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Deportes, fútbol e identidad masculina. Los deportes,
un revelador de la construcción de los géneros

   
Instituto de Etnología Mediterránea y
Comparativa de la Universidad de Provenza

Traduccción: Prof. María Gabriela Madueño (Argentina)
 
 
Christian Bromberger
bromberg@up.univ-mrs.fr
(Francia)
 

 

 

 

 
     La división entre prácticas de reputación masculina y femenina, estas diferencias en la composición sexual del público no son el reflejo de leyes de la naturaleza (musculatura, hormonal, psicológica,…) que se impondrían por todas partes con la misma rigidez sino que varían sensiblemente según las historias deportivas y según el contexto ideológico propio de cada país.
 

 
http://www.efdeportes.com/ Revista Digital - Buenos Aires - Año 12 - N° 111 - Agosto de 2007

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Introducción

    Práctica o espectáculo, el deporte es un maravilloso observatorio de la construcción social de los géneros, de la manera en que se construyen los hombres y las mujeres y los cambios que se producen en el reparto de roles entre unos y otros.

    ¿Hace falta recordar que durante largo tiempo estas actividades competitivas han sido un feudo de la virilidad? Los Juegos Olímpicos femeninos sólo existen a partir de 1928, más de 30 años después de su re-creación por Pierre de Coubertin, y, en el marco de estas competencias, muchas especialidades han sido abiertas recientemente: los 1500 metros en 1972, el básquetbol en 1976, la maratón en 1984, el judo en 1992, el salto con garrocha en 2000… En Francia muchas federaciones y competiciones han aceptado a las mujeres desde hace una treintena de años: el fútbol desde 1970, aún cuando había existido un equipo femenino desde 1919 a 1932 (en un período de reivindicaciones de emancipación, simbolizadas por la moda de la "garçonne"), la halterofilia desde 1984, el rugby desde 1989… El primer Tour de Francia ciclista femenino ha tenido lugar en 1984, mientras que su equivalente masculino existe desde 1903. Los deportes de contacto y las disciplinas mecanizadas, a pesar de tímidos intentos femeninos (en las artes marciales particularmente), siguen siendo patrimonio de los hombres. En cuanto a las campeonas de box, de carreras automovilísticas o de aeroplanos, tienen una pizca de andrógino. Entonces, para los hombres, los deportes de contacto, de percusión, los aparatos mecanizados, para las mujeres las prácticas que acuerdan el primado del mantenimiento, de la higiene corporal y de la gracia. Una de las raras disciplinas olímpicas exclusivamente femeninas es el nado sincronizado que tiene una larga data, de la evaluación de la performance, a la estética. Los resultados de la encuesta "Prácticas deportivas 2000", llevada a cabo en Francia por iniciativa del Ministerio de la juventud y de los deportes, confirman esta tendencia recurrente. Los deportes en los cuales al menos dos tercios de los practicantes son mujeres, son la danza, la gimnasia, el patinaje sobre hielo. La práctica femenina es aún superior a la de los hombres en actividades como la marcha, la natación o aún… la equitación. La proposición creciente e importante de mujeres que practican esta última disciplina enuncia el problema de la apropiación diferenciada para los hombres y para las mujeres de una misma práctica. Desde 1973, el número de jinetes mujeres ha progresado el 120% mientras que el de jinetes hombres no ha aumentado más que el 42% si bien hoy casi tres cuartos de los licenciados son mujeres. Pero, hay dos maneras distintas, masculina y femenina, de tratar al caballo. En los centros ecuestres, los hombres casi no se preocupan en preparar después de limpiar o curar a su cabalgadura, lo que hacen con mucho gusto las mujeres; frente a un obstáculo, los hombres tienen tendencia a forzar a su caballo, mientras que las mujeres tratarán sobre todo con dulzura y persuasión. Se vuelve a encontrar en la práctica masculina o femenina de un mismo deporte, el reflejo de las "cualidades" que se atribuyen convencionalmente a los hombres y a las mujeres: fuerza, agresividad, de un lado, dulzura, persuasión, del otro. El informe en la competición y en las instituciones lleva también a ver en el deporte un espejo de aumento de las diferencias entre los sexos tal como los han construido nuestras sociedades. Si bien la práctica deportiva en el sentido amplio del término, en Francia es casi igual entre hombres (52% de la población deportiva) y mujeres (48%), la adhesión a los clubes y la participación en las competiciones presentan singulares contrastes entre ambos sexos. Alrededor de un tercio de los hombres practica su actividad física en clubes o en asociaciones, una quinta parte de las mujeres solamente; tres de cada cuatro competiciones son de hombres… En cuanto a las responsabilidades en las federaciones deportivas, son casi un monopolio masculino: en Francia, cuatro federaciones deportivas sobre 101 tienen una mujer como presidente; los comités departamentales, regionales, federaciones, cuentan con el 5% de mujeres.

    Vayamos de la práctica hacia el espectáculo deportivo. Aquí los contrastes también son sorprendentes. En Francia, las mujeres asisten más a espectáculos de deportes de interior, excluyendo los de contactos brutales, tales como el básquetbol y el voleibol, y valorizan la gracia y el "parecer" (la gimnasia deportiva, el patinaje artístico, la natación sincronizada, diversas disciplinas atléticas), todas prácticas a las que ellas se entregan en gran proporción. Sus intereses están menos centrados en las clasificaciones, los récord lo competitivo… Estos datos generales sin embargo se modifican según las escalas puestas en juego. Un partido local, que opone a los equipos de dos pueblos o dos pequeñas ciudades, lleva un público familiar y mixto, que comporta un buen número de mujeres que acuden a apoyar a sus hijos, a sus maridos, sus compañeros. Los partidos de rugby, deporte varonil por excelencia, atrae también a un público femenino relativamente numeroso en las villas del sudoeste de Francia (32% de los espectadores, por ejemplo, en Saint Vincent de Tyrosse2, una gran población de Landes). Pero desde que el rugby sale de esta atmósfera familiar y local, su público se vuelve mayoritariamente masculino, más conforme a aquel que aprecia los deportes de contacto (los espectadores de los partidos de Bègles-Bordeaux, un club que figura entre la elite, es un 85% de hombres)3. Parecidas comprobaciones se han hecho con respecto al fútbol. Las disparidades de edad y de clase social también matizan este cuadro: los deportes, tal como el tenis, atraen a un gran porcentaje de mujeres de edad madura, pertenecientes a las mejores sociedades acomodadas: 41% del público del torneo Rolad Garros en París es femenino. Es verdad que los juegos de raqueta durante largo tiempo han sido actividades de distinción emblemática de mujeres jóvenes de "clase de ocio".

    Esta división entre prácticas de reputación masculina y femenina, estas diferencias en la composición sexual del público no son el reflejo de leyes de la naturaleza (musculatura, hormonal, psicológica,…) que se impondrían por todas partes con la misma rigidez sino que varían sensiblemente según las historias deportivas y según el contexto ideológico propio de cada país. El fútbol (soccer), deporte de contacto masculino y popular en la mayoría de los países del mundo, es practicado sobre todo por mujeres de medios acomodados en los Estados Unidos. Sin embargo no vemos allí la marca de un tratamiento radicalmente diferente de categorías de sexo en el nuevo mundo, sino el "excepcionalismo" de los Estados Unidos que han desarrollado sus propios deportes nacionales (el béisbol, el fútbol americano, el básquet)4. El soccer no es allí más que un deporte menor, practicado por los inmigrantes y… por las mujeres, y con la reputación de ser lento y aburrido, mientras que los hombres, los "verdaderos", se apasionan por el fútbol (americano) con acciones bruscas y violentas. La jerarquía de los deportes es aquí como en otros lados, homóloga a aquella de los sexos.

    Las oposiciones se endurecen y se condiciona el acceso al estado en los regímenes políticos que tienen por obsesión disimular el cuerpo femenino y la división sexual de los espacios. Tal es el caso en la República islámica de Irán donde las únicas prácticas que pueden realizar las mujeres bajo la mirada de los hombres son el tiro, la equitación, la canoa kayak, el alpinismo, el ski, y las competiciones para handicaps, todas prácticas que, contrariamente al atletismo, a la natación, etc... se acomodan a la compostura islámica reglamentaria. Las mujeres no pueden asistir a los partidos de fútbol masculino, esta prohibición apunta a "protegerlas" de una proximidad indecente con los hombres y de la vulgaridad obscena que reina en los estadios. Varias veces ellas han intentado, pero en vano, abrir una brecha en el muro de la separación de los sexos. Este fue el caso particularmente cuando regresó al país el equipo nacional después de su clasificación para el mundial de 1998: miles de mujeres (jóvenes sobre todo) invadieron el estadio de Teherán donde estaban festejando los héroes, mientras que los medios llamaban a las "queridas hermanas" a permanecer en sus casas para asistir al evento por la televisión, la cual no retransmitía ninguna imagen de esas revueltas. "¿Es que nosotras no tomamos parte de esta nación? Nosotras también queremos festejar. No somos abundantes", decían las indóciles. El problema del acceso de las mujeres a los estadios vuelve a surgir, de otra manera, en noviembre de 2001, durante el partido Irán - Irlanda, por la calificación para el Mundial 2002. Las irlandesas deseaban asistir, después de múltiples vueltas y de decisiones contradictorias de las autoridades, finalmente fueron admitidas en un recinto del estadio en el que residían exclusivamente las mujeres iraníes. En tal contexto, la creación de un equipo femenino nacional de fútbol en 2002 ha sido un nuevo reto militante y una nueva tentativa para quebrantar las barreras y abrir una ventana sobre los estandartes mundiales5.

    Pero volvamos a nuestras tierras, las de Europa del sur que conozco mejor, para comprender los resortes de esta asociación bien establecida entre fútbol y exaltación de "valores" viriles. Y tomemos primero la medida cuantitativa del interés de cada sexo por la práctica y por el espectáculo antes de escudriñar las significaciones singulares.


El fútbol, un asunto de hombres

    Después de una efímera aparición en los días siguientes de la primera guerra, el fútbol femenino no ha tomado vuelo en Europa sino que recién a partir de los años 1970, en un período bisagra en la redefinición de los roles masculinos y femeninos. Pero este vuelo se vuelve tímido y las tasas de práctica femenina hacen resurgir los contrastes entre Europa septentrional y Europa meridional. Las federaciones de fútbol de los países nórdicos cuentan un porcentaje importante de mujeres en sus filas: 31% en Islandia, 24% en Suecia, 22% en Noruega, 18% en Finlandia. Esta tasa es también alta en Alemania (13,5%: 840.000 licenciadas en 2003), sigue siendo significativo en los Países Bajos (7,5%) pero no sobrepasa el 4% en los países de Europa latina (3,5% en Francia, 2% en España, 1,2% en Italia). Aquí la figura de la futbolista es excepcional y sólo aparece el tiempo de una exploración. El caso de la italiana Carolina Morace es extraordinario: autora de 500 goles en el transcurso de su carrera, fue, en 1999, la primera mujer en entrenar un equipo profesional de hombres, el Viterbese evolucionando en serie C (tercera división) del campeonato italiano, pero, testimonio de agravios persistentes, esta experiencia no duró más de 100 días!

    El público del fútbol sigue siendo mayoritariamente masculino, aún cuando una sensible evolución se dibuja desde hace unos veinte años. Las encuestas llevadas a cabo en los años 1980 y alrededor de los años 1990 ponían en evidencia un modesto incremento del público femenino (de 7 a 14% según los lugares)6. Los datos más recientes7 sobre el público en Francia, Italia, España, Inglaterra muestran una fuerte progresión de espectadoras en los estadios: ellas conforman hoy entre el 20 y 25% del público. Si bien se encuentran en las gradas cada vez más auténticas apasionadas, sin embargo raras son las mujeres que van al estadio por propia iniciativa; ellas acompañan a un padre, un hermano, un novio, un marido y esta complicidad, o esta concesión, a menudo es efímera. Es en la adolescencia cuando esta salida es más apreciada; las jóvenes apasionadas voluntariamente toman lugar en los virajes para participar, con sus compañeros, en los ritos de su edad. A la inversa, las mujeres adultas, y en particular las mujeres del hogar, frecuentan muy poco el estadio, aún si se diseña una familiarización del espectáculo, fomentada en Inglaterra, por ejemplo, para dar un tono más pacífico al espectáculo. Algunas de estas mujeres de edad madura, entre las más afortunadas, alcanzan un palco confortable para un rito esencialmente mundial.

    La asistencia a los partidos de fútbol por televisión también está feminizada. Una encuesta8, realizada antes de la copa mundial de fútbol de 1998, ha hecho aparecer el fuerte desplazamiento entre el telespectador de los partidos de fútbol tal como se lo imagina y tal como es verdaderamente. Para los Franceses interrogados entonces, el telespectador asiduo de esos encuentros es casi exclusivamente (97%) masculino; en realidad 62% son hombres, 38% mujeres y se observa el partido en pareja en un 35% de los casos, mientras que se imagina que esta situación mixta no concierne más que al 20% de los casados. Pero la intensidad del interés varía de un sexo a otro: es frecuente que los hombres impongan o negocien diplomáticamente la elección del programa; las mujeres a menudo retraídas, miran con una atención eclipsada, son menos elocuentes en comentarios técnicos, más distanciadas, menos agresivas y se dirigen menos a los entrenadores y a los árbitros… De la misma manera, la imagen convencional del grupo de amigos bebiendo cerveza y comiendo una pizza durante un partido, debe ser matizado; 17% (y no 82% como piensan los franceses) de los hombres consumen cerveza y 8% (y no 21%) comen una pizza.

    Cualesquiera que sean los matices y estas evoluciones, el fútbol sigue siendo un asunto de hombres que escande las etapas del destino masculino y cristaliza las virtudes viriles. ¿Qué muchacho no ha golpeado una pelota en su adolescencia y no ha encontrado en los grandes partidos los sueños de hazañas imposibles o los recuerdos del tiempo perdido? Los modos de frecuentar el estado al filo de las edades de la vida, los slogans y las metáforas utilizadas para soportarlos son buenos reveladores de la manera en la que fabrica y se fabrican los hombres.


En torno al estadio

    Cualquiera sea la tradición, británica (es decir cuadrada) o la tradición latina (es decir ovalada, recordando al anfiteatro), el estadio forma un espacio tabicado, separado en tribunas laterales cubiertas y en virajes, ends, curve, sides…, gradas situadas detrás de los arcos, a menudo descubiertas al viento, al sol y a la lluvia y precariamente instaladas. Cada uno de los sectores, delimitado por vallas, forma una suerte de territorio en el que se reagrupa una población relativamente homogénea (por su edad, su origen residencial, su estatus social…). Cada etapa de la biografía de un sufrir se traduce así por un modo diferenciado de ocupación del espacio en el estadio. Los primeros aprendizajes se desarrollan en las tribunas o sobre las gradas calmas bajo el ala de un padre o un tío, iniciadores vigilantes, prolongando discusiones y comentarios durante las cenas familiares. En la adolescencia, los muchachos, liberados de esa tutela, ganan "su" viraje por turbulentas bandas de compañeros. Los virajes, que en Francia se llamaban hasta hace poco "Populares" (pues se reagrupaba allí un público poco afortunado), hoy deberían ser rebautizados como los "juveniles", pues se han convertido en los espacios emblemáticos de un grupo de edad más que de una clase social. Los grupos de jóvenes soportes demostrativos y "hasta los "boutistes"" (los Ultras, como se los llama en Italia y en Francia) han establecido allí su territorio. La participación en uno de esos grupos autogenerados es conocida como una etapa en una "carrera viril", en la que conviene probarse, mostrar "que se está" a través de la palabra provocativa y a veces por el gesto ("A little bit of violence never hurt anybody", dice un adagio inglés). En el seno de esos grupos de pares de 15 a 25 años se experimentan el roce y la trasgresión de las reglas y de los límites. Algunas jóvenes acompañan a sus compañeros, incluso adhieren a los grupos de soportes; estas secciones o grupos autónomos femeninos han aparecido desde hace algunos años. Pero se trata de fenómenos minoritarios y a menudo efímeros, mientras que los grandes grupos de soportes, fuertes de algunos miles de miembros, dotados de un local y de equipamientos, constituyen el marco mayor de la sociabilidad de esos jóvenes hombres. El matrimonio o unión estable introduce una ruptura temporaria en el ciclo de esta sociabilidad masculina; acompañantes femeninas más o menos resignadas, las jóvenes mujeres pagan, durante algunos meses, su tributo sentimental a la pasión de su pareja que intenta, en un rincón del estadio, al reparo del tumulto, una improbable conversión. A este intermedio galante suceden, en la edad madura, nuevas formas de sociabilidad masculina en las gradas de las tribunas, la de los "colegas" de trabajo, de relaciones de bar, de cuñados, de viejos compañeros de clase, un momento olvidado… En síntesis cada nueva forma de ocupación del espacio en el estadio materializa un rito de pasaje en el camino de la historia de un hombre. Estos desplazamientos son reflejados y se inauguran, de manera simbólica, al inicio de una nueva estación. "El año próximo, ya está decidido, dejo el viraje y voy con mi hermano que ya lo ha abandonado con sus colegas, a la otra tribuna. ¿Qué quiere? Tengo 26 años, acá los que vienen son demasiado jóvenes y febriles para mi", me decía un soporte marsellés. Al filo de los años y al término de promociones sucesivas, el soporte puede también dar la vuelta al estadio como si ello materializara la vuelta de la vida.


La exasperación de los valores viriles

    La virulencia de los insultos dirigidos al adversario o al árbitro varía sensiblemente de un espacio del estadio al otro, de las gradas donde se agrupan los jóvenes Ultras a las tribunas donde se instalan los espectadores más copetudos. Pero, que sean exacerbadas o que sean eufemismos, de ese tomar partido siempre se extraen cuatro principales registros: el descrédito del otro (a través de los estereotipos duros hasta incluso insultos racistas), la guerra (a través de llamados a la "movilización" y la exhibición de estandartes por parte de los jóvenes soportes que llaman a sus grupos "Army", "Brigatta", Korp."), la vida y la muerte ("¡Devi morire!", gritan de un modo paródico los tifosi a un jugador adversario lesionado) y el sexo, sin duda se registra que, en el arsenal descalificador, ocupa el primer lugar.

    Cantos, slogan, gestos de reto y de reprobación (corte de manga, cuernos…), emblemas (bananas infladas que se agitan), diseños sobre las banderolas… son, a menudo variaciones demostradas sobre la virilidad decaída del adversario. Si Durkeim y Mauss hubieran frecuentado los estadios, se habrían sorprendido por la simplicidad de las formas de clasificación de la humanidad en el contexto de un partido de fútbol: por un lado, "nosotros", los "verdaderos hombres"; del otro, "ellos" (los jugadores del equipo adversario, el árbitro, los periodistas de la capital, siempre hostiles a los nuestros), rebajados al rango de "sub hombres": homosexuales pasivos, esposos cornudos, mujercitas sumisas, chicos retrasados, hijos incapaces de defender a su madre, es decir su honor. "Y Toulon es de pedes… / y Bordeaux enc…", proclama un canto de los Ultras marselleses que enarbolan una pancarta en la que está escrito "Paris te vamos a…" y que estigmatizan al PSG (club parisino) tratándolos de "Pequeños Soutiens-Gorge" o "Pédés-Sado-Gays". El florilegio de estos insultos remarca el retrato de un macho dominante que somete y humilla al prójimo: "Ciuccia la, ciuccia la banana, o Veronese, ciuccia la banana" ("Chupa la, chupa la banana, oh Veronés, chupa la banana"), aúllan los soportes napolitanos dirigiéndose al equipo del norte de Italia al que ellos deshonran. "Bordelés, me he burlado de tu madre en la Cane-cane-cane-bière 9", cantan los "Caballeros de la Mesa Redonda", los soportes de Marsella después de una victoria sobre los Bordeleses.

    Y cuando el otro domina, la afirmación de honor viril no abdica sino que se retoman a beneficio propio los tropiezos del destino. Si todo le sonríe al adversario, recuerdan el modo de la jugada cortante, que nunca se podría gozar de una felicidad perfecta y que un exceso de suerte -sólo el otro tiene suerte- tiene como contrapartida a un macho desafortunado. "Suerte para los bolos, mala suerte para las rameras", dice el proverbio. "¡Es un cornudo! ¡Es cornudo!", aúllan en las gradas para estigmatizar el insolente éxito de los adversarios. Pero si los nuestros desmerecen, "se inclinan sin la menor excusa", "bajan los brazos", abdican su deber masculino, el despecho castiga rabiosamente una virilidad inacabada o defectuosa: "¡Volvé a jugar a las bolitas!", "¡Gonzeusse, andá a tocar el tambor!".

    Los comentarios sobre la práctica, las exégesis sobre los sentimientos vividos durante el espectáculo se acompañan también de comparaciones o de metáforas sexuales, "Papin y Waddle (dos célebres delanteros del equipo en los años 1990), nos hacían poner duros", comentan a menudo los soportes del Olympique de Marsella. La evocación de los goles es una variación, más o menos elíptica, sobre el tema del orgasmo: "¡Viste cómo la clavó! Ampolló la pelota". En cuanto a la privación de goles, en la derrota, son vividos como frustraciones, como "impotencia", como "esterilidad".

    El partido de fútbol ofrece una configuración "buena para pensar" la sexualidad viril. Es antes que nada un homenaje competitivo al cuerpo masculino, una suerte de "parada sexual" donde los hombres se contemplan, se glorifican a sí mismos, midiendo sus aptitudes, objeto de una continua competición, a menudo tácita en lo cotidiano. Este homenaje al cuerpo viril toma un giro sorprendente cuando los oficiales van a felicitar a los jugadores a los vestuarios: con la ropa subida hasta el cuello, son figuras secundarias ante la desnudez triunfante y elocuente de los protagonistas. El partido también es la ocasión de ostentar nuestra capacidad en proteger el honor viril. Cada equipo de machos protege sus jaulas las que debe conservar, como hijas propias, "vírgenes", "inviolables" -los calificativos convencionales son reveladores- y esforzarse en "penetrar", incluso "perforar" la defensa y las finalidades del adversario a las que conviene "desflorar", otra metáfora significativa. Astucia, engaño, fuerza, brutalidad son puestos en juego para ostentar el honor de hombre ante el cual la sumisión de los otros a nosotros es la condición.

    A fin de cuentas, ¿a qué viene esta exasperación de la virilidad en el estadio y más precisamente, esta descalificación sexual del adversario, rebajado al rango de una "Mademoiselle" o de un hombre inacabado y sumiso?

    Estos retos, "estos términos obscenos de los que el mismo eco lastimaría los oídos de una dama", decía un cronista inglés a fines del siglo XX, se inscriben, como los llamados a la muerte, en el dispositivo exagerado e ininterrumpido de la participación que apunta a chocar con el otro y a pesar, por humillaciones, sobre el desarrollo del partido. Nos recuerdan también que los estadios son espacios refugiados donde se manifiestan valientemente "valores", en la ocurrencia las virtudes viriles, hasta hace poco tiempo sostenidas en alto en lo cotidiano pero hoy corroídas por el aire de los tiempos. Subrayan y exaltan, encuentro tras encuentro, fronteras oscuras, reservando a los hombres el derecho a la guerra, ritualizada, y a los gestos brutales (de manera sintomática, los tackles están prohibidos en el fútbol femenino). El machismo, el prestigio de los machos "que saben golpear" y responder a los enfrentamientos, tienden allí a expandirse de manera tanto más manifiesta que las ideologías circundantes que predican la neutralización de las diferencias sexuales. Los cánticos más elocuentes del hombre viril se reclutan en el público popular y entre los jóvenes de los barrios más desfavorecidos, propio del aburguesamiento de los modos de vida y vinculados a los viejos valores comunitarios de su medio.

    Pero la movilización viril que acompaña cada encuentro expresa más que una soberbia agresiva puesta al servicio del combate que se libra sobre el terreno. De hecho, aparece como el rescate paródico de la "condición" de los hombres en nuestras sociedades y muestra en ello la sorprendente fragilidad. Mientras que el destino femenino está recortado en rebanadas sucesivas e irreversibles (una madre de familia sólo salta a la soga para iniciar a su hijita y no se apasiona por el juego de la cuerda), el destino masculino es concebido como perpetuamente inacabado, debiendo regularmente demostrar y ponerse a prueba. El apoyo aportado a un equipo de jóvenes machos, la descalificación sexual del otro son los soportes, por medio indirecto de la participación mimética y activa, de esta puesta a prueba y de esta reafirmación de la virilidad. El premio de esas proclamaciones es que se borra la duda -siempre latente- que vincula a las reuniones de hombres, a las solidaridades, camaraderías y amistades masculinas que forman la trama de la vida social. Sólo el fin victorioso y la denegación de la virilidad del otro -pruebas ostensibles de su propia masculinidad- vuelven lícitas la proximidad cómplice y los abrazos entre pares.

    El fútbol nos enseña cómo se fabrica, en nosotros, a los hombres: en los patios de las escuelas como en los terrenos de fortuna, se declinan desde la infancia los valores esenciales: fuerza, astucia, habilidad, solidaridad colectiva ("¡Sos tan morfón! ¡Pasá la pelota!"). El espectáculo teatraliza las virtudes y permite ejercer ruidosamente las prerrogativas de la "cultura" masculina: el derecho al abuso verbal y gestual, a las palabras groseras, al silbido… igual que actitudes rigurosamente exclusivas del repertorio decoroso de los comportamientos femeninos. Evoca también las incertidumbres que escalona un itinerario viril: flaquezas, engaño, vergüenza, supremacía de los otros, suerte insolente que alimenta las sospechas, solidaridad teñida por una sensiblería ambigua (cuando el soportador frustrado deja escapar furtivamente una lágrima); tanto en el terreno como en las gradas se juega y se vuelve a jugar la frágil identidad de los hombres.

    Ritual viril, sin embargo el partido de fútbol se transforma progresivamente en show. Esta "disneylandización" testimonia la evolución contemporánea del espectáculo deportivo y las brechas que agrietan en adelante el entre sí masculino.


Notas

  1. Ver J.-P. Digard, "Cheval, mon amour", Terrain, 25, 1995 (pp. 49-60)

  2. Ver S. Darbon, Rugby. Mode de vie, Paris, Jean-Michel Place, 1995 (p.125).

  3. Ver D. Bodin, Sports et violence (tesis), Université Victor Segalen Bordeauz II, 1998 (p.119).

  4. Ver A. S. Markovits. "Pourquoi n'ya-t-il pas de football aux États-Unis? L'autre exceptionnalisme américain", Vingtième Siècle, 26. 1990 (pp. 19-36).

  5. Sobre el futbol y el deporte en Irán, ver C. Bromberger, "Le football en Iran", Societé et représentations, 7, dic. 1998 (pp. 101-115) y "Iran: les temps qui s'entrechoquent", La Pensée, 333, enero-marzo 2003 (pp. 79-94).

  6. Ver C.Bromberger, Le match de football. Ethnologie d'une passion partisane à Marseille, Naples et Turin, Paris, Éditions de la Maison des sciences de l'homme, 1995 (p. 217) y "Le sport et ses publics" en Le sport en France, Paris, La Documentation française, 2000 S(p. 104).

  7. Ver, por ejemplo, para Inglaterra, Carling Premiership Fan Surveys (1993-1994), Sir Norman Chester for Football Research, University of Leicester, 1994. Para Francia, España e Italia, los datos provienen de diversas Fuentes: memorias, informes, sondeos de institutos especializados.

  8. Encuesta SOFRES/Bransseries Kronenbourg, febrero 1998.

  9. La gran avenida de Marsella.

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