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Perspectivas contemporáneas del cuerpo femenino

   
Licenciado en EF y Especialista en Teorías, Métodos y Técnicas de
Investigación Social (Universidad Pedagógica Nacional). Candidato a
Magíster en Investigación Social Interdisciplinaria (Universidad Distrital F.J.C.).
 
 
Lic. Juan Manuel Carreño Cardozo
juanmacc@yahoo.com
(Colombia)
 

 

 

 

 
Resumen
     Las siguientes consideraciones son concebidas en el marco de la reflexión sociocultural, pero pueden sobreponerse tangiblemente al mundo cotidiano. Se trata, inevitablemente de dudar del sentido común y asimilar las posibilidades no como manifiestos etéreos fundamentados en conceptos académicos sino como problemas sensibles y cercanos que pueden ser habituados de otras maneras.
    Palabras clave: Cuerpo. Mujer. Femenino.
 

 
http://www.efdeportes.com/ Revista Digital - Buenos Aires - Año 12 - N° 110 - Julio de 2007

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Introducción

    El principio que sustenta la discusión es la concepción de cuerpo como construcción cultural. Es necesario alejarnos de cualquier reduccionismo venido de tradiciones religiosas, anatómicas o médicas bajo las cuales el cuerpo es la parte orgánica. Aunque no se trata de superar mágicamente el dualismo cartesiano, es imprescindible pensar en la posibilidad de que culturalmente construimos un cuerpo y por ende no es pertinente afirmar que todos sentimos, percibimos o que tenemos comportamientos universales. Nuestro cuerpo, venido de unas tradiciones específicas, se estructura, modifica, habitúa y percibe de acuerdo a un orden fuerte (más no rígido) y participa (como manifestación y constituyente) del contexto político e ideológico predominante.

    En ese sentido podemos asimilar la situación de género como una construcción más, y facilitamos la reflexión acerca de la manera en que hemos constituido el dualismo básico entre hombre y mujer (excluyendo radicalmente cualquier otra posición) como una forma cultural que se originó por ciertas tradiciones y pudo (y puede) constituirse de diferente modo.

    Desde esta perspectiva podemos empezar a repasar cómo es nuestro cuerpo y cómo es la mujer que hemos construido. Se trata de mirar un transcurso de tradiciones que se entrelazan con las características de estos tiempos; hemos conformado comportamientos desde una estructura históricamente determinada por la tradición religiosa y médica: en la primera aparece la mujer como virgen eterna condenada a los deseos de hombres (esposo o hijos) y culpable inevitable de la existencia del pecado, y en la segunda como la fábrica de la descendencia, carne modificada de la perfección masculina articulada para engendrar. Estas tradiciones se mezclan con diversas formas de masificación y consumo, propias de nuestra época.

    En esta confluencia es imprescindible citar a los medios dentro del proceso de constitución de los símbolos mediante los cuales la mujer se hace parte de nuestra sociedad.

    Debemos, primero, sostener que los medios no manifiestan lo que una sociedad desea explícitamente, no son ni siquiera medios de un sistema de información. Los medios contienen cualquier elemento necesario para cumplir dos propósitos: consumo y dominación (los dos actúan con y para el otro) y los dos actúan en los hábitos y la sensibilidad antes que en el convencimiento conciente. Estos medios educan nuestros sentidos, nos enseñan qué nos hace feliz y qué despreciar. Enseñan a las niñas qué ponerse y qué untarse, qué desear y qué soñar. Enseñan a los sentidos femeninos que oler a cuerpo es desagradable, que sudar es sucio por lo tanto moverse no es conveniente, que sentirse deseada es la base de su apariencia, que envejecer y engordar es prohibido.

    Los medios enseñan a ser feliz; ser feliz por untarse una crema, por vestir como una vitrina, por ser madre por que sí, por mostrar más el culo que otra, por ser la más bonita de la fiesta para ser escogida por el macho dominante de turno, por ser más parecida al comercial que otra. Educan a cocinar, subyugarse y callar, y a ser felices así.

    En el trascurso de esta educación de los medios, inmersa y casi imperceptible para nuestros sentidos, se encuentra un elemento muy relevante: la difusión de un discurso contrario, que se pueda exhibir explícitamente y contenga el discurso moralista de la época. Es necesario promover el discurso y la conciencia acerca del valor de las mujeres, la reivindicación de su lucha y la discusión de las formas como las mujeres ya no sufren tanto como antes. Y esto es parte de su cadena: convencer a la mujer que ahora si está bien y antes estaba mal, como una rememoración histórica de aquellas prácticas que ya no se dan. De una forma compleja, todo este conjunto de contrariedades hace que la mujer no sienta sus problemas como problemas, que no sienta los golpes ni la discriminación y más aun, que pueda reproducir el mismo modelo con su descendencia.

    La situación de la mujer refleja muchos de los conformismos de nuestra sociedad, pero en su caso traduce una estructura de dominación permanente en la cual parece más importante el deseo de ocultarlo que discutirlo. Si, aunque no es fácil de aceptar podemos decir desde muchos puntos de vista que la mujer se conforma. Eso si no se conforma por gusto, tal vez por comodidad, pero sobretodo por sobrevivir. La mujer excluida no sobrevive y si sobrevive se aparta como a los locos y se descalifica. La mujer calla para seguir con vida y esquivar los golpes (los más reales y los menos visibles) calla para comer y alimentar a sus hijos e hijas, calla para esquivar las balas, calla para no morir. En este proceso los hábitos del cuerpo femenino no son más que la traducción y el medio de reproducción de un sistema. Las costumbres arraigadas de las cuales casi no nos permitimos dudar son los instrumentos básicos de la dominación, no masculina, sino aquella social que tiene que ver con la estructura política, económica e ideológica.

    La mujer, desde sus prácticas, no se permite dudar de la maternidad como posibilidad, de su responsabilidad familiar, de su carácter débil y delicado, de su dependencia. Y las costumbres delimitan muy bien las formas de pensar y sentir necesarias para comportarse disciplinadamente y normalizadamente. Por supuesto refiriéndome a la disciplina de Foucault, la que está sembrada en nuestras entrañas y funciona mejor que el mas cruel dictamen del mas cruel dictador. En este punto es necesario aclarar que el valor de todo lo que se ha conseguido en la lucha feminista es importante en la medida en que el discurso se ha hecho carne, y esa es la lucha más difícil ya que es la confrontación con las estructuras convencionales mas establecidas: la mujer no contra el hombre ni contra la sociedad, sino contra ella misma.


Problemas de mujeres son problemas de todos

    Es necesario precisar que la perspectiva de juicios sobre la mujer, no particulariza problemas exclusivos de la mujer. Eso equivaldría a contradecirnos en la medida en que proponemos una construcción social de género y como tal debemos aceptar la existencia no ya de hombres y mujeres, sino una gran variedad de formas de ser mujer o de ser hombre, homosexual o lesbiana, no solo desde una caracterización de las preferencias sexuales sino en un conjunto de prácticas que nos hacen "ejercer" nuestra sexualidad de muy diferentes maneras.

    En este sentido debemos observar la forma en que la discusión de género y los problemas que comúnmente se enmarcan como femeninos, develan en gran medida, de forma explícita o tácita, una serie de problemas masculinos. Podemos citar cualquier situación: por ejemplo, la violencia en contra de la mujer. En efecto es primordial establecer la situación de la mujer agredida, pero una nueva perspectiva nos dejará ver a los hombres como poseedores de una idiotez histórica y una muralla gigante de hábitos violentos que no permite ni siquiera la mínima reflexión para darnos cuenta de dónde nos encontramos.

    En efecto, podemos incitar al reconocimiento de varias problemáticas de corte masculino desde cada situación caracterizada como femenina, esto desdibujaría mejor esa impuesta polaridad entre hombre y mujer, ya que al menos, veríamos algo de relación comunitaria en esa divergencia tradicionalista en que se han convertido las relaciones entre unos y otros. Las representaciones de corte humorista que manifiestan la agresión continua entre hombres y mujeres demuestra fácilmente lo expuesto: el matrimonio, la suegra o el suegro, el cortejo, la fealdad de uno u otro (calvicie, gordura, estatura, etc.) Es decir, nuestra cultura nos presenta no solo opciones de identificación sexual, sino dos concretas y limitadas posibilidades de sensación y comportamiento. O somos machos cabrios conquistadores, dominantes, fuertes e inteligentes, o somos delicadas flores promotoras del afecto y la ternura. Las posiciones medias son características encasilladas en uno u otro lado: la mujer marimacho, el hombre amanerado y otros.

    Es así, que podemos comprender la situación de la mujer en un contexto mucho más amplio que el de un grupo social, y lo enmarcamos en el contexto de una sociedad que, por costumbres, deja de mirar las posibilidades de sentir al otro como otro y nos habitúa a considerar al otro como el enemigo permanente. Entonces, nuestra sociedad se conforma desde una relación de lejanos, y unos pequeñísimos círculos afectivos que construyen una imagen de comunidad que no existe. Sin embargo, esta es una reflexión cuyo desarrollo no es propicio en esta discusión. Lo que si nos concierne es la comprensión de que los problemas de apariencia, de violencia, de discriminación y todos los otros, corresponden, en una medida, a la mujer en su manifestación más tangible y a todos en manifestaciones menos visibles pero que hacen parte de la estructura fundamental de inequidad y exclusión.


La sensibilidad en el contexto de la mujer

    Hablar del cuerpo femenino no es referirnos exclusivamente a la imagen o a los cambios del ideal prototípico a través de la historia. Siendo consecuentes con la visión de cuerpo como construcción social, se presenta esta reflexión a partir de las estructuras paradigmáticas que se han constituido tradicionalmente y se manifiestan en conductas, hábitos y comportamientos específicos. En esos términos, desde nuestro contexto se construye un cuerpo femenino fundado en la apariencia para la disponibilidad, la tradición familiar (maternal), y la negación inclusiva.

    La apariencia para la disponibilidad se refiere a la permanente inconformidad con la imagen, pero que en nuestro contexto particular se relaciona no solo con el proceso de mortificación general (aquella sensación de sufrimiento cuando me alejo del modelo establecido, sea por procesos orgánicos o cronológicos) sino con procesos de diferenciación sociocultural. Esta característica se refiere a las pequeñas pero notables diferencias que permiten a la mujer hacerse y sentirse menos que otra ya no en el ámbito de su apariencia sino en el ámbito de sus necesidades y problemáticas cotidianas.

    La tradición familiar establece la imperiosa y sensible necesidad de reproducir recurrentemente los modelos familiares. No solo en el sentido estricto de composición familiar, en la cual la mujer es la base de la unión (dado por ser quien se queda en el hogar cuidando los hijos) sino en la percepción de comunidad desde la maternidad. En ese punto soy afirmativo: la caracterización de la mujer como agente afectivo de la sociedad no es connatural ni genético, es una estructura cultural establecida por repetición. Dicha estructura deviene de un supuesto instinto natural para con todo lo que le rodea, que obliga a la mujer a criar y a querer a un mundo que no quiso parir. Esta situación es manifiesta en la conformidad que se impone la mujer con hijos, que debe ser feliz por ser madre por que si, guardándose y reprimiéndose cualquier condición que la misma sociedad nos enseña para ser feliz.

    Por último y efecto consecuente de las otras dos es la negación inclusiva. Consiste en negar en la propia situación cualquier problema y descargar sistemáticamente el sufrimiento en otras mujeres. Este, como los otros procesos, no es predominantemente conciente e intencional, aunque puede serlo. Usualmente la mujer sobrevive a su situación reprimida lanzando su situación hacia fuera y excusando (intencional y tácitamente) su pasividad con toda su historia de vida, su cuerpo se hace resistente mediante la evasión del sufrimiento que produce la inequidad, la diferenciación pero sobretodo, es un cuerpo curtido de dolor que se niega a sentirlo y mucho más a rebelarse a él.


El deseo de los medios y el reconocimiento de nuestra basura

    Por último, quisiera considerar esta construcción del cuerpo femenino en el contexto del deseo. El deseo se propone como una sensación seductora hacia nuestra felicidad, en nuestro caso encausado en una altísima medida a la satisfacción sexual y específicamente genital. Este es el deseo de los medios, es decir, aquel forjado por y con nuestros sentidos. Es decir, aquel que sensiblemente tenemos como cultura.

    Este deseo construido por los medios determina quien puede desear y que puede desear, tanto explícita como implícitamente (determina que se debe hacer expreso y que es necesario ocultar) En ese sentido se construye un hombre que puede decir que desea y una mujer que se dispone como recipiente del deseo. Pero no cualquier mujer: los medios saben cómo deben comportarse las mujeres: como niñas, como putas o como madres. El primero establece una relación profunda con la infancia dominada de la mujer rosada y pasiva, que no se percibe por su aletargamiento y que debe ser obediente. Luego, manteniendo sus rasgos infantiles, la mujer debe ofrecerse y portarse como puta, que puede comprarse con algo y a cambio ofrece gratificación genital. Este es el punto cercano al modelo prototípico del deseo de la propaganda. Y por último la mujer madre amamantadora vitalicia de las carencias infantiles de los hombres, es la mujer donde no cabe la genitalidad, está prohibido el deseo y la relación, su piel es para venerar como un recuerdo, no como objeto de seducción.

    Esta situación es una de varias formas en que nuestra sociedad se manifiesta. Y creo que en eso consiste un gran paso de los y las soñadoras: reconocer nuestra basura. Y no es necesariamente un paso fácil, ya que justo nos tropezamos con nosotros mismos en nuestra normalidad. Develar esas estructuras exige desensibilizarnos ante el mundo cotidiano y dirigir nuestra mirada en los propios deseos, inquietudes y conformidades.

    En el proceso hemos de comprender que el diálogo es obligatorio en la visibilización de nuestros hábitos y las legítimas inquietudes podrán generar otras inquietudes colectivas fundadoras de movimientos. En este caso movimientos que puedan resignificar a la mujer desde lo cotidiano y dar un sentido reinterpretado de su tradición, que pueda manifestarse más allá de los discursos, en las costumbres y hábitos. Es decir en su estructura más fuerte de su existencia: su cuerpo. Para hacerse carne la inquietud, la lucha y la resistencia.


Bibliografía

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  • PRIETO, Hernán (2002): Resistir a la administración total de la vida, Bogotá, Universidad del Bosque

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