efdeportes.com
Prólogo al libro 'Origen del deporte en El Salvador, 1885-1943' de Chester Urbina Gaitán

   
Universidad Francisco Gavidia
(El Salvador)
 
 
Ramón Rivas
chesterurbina@costarricense.cr
 

 

 

 

 
Ahora, bien, si la cultura es sinónimo de libertad, según se afirma, hay que tomar conciencia de que la identidad de un grupo, en las sociedades complejas, móviles y pluralistas de hoy. Es imposible que subsista, que crezca sin un esfuerzo colectivo y creador del conjunto de la comunidad. Vivir juntos, exige en la actualidad la adhesión consciente a un proyecto asumido colectivamente. Ninguna cultura puede vivir en el mundo moderno sin esta voluntad común y en nuestra sociedad, en las postrimerías de la modernidad, la cultura del deporte centrado en el fútbol, fue adoptado por el Estado como el eje que debía aglutinar ese sentimiento colectivo.
 

 
http://www.efdeportes.com/ Revista Digital - Buenos Aires - Año 11 - N° 104 - Enero de 2007

1 / 1

Origen del deporte en El Salvador, 1885-1943     Escribir sobre el origen, desarrollo y consolidación de la identidad, es como tratar de buscar un punto de encuentro que irradie luz orientadora para seguir ese camino desconocido hacia el centro que es las meta y por ende el sitio de identificación. Ese lugar es el punto central, de identificación, lo que me pertenece, lo que conozco desde siempre, lo que me da fuerza, lo que fe da sentido a mi vida, los recuerdos, lo que quedó, lo que sigue siendo. Lo que me une y da vida y fuerza. En un sentido global, por identidad, nos referimos a ese conjunto de rasgos que permite a un grupo reconocerse en su originalidad y ser percibido por los demás grupos como diferente. Cada cultura distingue espontáneamente a los suyos, y estos a su vez, se encuentran y se reconocen en ella.

    La identidad cultural da al grupo un sentido propio de pertenencia, sin confusión ni alteración. Con la identidad, el grupo adquiere de este modo una conciencia de su permanencia en el tiempo, de su continuidad, a pesar de las evoluciones y de las circunstancias cambiantes. La imagen cultural ofrece una imagen ideal del grupo, conserva su memoria colectiva y le da el sentimiento de estar ligado a una historia, a un destino colectivo. La identidad, atributo a la vez del grupo y del individuo, es más fácil de comprender que de describir empíricamente. Los escritores han escudriñado su enigmática realidad. Paul Valery se sentía seducido por el juego de lo Mismo y lo Idéntico: "Nuestra Identidad es nuestro primer instrumento de pensamiento, sin el cual seríamos parecidos a los cuerpos materiales..." La identidad, dice: "es precisamente los recuerdos de mí mismo". Para Víctor Hugo, la identidad es: "un profundo hábito de vivir" por el que el hombre "se convierte para sí mismo en su propia tradición... Siente que hay en él aIgo indivisible. Ser es la suma de todo lo que se ha sido".

    Así, en hora buena, el historiador Chester Urbina Gaitán, con su estudio: Deporte e Identidad Nacional Salvadoreña (1885-1943). Un estudio acerca de la génesis y la apropiación social del fútbol no sólo nos hace pensar, sino que nos pone en tela de juicio una realidad histórica nacional que no podemos dejar por alto, sobre todo, en la actualidad, que se habla del fenómeno del origen y conformación de identidades y de la importancia de esto para la unificación y sentido de pertenencia e identificación de los pueblos. Amparado de la herramienta de la ciencia histórica Chester Urbina nos demuestra, con lujo de detalles y con un lenguaje claro y preciso, que en la época moderna de nuestro acontecer nacional, el deporte -enfocado concretamente en el fútbol- no sólo ha sido un elemento que ha contribuido a la homogenización cultural de la nación, sino que también ha ayudado grandemente -al igual que otros símbolos nacionales- al fortalecimiento de la identidad que aún buscamos.

    Considero, en este sentido que la identidad cultural guarda relación con ciertos puntos de fijación muy particulares, que podrían ser denominados, contexto identificador, es decir, un conjunto, muy complejo que se puede, por ejemplo, referir a una lengua, a una familia, a un lugar geográfico, a unas tradiciones propias, a unos relatos históricos, a unos momentos y por qué no también, en este caso, al fútbol.

    La identidad cultural y, en este caso, la cultura de este deporte que se genera, no es necesariamente sinónimo de identidad nacional, pues sabemos que en el interior de los pueblos se encuentran comunidades que aspiran a cosas distintas, según sus características regionales. Lo interesante es, entonces, reconciliar lo que se suele llamar las identidades parciales. Pero, en el caso del fútbol, este gusta y ese gustar entre la población es explotado -como más adelante haremos referencia- como elemento aglutinador y se logra. En las sociedades complejas las identidades son generalmente múltiples y se jerarquizan entre sí; por ejemplo, un grupo lingüístico distinto, se identifica con su cultura inmediata, lo cual no le impide identificarse igualmente con una cultura más amplia, la de una nación, la de un mundo cultural más vasto, como la cultura germánica, hispánica, europea, africana. Sin embargo, en sociedades tradicionales como la salvadoreña de las primeras décadas del siglo XX, esa multiplicidad no existe, es una sociedad sólo para trabajar y no hay momento para el esparcimiento. No hay opción, y entre los pobladores del interior del país, solo queda trabajo o aprender la cultura del ocio, del borracho, del ladrón. Ante esta situación, el deporte se convierte en la varita mágica para contrarrestar lo contrapuesto a esa cultura.

    Ahora, bien, si la cultura es sinónimo de libertad, según se afirma, hay que tomar conciencia de que la identidad de un grupo, en las sociedades complejas, móviles y pluralistas de hoy. Es imposible que subsista, que crezca sin un esfuerzo colectivo y creador del conjunto de la comunidad. Vivir juntos, exige en la actualidad la adhesión consciente a un proyecto asumido colectivamente. Ninguna cultura puede vivir en el mundo moderno sin esta voluntad común y en nuestra sociedad, en las postrimerías de la modernidad, la cultura del deporte centrado en el fútbol, fue adoptado por el Estado como el eje que debía aglutinar ese sentimiento colectivo.

    La figura del general Maximiliano Hernández Martínez, personaje temido, odiado, pero también querido en los diferentes círculos sociales e instituciones del país, desarrolló una política de mano dura, característica de muchos gobernantes de su época, Entre fusil, garrote y desprecio. Los estudios nos están demostrando que quizás en forma consciente o inconsciente su mira era sentar las bases para el desarrollo de la nación, pero, para esto, era primero necesario crear un sentido de unidad nacional. En el caso de que este fue el proyecto del general, fue implementado, pasando sobre quien fuera, pues hasta las culturas indígenas y campesinas fueron ignoradas como identidades. Era como que el proyecto de nación debía dar cabida sólo a la terminología de salvadoreños en el amplio sentido de la palabra.

    Este militar buscó cualquier entretenimiento y sobre todo, aquellos que fueran masificadores, para así darle a la nación ese sentido de identidad, que tanto necesitaba en el marco de la implementación del proyecto desarrollista. Es obvio que el general, como jefe máximo de la corporación-castrense, y líder militar, tuvo un proyecto de nación amparado en la fuerza militar. Pero ¿cuál ha sido ese proyecto de nación? y ¿cómo se articuló y apropió a escala nacional? Esta pregunta hasta el día de hoy, no ha sido tema de estudio por parte de los historiadores y otros científicos sociales. Naturalmente, hay pinceladas, ideas y sugerencias sobre lo que el general logró en ese proyecto de nación sobre todo si partimos que, durante su gobierno, logró unificar la nación y cohesionar a la comunidad salvadoreña por medio del fútbol y la represión institucionalizada como nunca antes había sucedido. Interesante es el hecho que, en ese proyecto de unificación de la nación, en 1943, sobresale un hecho fundamental para la historia nacional, pues es inaugurado el puente Cuscatlán que viene a unir el oriente con el occidente del país. Y es que Hernández Martínez no sólo enfocó su política en el fortalecimiento del aparato castrense y su accionar represivo contra los sectores opuestos a su régimen, sino que también ejecutó obras de carácter social en donde se destaca el enfoque que brindó a la importancia de la dimensión higienista en el pueblo y a la promoción del deporte y diversiones de la época, entre las que destaca el cine y la música folklórica nacional. Es obvio que este fue un proyecto atenuado por las crisis económicas desatadas por la Gran Depresión de 1929 y la Segunda Guerra Mundial, por lo que su alcance se centró en la zona central y del occidente del país que ya eran y siguen siendo zonas eminentemente cafetaleras.

    El período de gobierno del presidente Hernández Martínez, desde la perspectiva de la homogenización de la cultura en El Salvador, es un momento de sumo interés para estudiar. Y es que, por otra parte, ya en 1939, con la Ley de Juegos Prohibidos que el general implementa, se visualiza que éste trata de encauzar la existente cultura del ocio entre los pobladores hacia ese tipo de diversión, dígase, más culta, según su ideario de corte liberal. Esto, sin lugar a duda, respalda el trabajo de Chester Urbina, en el sentido que había un fuerte interés por parte del general "por trastocar las pautas tradicionales de sociabilidad y de relacionamiento de los salvadoreños".

    En concreto, partimos que el proyecto liberal del "Martinato" trataba de congraciarse con la burguesía cafetalera tradicional y obtener el visto bueno de su régimen por parte de Estados Unidos, todo lo cual lo logra con la matanza de 1932 en la que miles de indígenas fueron asesinados en el occidente del país. Lo interesante del caso es, que en ese mismo año, este militar autorizó 80 colones para que la "Marimba Atlacatl" se presentara en algunos países de América del Sur. Es ahí, en donde vemos que, por un lado el general reprime en su afán de homogenizar la cultura y por otro lado, promueve la música folclórica a nivel nacional e internacional. Con todo esto, considero que para los historiadores es un reto el poder valorar el alcance y las limitaciones del proyecto de nación de este régimen político, con el fin de desmitificar al personaje y darle su dimensión en la historia salvadoreña.

    Interesante del hecho es que, desde el punto de vista comparativo, se puede analizar el fenómeno del fútbol y con ello, la figura del presidente Hernández Martínez con la de otros personajes de la misma talla, en el contexto internacional y en el mismo período, enfrascados también en ese sentimiento nacionalista, dígase: Jorge Ubico, en Guatemala; Anastasio Somoza García, en Nicaragua; Tiburcio Carías Andino, en Honduras, y en otras latitudes, Hitler, en Alemania y Mussolini, en Italia. Todos ellos, ven en el deporte una forma de demostrar la superioridad étnica de los pueblos. Aunque en El Salvador, pareciera que eso se contradice, pues la crisis de 1929 y de la Segunda Guerra Mundial no permitieron que el Estado obtuviera los suficientes ingresos para promover este deporte a escala nacional.

    Esto, es lo que interpretamos del estudio que Chester Urbina Gaitán nos regala. El fútbol se convirtió en el país, en el deporte por excelencia para lograr esos objetivos de unificación insertándose muy pronto en el gusto y sentir de la población para ser adoptado como parte de su cultura. El balompié unió pueblos a lo largo y ancho del país y Hernández Martínez como ningún otro gobernante vio en este instrumento de esparcimiento el medio que creaba unidad, al igual que cualquier otro símbolo de la nación. Y como muy bien lo afirma Urbina Gaitán, los III Juegos Centroamericanos y del Caribe, llevados a cabo en San Salvador en julio de 1943, junto con el papel que jugaron los medios de comunicación y algunos amantes del balompié, contribuyeron, en gran medida, para que los sectores subalternos se identificaran con el proyecto político-cultural de unificación nacional que promovía el "Martinato". Ese triunfo fue capitalizado por el gobernante para legitimar su dictadura que ya tenía muchos conspiradores.

    A su vez, aquellos factores que contribuyeron a sembrar, de una vez por todas, este sentimiento popular de identidad derivado por este deporte, fueron las influencias que ejercieron las diferentes formas de comunicación social controladas en su mayoría por el Estado. Las instituciones modernas como la escuela, la universidad, los sistemas de información, de producción, de relaciones internacionales, fueron las que contribuyeron a difundir éste gusto por el deporte que luego se convirtió en deseo y, en algunos casos, hasta en fanatismo por el mismo. Nos atrevemos a afirmar que este deporte fue uno de los primeros elementos culturales -junto con el teatro y el cine- que procuraron encauzar la cultura en el surco de la "modernización" occidental.

    Por otra parte, era como que en 'su tiempo, el que gobernaba sabía que las jóvenes generaciones constituyen el elemento mediador privilegiado de uniformación cultural, encontrándose en ellos las mismas diversiones, las mismas modas de vestir, los mismos gustos por la música popular y las danzas en todas sus latitudes, así como actitudes análogas en relación con la ética y las instituciones tradicionales y esto era un hecho en El Salvador de los años 30. Entonces, podemos ver que el juicio del valor sobre el fenómeno de la homogenización cultural necesita una matización. Por un lado, se ofrecen cada día más ampliamente los beneficios de la cultura: educación, la escuela, las universidades, las grandes obras literarias y artísticas, un sentido nuevo de comunidad humana y los derechos y responsabilidades. Por otro lado, la homogenización se ve provocada en gran parte por los valores que dominan en occidente y en este caso, el deporte fue el instrumento valorativo que directa o indirectamente se aprovechó para lograr formas de integración colectiva.

    Sin más, la obra que Chester Urbina, me ha honrado en prologar, nos viene a confirmar el vacío bibliográfico que existía en nuestro país sobre este tipo de estudios que desde la perspectiva histórica nos llevarán a comprender mejor el fenómeno de la identidad, pero ahora promovida, desde el hecho concreto del deporte. Los salvadoreños y yo, en lo personal como antropólogo que soy, tenemos una deuda con este centroamericano que en momentos necesarios de la historia nacional nos viene a reconfirmar que la identidad se hace y a la vez se transforma y crea otras identidades.

    Claro debe quedar que el hecho que el fútbol se haya esparcido por todo el país, ello no quiere decir que esté fuera del todo un elemento cohesionador, pues hay muchos sectores poblacionales que no se identificaron con el mismo.

Otros artículos sobre Estudios Sociales

  www.efdeportes.com/
Google
Web EFDeportes.com

revista digital · Año 11 · N° 104 | Buenos Aires, Enero 2007  
© 1997-2007 Derechos reservados