectadas de manera que, tanto por su objeto como por la naturaleza de los materiales utilizados, podrán ser de carácter emocional, afectivo, social, cognitivo, simbólico, motriz, etc. Precisamente, esta potencial diversidad será la que facilite la repercusión de la vivencia y su empleo en el establecimiento o en la reconstrucción de cada uno de los distintos vínculos, nexos o significados que la noción de relación admita.

    No nos parece acertado reducir la dimensión psíquica o la capacidad motriz a fines o tareas de exclusivo significado afectivo cuando, al tiempo, para lograrlo, se ignoran otras capacidades como es, por ejemplo, la cognitiva. Creemos legítima, e incluso imprescindible, la existencias de alternativas metodológicas que se interesen de manera preponderante, o específica si se quiere, por los aspectos, fines y objetivos relacionados con la afectividad aunque, al mismo tiempo y con idéntica firmeza, también reivindicamos el empleo de la intervención psicomotriz para abordar otros mecanismos igualmente determinantes en la manifestación de la conducta.

    Cuando anteriormente intentábamos definir la globalidad reclamábamos un ámbito de acción y de comprensión que considerase al individuo y a todas sus dimensiones como una unidad de acción y, precisamente por eso, es por lo que creemos que el objeto genérico de estudio de la Psicomotricidad es la conducta humana. Otra cosa será que la consecución de este objetivo general sea abordable desde distintas estrategias o que convenga plantearle de manera analítica para recomponer o desarrollar cuantos mecanismos intervienen en ella. Lo que en todo caso sería una seña de identidad, lo característico de la metodología de la intervención psicomotriz será que, en cualquier caso, se preserve el carácter holístico tanto para la comprensión de la conducta como en el diseño de las vivencias que constituyen los recursos de la intervención.


    2.5. La vivencia como recurso de intervención

    El concepto de vivencia surge en unas corrientes muy concretas para, más tarde, generalizarse como un recurso apropiado para significar por un lado, el tipo de experiencia característica de la intervención psicomotricista y, por otro, la calidad de una conducta que se propone suscitar como recurso de esta metodología.

    La superación del llamado "ejercicio construido", utilizado por las metodologías propias de la educación física tradicional, fue una de las consecuencias de la revisión conceptual, epistemológica y metodológica que, entre otras alternativas, protagonizó la Psicomotricidad. Los nuevos planteamientos, generalizados a partir de la década de los años sesenta del siglo XX, exigieron el uso de otro tipo de actividades que, en todo caso, fueran capaces de dinamizar todas las dimensiones y todos aquellos aparatos de la estructura psicomotriz que ahora interesaban.

    Sin embargo, en sí misma, la simple reivindicación de la vivencia no explicita suficientemente su trascendencia y utilidad. Como ocurre con otros recursos, necesariamente, debe estar adecuada al objetivo que por medio de sus efectos se pretende conseguir; los mecanismos que se dinamicen han de estar relacionados directamente con los objetivos a alcanzar, incluso, aun cuando estos no se refieran a su propia modificación y desarrollo. En consecuencia, la vivencia no puede ser arbitrariamente diseñada o su elección dejada al albur de una espontaneidad mal entendida. En la vivencia, por el contrario, cualquiera que sea el ámbito de su ejecución, la situación que la provoque o el proceso de conducta, individual o grupal, en que se integre, han de considerarse, cuando menos, tres aspectos relevantes:

  • La naturaleza de la experiencia que genera y, por tanto, que esta sea "satisfactoria" y eficaz en la consecución de los objetivos pretendidos.

  • El control de la repercusión o dinamización que activa en diversos mecanismos y, en consecuencia, en los planos afectados o en los aparatos intervinientes. La vivencia, en la descripción que de ella realizan autores como André Lapierre y Bernard Aucouturier (1983), será más completa cuanto más amplia sea su repercusión en los distintos planos que conforman la estructura psicomotriz: el perceptivo, el motor, el intelectual y el afectivo. Cada uno de estos planos ha de permitir que la vivencia se desarrolle a distintos niveles: del propio cuerpo, del esquema corporal, con relación al objeto, que permita la relación entre los objetos y el yo, la relación de objetos entre sí o, finalmente, que establezca las posibles relaciones entre los miembros del grupo.

  • Igualmente, su significación deberá ser diversa integrando conclusiones de tipo racional, afectivo y simbólico.

    Es fácil suponer que con estos planteamientos y requisitos, la ejecución de la actividad vivencial, con respecto a otros tipos de recursos, mostrará características diferenciales muy claras. Entre las peculiaridades más destacables podríamos señalar las siguientes:

  • La vivencia no se desarrolla como resultado de un reflejo de conducta simple, en el que se responde a un estímulo concreto, ni se concibe sólo como un comportamiento capaz de resolver una situación claramente definida. Por el contrario, su desarrollo y desenlace se deberá, en mayor medida, a los efectos de una dinámica en la que se asocian coyunturas de distinto significado.

  • Su estructura tampoco responde a una sucesión de fases típicas, reproducida de manera cíclica y circular, sino que su desarrollo puede responder a organizaciones diversas y sucesivas compuestas de elementos de distinto signo.

  • La vivencia no se ajusta a parámetros temporales concretos sino que su permanencia quedará determinada por la duración de la misma dinámica que constituye su desarrollo y éste por el ritmo con que se sucedan los acontecimientos que lo componen.

  • La vivencia, por lo que se refiere a su significación anímico-afectiva, no se define por su carácter neutro. Cualquiera que sea su valencia, ésta nunca será permanente, inmutable o poseerá el mismo signo para todos los participantes en la práctica de la intervención.

  • La vivencia, precisamente por las características anteriores, es de muy difícil previsión lo que, a menudo, dificulta su programación o impide que sea suscitada como resultado de la premeditación. Por tanto, es muy difícil prever como, cuando y con que significación va a producirse la vivencia, lo cual determina que en la metodología vivencial deba ser preponderantemente el carácter no directivo.

  • Como advierten Lapierre y Aucouturier, la vivencia responde muy mal a la programación previa y exhaustiva de la sesión que tan frecuentemente fue utilizada en la didáctica analítica. La previsión de que una vivencia se produzca ha de establecerse con un carácter muy flexible y siempre deberá estar sujeta a los condicionantes que pueden imponer cuantos elementos intervengan en su desarrollo ya que el control de las variables que median entre el planteamiento de la situación y la respuesta conductual no es controlable en su totalidad.

  • Especialmente y como consecuencia de las circunstancias anteriores, la intervención del psicomotricista, mediante la observación del desarrollo de la vivencia, incidirá en mayor medida en la previsión de una posible dinámica de la que deberá inhibir o potenciar determinadas posibilidades de solución.

  • Finalmente, la vivencia posee un carácter sincrético, no analítico, lo que permite la reorientación de su dinámica, su aprovechamiento como medio para conseguir objetivos diversos o su conclusión mediante respuestas o conductas muy variadas y, hasta cierto punto, siempre valiosas para los fines de la intervención.


    2.6. El carácter espontáneo de la acción

    Porque la instrucción posee escasa utilidad y sentido en la metodología psicomotriz, a menudo, se ha reivindicado la conveniencia de la espontaneidad en sus actividades. Esta consideración ha generado una polémica metodológica que algunos han utilizado como criterio relevante para calificar a cada una de las alternativas de intervención propuestas. En el fondo de esta cuestión se encuentra la necesidad de clasificarlas, en un distinto grado, dentro de la escala definida por un continuun bipolar en el que cada uno de los extremos estaría ocupado por el distinto carácter, dirigista o no, con el que aborda el psicomotricista su participación en el desarrollo del proceso. También se halla, en la base de esta polémica, el diverso entendimiento que de la misma noción de espontaneidad se sustente en cada caso.

    A menudo, aludir a esta cualidad de la conducta, si no se define previa y convenientemente, puede inducir a error o a plantear al participante un reto que sólo podría resolver mediante la ejecución de "vivencias" estereotipadas, sin sentido, ineficaces y carentes de intencionalidad adaptativa. Quienes optan por una suerte de "todo vale" arguyendo el fomento de una creatividad irreflexiva, sin intencionalidad y, suponemos que, de origen inconsciente, casi nunca explican convincentemente y con el mínimo rigor exigible el funcionamiento de aquellos mecanismos que posibilitan la ejecución de estas conductas.

    Sea cual fuere el sistema psicológico sobre el que sustentemos el modelo de conducta utilizado para justificar la metodología, esta siempre es el resultado de un complejo funcional al que, en todo caso, siempre están referidos los objetivos de la intervención. Nosotros, pensamos que la espontaneidad y también ciertas manifestaciones de la creatividad se basan en la adquisición previa de formatos sensorio-motores que, una vez interiorizados se emiten de forma más o menos automática permitiendo así la modularización de la respuesta en función de distintas variables, informaciones, aptitudes del individuo, intenciones, motivaciones o resultados y efectos de la misma conducta. Esta interiorización y la adquisición de la capacidad representativa es la que completa, en opinión de Le Boulch, la aptitud del individuo para ajustar su conducta y, de acuerdo con otras teorías, su modularización. Esta labilidad conductual es una de las características favorecedoras de la capacidad plástica del ser humano y, como consecuencia, su eficiencia adaptativa.


    2.7. La función de la estimulación o inducción a la acción

    Sea en el ámbito educativo, en el del acondicionamiento físico o en cualquier otro, uno de los permanentes objetos de investigación en la metodología tradicional y analítica siempre se refirió a lo que algunos han denominado "principio de los estímulos".

    Siempre ha sido cuestión capital averiguar las cualidades de un estímulo y, como consecuencia, los distintos efectos que es capaz de provocar tanto en todo lo que se refiere a la calidad de la conducta como a su repercusión en la estructura psicomotriz. Esta necesidad de valoración, imprescindible para ser capaces de provocar la respuesta más cercana a la prevista y para conseguir los efectos deseados, no se refiere exclusivamente al ámbito psicológico sino que idéntico principio rige también para cualquier tipo de estimulación que provoque una respuesta. Dependiendo de cual sea el carácter de la conducta o los elementos sobre los que se pretenda actuar el estímulo que la desencadene será de distinta naturaleza.

    El propio Piaget, refriéndose a comportamientos y aprendizajes de naturaleza cognitiva, advertía de este extremo y recordaba que si la dificultad del proceso resultara excesiva, el fracaso en la ejecución de la respuesta no aportaría efectos adecuados o, por el contrario, que si la dificultad fuera insuficiente tampoco se dinamizarían los mecanismos cognitivos en un grado conveniente para propiciar consecuencias o desarrollos adecuados.

    En resumen, cualquier situación, cualquier ejercicio problema o cualquier vivencia, se ha de ajustar a un esquema que se desencadena como consecuencia de la presencia de una estimulación. Dicho de otra manera, el esquema sensorio-motor que proponemos como referente principal de cualquier estrategia psicomotriz, finalmente, se concreta en un problema que requiere una solución adaptativa y, por tanto, como ocurre en cualquier otra situación problemática, necesita, como mínimo, de una información, de unos datos, que permitan, por una parte, su comprensión y, por otra, arbitrar o elegir alguna de sus posibles soluciones.

    En Psicomotricidad, al contrario de lo que ocurre en otras metodologías o actividades que utilizan la capacidad de movimiento como recurso, el uso de los umbrales responde muy mal a una cuantificación objetiva y mensurable, entre otras razones porque su particular forma de utilización es de muy difícil objetivación cuando se generan, de forma constante, como consecuencia de la misma dinámica adaptativa con la que se pretende resolver o reequilibrar la situación.


    2.8. La activación de los aparatos y mecanismos que integran el esquema conductual o que dinamizan la conducta

    Sólo desde la identificación de estos sistemas funcionales, de estas aptitudes y de su dinamización mediante el movimiento, puede abordarse el desarrollo de una intervención que pretenda la construcción, la modificación o el desarrollo de aquellos elementos y factores que califican la conducta. Dicho de otra manera, únicamente desde el entendimiento exhaustivo de su proceso funcional pueden ensayarse las intervenciones que tengan por objeto alguna forma de condicionamiento conductual.

    Ni para todos los objetivos propios de la Psicomotricidad ni en todos los posibles ámbitos de intervención debe recurrirse a los mismos elementos motivacionales y, tampoco, por idénticas razones, debe fomentarse la intervención de los mismos mecanismos o activarse, de igual manera, las distintas estructuras sobre las que se fundamentan. La selección de un objetivo concreto o la misma consideración global de la conducta y de la estructura psicomotriz, a menudo, exigen la focalización de la intervención sobre un mecanismo concreto o sobre un aspecto en particular.

    Pero cualquier cautela que a este respecto se adopte será ineficaz si no se asienta sobre una acertada elección del mecanismo dinamizador de la conducta, de la actividad o de la vivencia puesto que, ésta, es la que dota del sentido inicial y de la orientación que proporciona coherencia a la dinámica general de la conducta. Esta especie de "feed-forward", como se le denomina en los modelos cibernéticos, en cierta medida coincide con otras descripciones como es la del primer nivel que describe Luria en su esquema de autoorganización o, incluso, con nociones tan polémicas como es la de la motivación.

    Nosotros con esta noción queremos identificar un aspecto más genérico y nuclear que, de alguna manera, supera las referencias anteriores. Cuando nos referimos a los mecanismos dinamizadores no pretendemos coincidir con otras nociones tan concretas como es la motivación o la estimulación sino que intentamos describir un aspecto, quizá más ambiguo, pero que creemos determinante para dar sentido a la conducta.

    Cada uno de los ámbitos donde es posible la aplicación de la metodología psicomotricista para diseñar una estrategia de intervención específica posee unas características que singularizan a los sujetos a los que se aplica, requiere la consecución de unos objetivos diferenciados y, sobre todo, identifica una contextualización muy concreta que se define por unas coyunturas, unos elementos, unos intereses, unas sinergias existenciales peculiares y, como consecuencia, de todas estos factores, por unos intereses muy concretos.

    Todas estas circunstancias bosquejan una suerte de lógica que da sentido a la coyuntura general en la que se ha de ubicar la praxis de psicomotricista. Conseguir la activación de los mecanismos dinamizadores de la conducta más adecuados en cada momento será un aspecto fundamental para diseñar con acierto cualquier actividad o recurso psicomotriz. La tercera edad, las poblaciones especiales, la actividad terapéutica o la enseñanza preescolar, por ejemplo, se definen en contextos absolutamente diferenciados en donde lo que sirve como elemento catalizador de una dinámica puede ser más o menos eficaz dependiendo en cual de todos estos ámbitos se aplique. Esta eficacia vendrá determinada por la existencia de una suerte de sintonía entre el mecanismo elegido y el contexto definido, en cada caso, por numerosas circunstancias y por los elementos más diversos.

    Por tanto, de manera más explícita, podríamos concretar estos mecanismos dinamizadores no tanto con aspectos motivacionales específicos como con la lógica de la propia circunstancia ambiental que proporciona coherencia y da sentido a cuanto incluye, desde el contexto ambiental a la repercusión de la respuesta, desde la relevancia de la estimulación hasta la selección de los gestos con los que componer la conducta, desde la especificidad contextual que singulariza el ámbito hasta el establecimiento intencional de objetivos como consecuencia de una conducta grupal o individual.


    2.9. La adecuación evolutiva de la intervención

    Siendo coherentes con nuestra convicción de que la Psicomotricidad no debe limitarse al ámbito escolar o a ciertos campos de actuación relacionados con la educación, debemos considerar que la metodología en que se basa la intervención psicomotriz, ineludiblemente, requiere de una adecuación que, en cada caso, afectará a muchos de aquellos elementos que la caractericen. La posibilidad de utilizar una metodología psicomotricista en todas las etapas evolutivas impone una revisión que proporcione criterios solventes para adecuar su aplicación a los diversos aspectos diferenciales de cada una de ellas.

    Ya sea para favorecer el desarrollo de las aptitudes o la maduración de las estructuras psicomotrices del individuo, para reconstruir las relaciones establecidas erróneamente, para mantener el optimo nivel funcional de estas estructuras o para suscitar dinámicas capaces de organizar formatos eficaces con los que afrontar nuevas situaciones adaptativas, en cualquiera de estos casos, el factor evolutivo se convierte en un referente obligado para orientar el diseño de la estrategia de la intervención. Si intentamos resumir los principales aspectos en los que esta circunstancia influye podríamos destacar los siguientes:

  • Selección de objetivos adecuados a las necesidades de cada etapa, de tal manera que tanto la motivación como los mecanismos del individuo que deben ser activados respondan a una demanda endógena.

  • Tratamiento específico de muchos de estos objetivos que, dependiendo de la etapa evolutiva en que se encuentre el sujeto, requerirán una consideración singular. Algunos objetivos psicomotores permanecen como metas durante todo el periplo evolutivo aunque no todos requieren ser abordados desde planteamientos idénticos.

  • La identificación de los ámbitos de intervención ya que, aunque inicialmente reivindicamos la utilidad de la metodología psicomotriz en diversos campos de aplicación, hemos de reconocer que, en cada etapa evolutiva, cada uno de ellos cobra una mayor importancia o se muestra más eficaz para abordar al individuo.

  • Desde un punto de vista metodológico, el momento evolutivo también condiciona, en gran medida, la elección de los elementos que caracterizan las distintas ofertas de intervención: el estilo que para intervenir en la práctica adopte el psicomotricista; los elementos temáticos, simbólicos o formales que caractericen las actividades deberán poseer suficiente interés y un mínimo significado para los participantes como consecuencia de las necesidades o procesos de maduración propios de cada etapa; los elementos inductores de la acción, igualmente, han de ser sugestivos; y el mismo diseño de la actividad o vivencia ha de estar de acuerdo con al momento evolutivo que caracterice al sujeto de la intervención.


    2.10. La interacción

    La interacción entre los distintos elementos integrantes de la estructura psicomotriz y de la ecuación existencial organismo-medio, para ser acertada, ha de estar en función de la intencionalidad relacional que la inspire. Para la mayoría de las corrientes psicomotricistas, la activación del esquema comportamental ha de tener una repercusión relacional que necesariamente ha de estar prevista y ser premeditada.

    De manera general, pensamos que, como consecuencia de la intervención y de la dialéctica que por su afecto se establezca en el desarrollo del esquema comportamental, el individuo ha de establecer estas relaciones, en distinto grado y naturaleza, en los tres grandes órdenes a los que se refiere Pierre Vayer: consigo mismo, con el mundo de los objetos y con el mundo de los demás.

    Sin embargo, también estamos convencidos de que esta identificación no es suficiente sino que, por el contrario, en función de diversas circunstancias como pueden ser, por ejemplo, el ámbito de aplicación o la edad de los participantes, esta relación debe ser prevista de tal manera que se establezca en distintos niveles, con carácter diferenciado y apelando a dimensiones definidas. La relación, para que agote todas sus posibilidades y para que pueda servir de base para la resolución o comprensión de cualquier circunstancia ha de constituirse con materiales diversos y ha de estructurarse apelando a todos los aparatos psicomotrices que después intervienen sucesivamente en las dinámicas adaptativamente eficaces. Por tanto, las relaciones que se establezcan en cualquiera de las tres ecuaciones posibles han de poseer una naturaleza poliédrica que integre todo tipo de nexos posibles: de carácter cognitivo, motor, afectivo, emocional, simbólico, social, etc.


    2.11. La experiencia vivida

    A menudo, la mayoría de los autores psicomotricistas apelan a un carácter vivencial de la experiencia como forma más completa y satisfactoria de intervención. Sin embargo, a nosotros nos parece que esta reivindicación puede quedar reducida a una simple muestra de voluntarismo si no se apoya en otros aspectos que la proporcionen la coherencia o la fundamentación necesaria.

    Cuando los autores psicomotricistas hacen referencia a la experiencia vivida parecen aludir a una vivencia holística que amplía el exclusivo significado cognitivo que tradicionalmente parecía interesarles. Por tanto, para muchos de ellos sólo será útil aquella metodología que integre actividades, ejercicios o acciones capaces de proporcionar experiencias de este tipo. Quienes así piensan, afirman que sólo como consecuencia de determinado tipo de experiencias puede intentarse el abordaje de la estructura psicomotriz o de la intervención en sus manifestaciones conductuales tanto si es para modificar su expresión como para reconstruir las capacidades y mecanismos necesarios para emitirla.

    Para que una experiencia pueda ser considerada como vivencia debe ser resultado de un contexto caracterizado por una serie de factores capaces de proporcionar a la conducta un sentido y un significado muy concreto. La experiencia vivida, por tanto, será el resultado de una imagen compleja compuesta por informaciones de distinto signo que son adquiridas a través de variados cauces, mecanismos o procesos aferentes: sensoriales, afectivos, cognitivos, kinestésicos, cinéticos, etc. La experiencia vivida será aquella que proporciona la vivencia, el aprendizaje, el efecto, la consecuencia, el rastro o el trazo, cualquiera que sea el termino empleado por cada sistema psicológico, producida por una conducta en la que han participado la totalidad de las dimensiones y aparatos integrados en la estructura psicomotriz.

    Pero, al margen de este sentido unitario, la otra característica que parece distinguir la experiencia vivida de cualquier otra forma de entender los recursos metodológicos apropiados para la intervención psicomotriz se refiere a su identificación absoluta con la acción. El componente motriz, como elemento integrante de la ejecución conductual, caracterizará este tipo de expresión.

    En definitiva, podríamos identificar la naturaleza de la experiencia vivida con aquella que como consecuencia de la acción, de la reproducción conductual del esquema sensorio-motor, consigue una repercusión suficiente y relevante en la totalidad de los aparatos integrantes de la estructura psicomotriz y en la unidad de la persona. "Vivir" una situación exigirá la participación de la estructura psicomotriz en su totalidad, de todas sus áreas de actividad. Como consecuencia, sus efectos, en alguna medida, repercutirán en todas sus dimensiones, tónica, cognitiva y emocional, posibilitando así su eventual utilización para la consecución de unos objetivos durante el desarrollo de un proceso metodológico que permita intervenir intencional y sistemáticamente en todas ellas.


Conclusión

    Quizá la lección más importante que de ésta reflexión debamos concluir sea la conveniencia de distinguir la distinta naturaleza que puede caracterizar a cada uno de los objetivos de la intervención psicomotriz pues, dependiendo del sistema psicológico en que fundamentemos su metodología, se seleccionarán los objetivos con distinto criterio. Entendido así, podríamos hablar de "psicomotricidades" en vez de Psicomotricidad. Pero, en cualquier caso, es necesario fundamentar la oferta en un base epistemológica clara, en una fundamentación conceptual coherente con un sistema psicológico y con una adecuación de los medios adecuada a los distintos campos desde donde puede desarrollarse la intervención psicomotriz.


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revista digital · Año 12 · N° 116 | Buenos Aires, Enero 2008  
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