DE LO NACIONAL EN EL FUTBOL ARGENTINO Pablo Alabarces y María Graciela Rodríguez* (Argentina)
* Instituto de Investigaciones Gino Germani, Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Buenos Aires.
North American Society of Sociology of Sport (NASSS) Conference
Resumen
La fundación mitológica Pero además, el fin de siglo y el comienzo de la nueva centuria puso en crisis esa trabajosa construcción: la Argentina se transformó en país inmigratorio, y el aluvión de migrantes europeos supuso la fractura de un modelo económico y social, pero también narrativo. Si hasta ese momento el paradigma explicativo hegemónico hablaba del triunfo de la civilización sobre la barbarie, de la cultura europea sobre el salvajismo americano, la modernización acelerada de la sociedad argentina necesitó echar mano de nuevos discursos que, al mismo tiempo, disolvieran los peligros que acarreaban la formación de las nuevas clases populares urbanas -sensibles a la interpelación socialista y anarquista-; y constituyeran una identidad nacional unitaria que la modificación aguda del mapa demográfico ponía en suspenso, fragmentaba en identidades heterogéneas. La respuesta de las clases dominantes, con diferencias y contradicciones, tendió a trabajar en un sentido: la construcción de un nacionalismo de elites que produjo, especialmente a partir de 1910, los mitos unificadores de mayor importancia. Un panteón heroico; una narrativa histórica, oficial y coercitiva sobre todo discurso alternativo; el modelo del melting pot como política frente a la inmigración, y un subsecuente mito de unidad étnica; y un relato de origen que instituyó la figura del gaucho como modelo de argentinidad y figura épica. Como dice Rosana Guber, "aunque no sin conflictos, el Estado argentino fue sumamente eficaz en su compulsión asimilacionista" (Guber, 1997: 61). Y la eficacia residió en dos mecanismos: la escuela pública, por un lado, como aparato fundamental del Estado, se convirtió en el principal agente de construcción de esta nueva identidad entre los sectores populares1. Por el otro, una temprana industria cultural favorecida por la modernización tecnológica argentina de comienzos de siglo y por la urbanización acelerada, que sumada a la creciente alfabetización de las clases populares construyó un público de masas ya en los primeros años del siglo XX. En esa cultura de masas, primero gráfica y desde 1920 también radial y cinematográfica, la narración de la identidad nacional encontró un amplio y eficaz territorio donde manifestarse. A pesar de su carácter privado -el Estado no intervendrá en la política de medios hasta los años cuarenta-, la cultura de masas participa de los relatos hegemónicos, especialmente en torno del peso de la mitología gauchesca. Pero en esta producción aparecen ciertos desvíos. Aunque partícipes de la narrativa hegemónica del nacionalismo de las elites, los nuevos productores de los medios masivos, tempranamente profesionalizados, provenían de las clases medias urbanas constituidas en ese proceso modernizador. Y sus públicos, masivos y heterogéneos, presentaban otro sistema de expectativas: trabajados por la retórica nacionalista de la escuela, atienden también a otras prácticas de lo cotidiano. Junto a los arquetipos nacionalistas, las clases populares estaban construyendo otro panteón: junto a los gauchos de Leopoldo Lugones y Ricardo Rojas2, o los compadritos de Jorge Luis Borges, aparecen héroes populares y reales: los deportistas. Como señala Archetti (especialmente, 1995), en la discusión sobre la identidad nacional los periodistas deportivos, intelectuales doblemente periféricos -en el sentido de Bourdieu: periféricos en el campo periodístico, que es periférico en el campo intelectual- intervinieron con una construcción identitaria no legítima (porque el lugar legítimo es la literatura o el ensayo), pero pregnante en el universo de sus públicos. Así, el fútbol se transformó en la revista deportiva El Gráfico, soporte hegemónico de esta práctica desde los años 20, en "un texto cultural, en una narrativa que sirve para reflexionar sobre lo nacional y lo masculino" (Archetti, 1995: 440). Ese proceso recorre, como describe Archetti, distintos caminos. Necesita de ritos de pasaje: si lo nacional se construye en el fútbol, hay que explicar el tránsito de la invención inglesa a la criollización -tránsito que se resuelve en el melting pot y en la naturalización de un proceso que combina lo cultural, lo económico y lo social-. Necesita de una práctica de diferenciación: el par nosotros/ellos encuentra su expresión imaginaria en un estilo de juego, más narrado que vivido, pero de una gran capacidad productora de sentido. Necesita del éxito deportivo (Arbena, 1996) que vuelva eficaz la representación de lo nacional: allí están la gira europea de Boca Juniors en 1925, la medalla de plata en las Olimpíadas de Amsterdam de 1928, el subcampeonato mundial de 1930 en Uruguay3. Y necesita de los héroes que soporten la épica de la fundación: Tesorieri, Monti, Orsi, Seoane, por señalar sólo algunos. Pero también, si en este caso la nación se construía desde las clases medias y no desde las dominantes, aparecen los desvíos: frente a una idea de nación que remitía a lo pastoril (en el doble juego del mito gauchesco y de la explotación de la tierra, modo de producción dominante), la nación que se construye en el fútbol asumía un tiempo y un espacio urbano. Frente a una idea de nación anclada en el panteón heroico de las familias patricias y en la tradición hispánica, el fútbol reponía una nación representada en sujetos populares. Frente a un arquetipo gauchesco construido sobre las clases populares suprimidas por la organización económica agropecuaria, los héroes nacionales que los intelectuales orgánicos del fútbol propusieron eran miembros de las clases populares realmente existentes, urbanizadas, alfabetizadas recientemente, que presionaban a través del primer populismo argentino (el partido Radical de Yrigoyen) por instalarse en la esfera cultural y política. Y allí, entonces, radicó su eficacia interpeladora. Dice Renato Ortiz (1991) que la preocupación por la construcción de una identidad nacional fue una constante en toda América Latina "pues se trataba de construir un Estado y una nación modernos", y "que fue la tradición quien acabó proporcionando los símbolos principales con los cuales la nación terminaría identificándose" (ídem: 96), que en el caso brasileño pasaron a ser el samba, el carnaval, el fútbol. Agrega Ortiz: "No tengo dudas de que esta elección entre símbolos diversos en gran medida se produjo merced a la actuación del Estado. (...) Fue la necesidad del Estado de presentarse como popular la que implicó la revalorización de estas prácticas que comenzaban, cada vez más, a poseer características masivas. Finalmente, la formación de una nación pasaba por una cuestión preliminar: la construcción de su 'pueblo'." (ibídem) Es el Estado el que produce este pasaje entre "memoria colectiva" -vivencial y cotidiana- y "memoria nacional" -virtual e ideológica4-. O, con más precisión, los intelectuales del Estado, mediadores que construyen ese discurso de segundo orden que es el discurso de lo nacional. En la Argentina, la temprana modernidad de su sistema de educación popular, de su industria cultural, de sus públicos masivos, permitió la aparición de un conjunto de intelectuales profesionales de los medios que elaboraron este discurso de la nacionalidad, de mayor eficacia entre las clases populares, al mismo tiempo que los intelectuales oficiales del Estado construyeron otro, en muchos sentidos divergente, pero dominante. Podemos proponer que es esa aparición temprana del discurso de la nacionalidad relacionado con el fútbol, difundido eficazmente entre las clases populares desde los años 20, lo que permitirá que dos décadas más tarde su mitología se vuelva ritual celebratorio de la patria, alcance su condición hegemónica. Para ese clímax, un escenario más propicio será suministrado por la experiencia populista del peronismo.
Patria, deporte y populismo El populismo en la Argentina puede considerarse como un intento de reinventar la patria a través de la inclusión de las grandes masas populares en la cultura urbana, destinadas a ser beneficiarias de la redistribución del ingreso. Sectores hasta ese momento ilegítimos, que no sólo vieron ampliada la esfera de su participación política en función de la ampliación de derechos por un aumento de las demandas de la población, sino también en cuanto a la construcción social de su representación massmediática. Ambas caras de una misma moneda: una legitimación necesaria. La importancia que tiene este período para indagar en la relación entre deporte y nacionalismo, reside en tres aspectos que aparecen como datos fuertes de estos años: la expansión deportiva -ya sea desde el punto de vista comunitario como el de alto rendimiento-; el auge y la consolidación de la industria cultural de sólido rasgo intervencionista; y la irrupción en la esfera política de un nuevo actor social, las clases populares, llamadas a ser el protagonista y el destinatario de las políticas de Estado. Esta aparición en escena de las clases populares y su nominación como "pueblo", al tiempo que define la interpelación populista como marco del período al convertir a las masas en pueblo y al pueblo en Nación, colocó al deporte como un dispositivo eficaz en la construcción de una nueva referencialidad nacional. Al mismo tiempo el espectáculo deportivo se inaugura como un nuevo ritual nacional posible -hasta ese momento prácticamente inimaginable por la sociedad política- ampliando el repertorio simbólico común (García Canclini, 1991). El deporte operó así sobre la articulación de las modalidades y los mecanismos de consenso civil y político porque se trata de un conjunto de emociones, necesidades y subjetividades relacionadas con las modalidades narrativas de un sentimiento patriótico. Lo que nos interesa aquí es que el espectáculo deportivo aparecía por primera vez como válido para integrar el repertorio nacional y que su legitimidad estaba dada por su vínculo con lo popular. En este sentido, el deporte fue un vehículo apto para poner en escena estas nuevas representaciones, para lo cual la política intervencionista del estado sobre las industrias culturales jugó un papel decisivo5. En la resemantización que hacían los medios de las demandas provenientes de los sectores populares puede leerse la operación de negociación entre estos dos actores y el Estado, desde la necesidad de conformar un nuevo colectivo donde ciudadanía y "pueblo" parecen ser términos equivalentes. También es significativa la interpelación, en la prensa oficialista de la época, a un recorte etario de la sociedad que parece querer desplazar semánticamente el significado de "argentinidad" a una noción de futuro, como si existiera un pasado que hubiera que olvidar6. Sin embargo este imaginario nacional no discurría despegado de lo que efectivamente se implementaba desde el Estado. Su fortaleza derivaba también de una verdadera redistribución del Producto Bruto Interno (Ferrer, 1980) que permitía la asignación de recursos a políticas sociales en general7. Inscriptas en el marco de una participación democrática ampliada, las políticas deportivas estaban destinadas a la participación deportiva comunitaria8. Pero también a mejorar el desempeño del Alto Rendimiento, para lo cual se creó un marco regulador innovador para la época9. La confluencia de la dimensión comunitaria y de las competencias internacionales es un dato fundamental para entender la relación de un imaginario colectivo que operaba sobre la representación massmediática de un deporte exitoso y también con las experiencias intersubjetivas de la ciudadanía, tanto en su rol de participante directo como en su papel de espectador, lo que además permite hablar de un aumento del poder adquisitivo de los sectores populares y de su emergencia en tanto consumidores culturales10.
Lecturas: Educación Física y Deportes. Año 3, Nº 10. Buenos Aires. Mayo 1998 http://www.efdeportes.com |